Francisco, pastor y teólogo. Varios autores
rasgos característicos de este pueblo, el papa Francisco desea recordar que nos pertenece el pueblo de Dios y que nosotros pertenecemos al pueblo de Dios, único, no dividido por castas, por grupos, por segmentos o por el clericalismo. Una de las divisiones más feroces, denunciada por el magisterio de Francisco, es el clericalismo 3.
Esta denuncia constante del clericalismo afecta a la imagen distorsionada que se ha desarrollado de una de las novedades más sugerentes del Concilio Vaticano II, y que el mismo papa Francisco y la Iglesia han recibido con el propósito y la misión de custodiarla 4. Todos, por razón de nuestro bautismo, somos parte de este pueblo y por eso estamos llamados a una implicación sincera en el amor que nos une y no a dividirnos en sectores o especializaciones diversas. Además, es del todo imprescindible recordar que una parte natural del pueblo de Dios son los pobres, y nadie tiene derecho a olvidarlos, menos aún desde un ambiente académico. El contacto del mundo universitario con la realidad más sufriente no puede ser objeto de renuncia, eliminación o exclusión. Más aún, el parágrafo inicial del segundo capítulo del texto eclesiológico Lumen gentium se expresa de la siguiente manera:
En todo tiempo y en todo pueblo es grato a Dios quien le teme y practica la justicia (cf. Hch 10,35). Sin embargo, fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. «He aquí que llegará el tiempo, dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá [...] Pondré mi Ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos y ellos serán mi pueblo [...] Todos, desde el pequeño al mayor, me conocerán, dice el Señor» (Jr 31,31-34). Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (cf. 1 Cor 11,25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo pueblo de Dios. Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (cf. 1 Pe 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), pasan, finalmente, a constituir «un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición [...], que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios» (1 Pe 2,9-10) 5.
Todos los miembros del pueblo de Dios somos responsables de la necesaria inclusión en él de toda persona.
2. «Nosotros y ellos»
El papa Francisco formula en su pensamiento una radical convicción: en el pueblo de Dios, todos son llamados a una pertenencia verdadera, a pesar de las dificultades pastorales, algunas de ellas de tipo cultural, otras de tipo social y otras de carácter económico. Aun así, lanza una pregunta incisiva para nuestro presente: «¿Quiénes somos nosotros?, ¿quiénes son ellos?». Para el papa Francisco se hace difícil observar una distinción, una separación, un ad intra y un ad extra. En el pensamiento bergogliano, esta posición no nos remite, ni mucho menos, a una cuestión nostálgica de un cristianismo de otras épocas de la historia 6, en la que estas preguntas se respondían con mucha claridad, sino a una visión esperanzada de la gran cantidad de frutos que Dios invita a recoger, cultivar y acompañar 7. Desde una perspectiva realista, pero llena de entusiasmo, de la misión nace una actitud evangelizadora de respeto, siempre de inclusión y proximidad con cualquier persona. Se desvela una nueva lógica del cristianismo de aceptación de la diversidad ante la cual uno puede pensar que se trata de un nuevo ardor misionero, o simplemente de una fuerte debilidad, por cesión a una mundanización de la misión cristiana y de la Iglesia, o bien a una simple estrategia de mercado para recabar un mayor número de fieles 8.
Para el papa Francisco hay que concebir el pueblo de Dios en una visión amplia de inclusión, en la que todos pertenecen –o, si queremos ser más pulcros, todos pueden pertenecer– al pueblo de Dios. De esa manera de pensar nace una actitud pastoral de relación personal con cada persona, una atención personalizada que intenta buscar siempre un camino que desemboque en la unión.
a) Buscar la oveja perdida
Para Francisco se hace necesaria una real actitud de atención hacia los que están más lejos. Acercándonos a la parábola lucana de la oveja perdida 9, Francisco no define de quién se trata. Cabe decir que aquella oveja perdida no está condenada a ninguna calamidad, sino que es objeto de una misericordia plena, una misericordia absoluta, no condicionada, no juzgada, una misericordia limpia y transparente. El pensamiento bergogliano desemboca en un lenguaje directo, fruto de una experiencia espiritual exigente fundada en los ejercicios espirituales ignacianos, los cuales desean aterrizar en la vida concreta y alejarse de espiritualidades desencarnadas, y que muy a menudo derivan en opciones pastorales y de vida llenas de abstracciones.
Esta manera de desarrollar el pensamiento en Francisco conduce a la petición rotunda y exigente de una conversión pastoral misionera decidida y clara. Una conversión que reclama no confundir la acción pastoral personal con la acción misionera de la Iglesia, indicada por el mismo papa Francisco, en la que se pide a todo el pueblo de Dios una acción corresponsable y compartida, desde el rol irrenunciable de cada miembro.
b) El mecanismo del hermano mayor
Muy a menudo, en este proceso de conversión aparece el mecanismo del hermano mayor de otra conocida parábola lucana 10. Este mecanismo se ve sujeto a la experiencia del descubrimiento de un «amor mayor» que remitía al propio sujeto, desvalorizando el propio sentido de lo vivido por uno mismo. Así, el hecho de caer en el mecanismo de un deseo de no implicación personal en la propia existencia acaba por reducir también el valor del sentido y significado de este «amor mayor», que es propio de Dios mismo.
El pensamiento de Francisco intenta buscar aquello que complete la propia existencia, y por eso se trata de un pensamiento dirigido a crecer en la audacia, superando los propios límites, hablando así de procesos antes que de resultados o eficacia 11.
La capacidad de generar procesos significa básicamente crecer en la confianza, crecer en la fe y la convicción de que la Palabra de Dios tiene su propia fuerza, su propia capacidad incisiva en la realidad de la persona y, por tanto, del pueblo de Dios.
Como pueblo de Dios a veces deseamos encontrar más «navegadores» que «brújulas» 12, esto es, fórmulas pastorales de última generación antes que instrumentos de formación y acompañamiento de procesos. ¿Cuántas veces hemos convertido en «difícil» aquello que compete a todos y en «fácil» aquello que solo unos pocos pueden alcanzar? El lenguaje de Francisco es accesible, comprensible, tanto a creyentes como a no creyentes. Francisco desea «acariciar» este mundo nuestro haciéndose entender, y por eso utiliza imágenes surgidas de la misma Palabra de Dios, a la vez que elementos de la cultura contemporánea. Este recurso icónico se precisa básicamente por el fácil acceso al mensaje y al contenido del mensaje, rompiendo así las barreras propias del lenguaje de los diversos pueblos, para facilitar la construcción de caminos diversos y alcanzar la unión del único pueblo de Dios. Francisco rechaza un lenguaje solo para iniciados o expertos, para comunicarse más allá de lo previsto y así recuperar muchas relaciones que parecían estar perdidas, para recuperar a muchas personas que estaban alejadas 13. El planteamiento misionero de Francisco sitúa la inquietud de poner a la persona en el centro del interés pastoral y, como consecuencia, imaginar la construcción y reconstrucción del pueblo de Dios, como un pueblo grande, plural, rico en carismas, diversidades, perspectivas y concreciones del Evangelio.
Al final, lo más decisivo es entender que el «navegador» no sirve, y esto no es fácil de entender. La mayoría de pastoralistas entiende la oportunidad de utilizar recursos adecuados, precisos para alcanzar una mayor difusión del mensaje evangélico. Esto no sucede de la