Francisco, pastor y teólogo. Varios autores
costumbres recibidas forman el patrimonio propio de cada comunidad humana. Así también es como se constituye un medio histórico determinado, en el cual se inserta el hombre de cada nación o tiempo y del que recibe los valores para promover la civilización humana».
Aunque la palabra «cultura» está presente en el capítulo II de Lumen gentium, solo hacia el final (LG 17), su significado y contenido impregnan abundantemente LG 13, sobre la catolicidad del pueblo de Dios, no en vano situado en una posición central del capítulo, como bisagra entre los elementos fundamentales que constituyen el pueblo de Dios y la misión a la que está destinado entre católicos, cristianos, otras religiones y entre todos los hombres en general. No pasa inadvertido aquí el nexo entre comunión y cultura, y, en ella, su conexión con la categoría de «pueblo». El pueblo de Dios es un pueblo de pueblos, pues «está presente en todas las razas de la tierra» (LG 13). Las diversas culturas de los pueblos no pierden sus identidades específicas al integrarse en el único pueblo de Dios; pero esto es posible en un contexto de comunión, donde unidad, diversidad y comunicación se exigen recíprocamente. Por eso el texto señala más adelante que «dentro de la comunión eclesiástica existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias», dentro de la asamblea universal de la caridad, presidida por el sucesor de Pedro, añadiendo luego: «De aquí se derivan finalmente, entre las diversas partes de la Iglesia, unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales» (cf. LG 13).
También estas ideas están bien presentes en Evangelii gaudium, explícitamente referidas a la cultura. En la sección sugestivamente titulada «Un pueblo con muchos rostros», se comienza diciendo: «Este pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia» (EG 115). Emulando la fórmula escolástica gratia supponit naturam, el papa la propone como «la gracia supone la cultura», en contexto plural, llegando así a la catolicidad: «En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra “la belleza de este rostro pluriforme”» (EG 116). Explica inmediatamente: «Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia» (EG 117), y pone su fundamento en la acción del Espíritu Santo, quien «construye la comunión y la armonía del pueblo de Dios» (EG 117), como ya fue dicho. El único pueblo de Dios subsistente en los diversos pueblos y culturas conserva su unidad en virtud del don de la comunión, insuflado por el Espíritu. Asoman nuevamente aquí las componentes horizontal y vertical de la comunión, y su compenetración con la noción de pueblo aplicada a la Iglesia: como sujeto histórico. Ella vive y obra en las diversas culturas, a la vez que, como «pueblo santo de Dios» (LG 12) o «santo pueblo fiel de Dios» (EG 125 y 130), está constantemente impregnada por la unción del Espíritu Santo, que «la unifica en la comunión» (LG 4), en la cual la diversidad se resuelve en unidad.
3. Pueblo, sensus fidei y comunión
Una idea especialmente amada por Francisco es que, en este santo pueblo fiel de Dios, todos somos igualmente «discípulos misioneros». No se trata solo de una idea exhortativa, sino de algo bien arraigado en la doctrina conciliar sobre el sensus fidei. Leemos nuevamente en Evangelii gaudium:
En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu, que impulsa a evangelizar. El pueblo de Dios es santo por esta unción, que lo hace infalible in credendo. Esto significa que, cuando cree, no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación. Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe –el sensus fidei– que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios. [...] En virtud del bautismo recibido, cada miembro del pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (EG 119-120).
En el discurso con ocasión del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, Francisco dará un paso más al afirmar: «El sensus fidei impide separar rígidamente la Ecclesia docens y la Ecclesia discens, pues también la grey posee su propio “olfato” para discernir los nuevos caminos que el Señor presenta a su Iglesia» 11.
En esta sede nos interesa nuevamente subrayar el entramado existente entre las nociones de pueblo y comunión, ahora respecto al sensus fidei. El Concilio, y Francisco con él, afirma que «el pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo [...], y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe» (LG 12). En este texto de la Constitución no se habla explícitamente de comunión eclesial, sino que se recuerda que esta prerrogativa del pueblo de Dios es ejercitada cuando el pueblo es «guiado en todo por el sagrado Magisterio», y esto supone la comunión eclesial entre fieles y pastores. De ella, en cambio, se habla de modo explícito en el documento de la Comisión Teológica Internacional sobre El «sensus fidei» en la vida de la Iglesia, publicado en el año 2014, ya en este pontificado: aquí hay una presencia continua de la comunión eclesial como humus y como contexto imprescindible para la autenticidad del sensus fidei del pueblo de Dios. Se habla del «vínculo intrínseco con el don de la fe recibido en la comunión de la Iglesia» 12, de «la aptitud personal del creyente en la comunión de la Iglesia para discernir la verdad de la fe» 13, y se recuerda que «los fieles están continuamente en relación los unos con los otros, como con el magisterio y los teólogos, en la comunión eclesial» 14.
En este momento no podemos ir más lejos. Pero lo dicho es suficiente para percibir la modalidad usada por Francisco al hablar de la Iglesia pueblo de Dios. Al hacerlo en armonía con la categoría de «comunión», el sentido genuinamente conciliar de la imagen «pueblo de Dios» se despliega en todo su esplendor.
4. Una Iglesia constitutivamente sinodal
El Vaticano II, es sabido, menciona el Sínodo de los obispos, pero no habla de sinodalidad en sentido general. Aunque no hay que minusvalorar el hecho de que al final de todos los documentos conciliares se dice que las cosas de las que se ha hablado synodaliter statuta sunt. Como tampoco conviene olvidar que la palabra latina más usada en los documentos conciliares para decir «concilio» es synodus. Cabe recordar que la institución del Sínodo de los obispos fue realizada por Pablo VI durante el período conciliar, con el motu proprio «Apostolica sollicitudo», de 1965, y es esto lo que, aunque sin desarrollar, la Comisión Teológica Internacional sintetiza diciendo acertadamente: «Aunque el término y el concepto de sinodalidad no se encuentren explícitamente en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, se puede afirmar que la instancia de la sinodalidad está en el corazón de la obra de renovación promovida por el mismo Concilio» 15.
Después de cincuenta años, Francisco ha publicado la Constitución apostólica Episcopalis communio (2018), contemplando el sínodo bajo una nueva óptica. Quizá lo más decisivo es que se llega al Sínodo de los obispos desde la sinodalidad de la Iglesia 16. Se trata de una profundización importante que no deja relegada la sinodalidad a la categoría de un simple procedimiento operativo 17, sino que, para Francisco, se trata verdaderamente de una «dimensión constitutiva de la Iglesia» 18 que le permite decir, tomándolo de san Juan Crisóstomo, que «Iglesia y sínodo son sinónimos» 19. En el citado documento de la CTI, publicado pocos meses antes de Episcopalis Communio, se aclara que con sinodalidad se «indica el específico modus vivendi et operandi de la Iglesia pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión caminando juntos, reuniéndose en asamblea y por la participación activa de todos sus miembros en la misión evangelizadora» 20. No pasemos por alto, en continuidad con lo dicho anteriormente, cómo desde la Iglesia pueblo de Dios se llega a la sinodalidad –al «caminar juntos»– a través de la comunión («manifestación y realización concreta de su ser comunión»).
Varios son los elementos del Vaticano II que han confluido en este desarrollo. Tenemos, en primer lugar, la corresponsabilidad de todos los fieles en la misión evangelizadora de la Iglesia, una idea madre de Lumen gentium. Podríamos decir que corresponsabilidad y sinodalidad son como las dos caras de la misma realidad eclesial. A ello se suma la doctrina sobre el sensus fidei