Francisco, pastor y teólogo. Varios autores
5. Contemplar al pueblo y dialogar con él
Debemos descubrir la alegría en el pueblo de Dios, como san Pablo en la comunidad de Corinto. Es importante, hoy más que nunca, descubrir a Dios, que habita dentro de nuestras familias. Debemos desvelar la presencia de Dios, que «no debe ser fabricada, sino descubierta» 24. Dios no se aleja ni se oculta ante nadie que se le acerque con corazón sincero. Así descubriremos un pueblo mucho más grande de lo que nosotros a veces imaginamos. Debemos contemplar así a este pueblo nuestro y tener con él un diálogo sincero, como el que Jesús mantuvo con la samaritana.
En este camino de misión, todos nos vemos implicados, y todos deseamos descubrir el valor y la alegría de esta implicación, de este pertenecer al pueblo, si bien esto también desvela el cansancio de nuestras realidades más humanas. Muchas veces nos hemos conformado con vivir solo ad intra, en una visión del pueblo muy reducida a nuestra interioridad, con actividades muy limitadas a nosotros mismos, de manera que con frecuencia hemos perdido la razón de nuestras mismas propuestas. La conversión pastoral y misionera 25 nos ofrece el motivo por el cual nosotros pertenecemos a este pueblo de Dios. La mies que nos espera es grande, nos referimos a la compasión ante tantos hombres y mujeres, sin el deseo de juzgarlos, pues han sido encontrados cansados, como ovejas sin pastor.
De hecho, nos encontramos ante la superación del nacionalismo de Jonás. Este Dios que ama a los enemigos, en la mentalidad del profeta Jonás, no deja de ser algo perturbador inicialmente, algo que nos debe poner en alerta. Ciertas resistencias profundas nacen de esta concepción ideológica de nuestra propia identidad. El papa Francisco piensa y desea impulsar la vivencia del pueblo, que va siempre más allá, hacia el resto, hacia toda la humanidad, hacia el mundo. Francisco desea salir de una comprensión demasiado organizativa para recuperar un impulso verdaderamente misionero. Nuestras parroquias y experiencias más cercanas nos revelan ciertamente la dificultad de esta empresa, pues se nos exige muy convencidamente salir de nuestras lógicas autorreferenciales y superar unos planteamientos muy organizativos, para recuperar una verdadera dimensión misionera. Nos llena de profunda tristeza estar relativamente bien organizados, quizá, pero, al fin y al cabo, solos.
6. Escuchar al pueblo
Cuando hablamos del sensus fidei 26, nos referimos a una infalibilidad del pueblo en su acción de creer. Francisco la define como infallibilitas in credendo. Dios otorga a la totalidad de los fieles un instinto de la fe. La presencia del Espíritu concede a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas, y de ahí nace para todos nosotros la realidad de la actitud de una auténtica escucha, que se trata de una necesidad mucho más amplia y profunda de lo que normalmente llegamos a pensar.
En este sentido, Francisco comenta el pasaje bíblico del leproso 27. La cuestión es fundamental: ¿debemos defender a los sanos o remediar a los enfermos? De hecho, esto nos remite a la imagen de un pueblo basado en una unidad tan limitada que parece argumentar a favor de una actitud cerrada ante «los otros». Para Francisco, la verdadera defensa de los sanos es remediar la salud de los enfermos. Esta es la disposición misionera que permite crecer como pueblo, y concretamente como «pueblo grande».
Al inicio del Año de la fe, Benedicto XVI expresa una idea muy sugerente con gran visión:
En estos decenios ha avanzado la desertificación espiritual [...] En el desierto se descubre el valor de lo que es esencial. [...] Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza [...] el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizá porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el Evangelio y la fe de la Iglesia 28.
Así, para Benedicto XVI se retoma la imagen sobria y verdadera de la Iglesia del Concilio. Se trata de una peregrinación a través de los desiertos del mundo, más allá de las dificultades reales del presente, para ofrecer lo que de hecho es esencial. Coincide así, a mi entender, con lo que Francisco propone y nos invita a vivir. No se trata solo de ser y configurar una «minoría creativa» 29, expresión sugerente y brillante, para fortalecer y apuntar hacia un gran diálogo intelectual, ético y humano, sino de dar pie a ser el pueblo de Dios que peregrina a través de la historia, y aquí vemos la novedad de Francisco: la predicación informal. Se trata de hablar a toda persona del Evangelio, como un compromiso cotidiano en el que se ve implicado todo el pueblo cristiano:
Se trata de llevar el Evangelio a las personas con las que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar 30.
Se trata de escuchar primero y hablar después. Así, el mismo papa Francisco, al final del Sínodo dedicado a los jóvenes, pidió perdón por la falta de atención y de tiempo dedicado a escuchar a los jóvenes.
7. La santidad del pueblo de Dios
No podemos olvidar tampoco la referencia a la llamada de santidad que Dios hace para todo el pueblo de Dios, y que Francisco ha subrayado con insistencia 31. Francisco insiste en una santidad personal y a la vez posible, haciendo referencia a esos testimonios de fe en Jesús que se encuentran tan cerca de la vida cotidiana, «los santos de la puerta de al lado» 32. Se trata de una santidad que no tiene que ver con una «salida de uno mismo», con modelos lejanos, inalcanzables, sino que tiene más relación con un movimiento interno, esto es, «entrar dentro de uno mismo».
En la concepción de Francisco sobre el pueblo de Dios se relacionan estrechamente, salvaguardando los oportunos espacios de autonomía y crecimiento, el ámbito del «yo» con el ámbito del «nosotros». Se relacionan de manera pacífica dentro del contexto del pueblo de Dios. El «yo» más profundo está llamado a la santidad, a la propia santidad, sin caer en la tentación de copiar modelos y sin renunciar a la propia capacidad individual de traducir en la vida cotidiana la inspiración del Espíritu de Dios. Es la propia santidad, aquella que se concentra en la vivencia de los propios dones del Espíritu, la que permite vivir el servicio al entero pueblo de Dios.
La Iglesia, por su parte, si no se concibe como «en salida», nos crea verdaderas dificultades para reconocerla como Iglesia. El hecho de «salir» nos permite, precisamente, entrar en la dinámica del «perderse» y del «reencontrarse». Dinámica difícil de digerir, pero que se encuentra en la vivencia propia del Espíritu que acompaña al pueblo de Dios hacia la santidad. Se trata de una propuesta que encuentra su base en la experiencia madurada a través del diálogo con la vida, en el interior de una ósmosis constante entre «experiencia viva» y «reflexión», que intenta leer e interpretar la vida.
8. Contra una herejía ideológica
Un planteamiento ideológico de la realidad ha comportado siempre una reducción de esa realidad, y por tanto ha provocado una visión parcial de los problemas y de las soluciones. Esa actitud induce a la exaltación de unos aspectos y al menosprecio de otros, y, por tanto, da pie a la hostilidad hacia personas individuales, grupos eclesiales determinados o algún sector específico del pueblo de Dios. De esta amenaza, la relación entre el amor y la verdad se ve claramente afectada, hasta caer en el hecho de indicar una nueva dualidad que parece totalmente insalvable cuando descubrimos que no hay verdad sin amor ni amor sin verdad.
Para Bergoglio, la categoría de encuentro –y no la cultura del desencuentro, del conflicto– es un elemento crucial del pueblo.