Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
de veintitrés hombres y mujeres. «Estaban todos aparentemente sanos, rezando, temblando, y esperando la muerte. En un momento imprevisto, la trampilla se abrió repentinamente bajo sus pies, y en pocos minutos sus cuerpos sin vida estaban a merced del viento, moviéndose de un lado a otro, más parecidos a prendas vacías delante de una tienda de ropa de confección, que a los restos de lo que, solo un instante antes, eran seres humanos animados por el aliento de la vida»[2].
Este medio de imponer disciplina en las relaciones de clase fue severamente puesto a prueba en junio de 1780, en el momento culminante de la Guerra de Independencia estadounidense, por los disturbios de Gordon. Una marcha para exigir al Parlamento que impidiera a los católicos entrar en las fuerzas armadas fue el detonante de una ira de clase, que de repente se convirtió con furia en la insurrección urbana más peligrosa del siglo. Atacaron el Banco de Inglaterra, y liberaron cientos de presos. En respuesta, el ejército disparó y mató a varios cientos de manifestantes, Londres se convirtió en un campo armado, y treinta o cuarenta personas fueron ahorcadas en diferentes lugares de la ciudad.
Los cercamientos y la mecanización afectaron a la horca, al igual que a todo lo demás en aquellos tiempos. En Londres, tras los disturbios de Gordon (1780), la administración de la pena capital experimentó varios cambios. Por una parte, se abolió la procesión de tres millas entre la cárcel de Newgate y Tyburn, y los ahorcamientos se cercaron en la cárcel. Por otra, la mecanización de la muerte avanzó mediante la introducción de la «trampilla nueva», por la que se introdujo en el patíbulo una trampilla que se abría bajo los pies de los condenados, cuya muerte se producía por rotura del cuello, y no por el estrangulamiento que resultaba cuando se les retiraba la carreta o la escalera[3].
El primer biógrafo de Edward Marcus Despard fue James Bannantine, que había sido su secretario en la bahía de Honduras. Bannantine publicó un libro de chistes en 1800, cuando Despard fue encarcelado, con posteriores ediciones el año que Despard fue detenido por traición (1802) y el año siguiente a su ejecución (1804). Contiene casi 2.000 chistes. Los dos compartían bromas entre sí. Empecemos contando dos, acerca de la horca[4]. Así, Bannantine nos cuenta: «A un condenado a muerte en el Old Bailey, le preguntan, como es habitual, qué tiene que decir acerca de por qué no debería aplicársele la pena. “¡Decir!”, respondió él, “mire, señor, me parece que el chiste ya ha ido demasiado lejos, y cuando menos se diga al respecto, mejor. Si no le importa, señor, mejor dejemos caer el tema”». «Dejar caer el tema» hace referencia a la nueva tecnología de la horca, así como a la oportunidad de responder a la sentencia del juez. Eran años en los que a una persona podían encarcelarla por decir algo que no debía en su jardín delantero, como le ocurrió en 1803 al poeta William Blake. El chiste invierte la correlación entre amabilidad y clase social, en la que el delincuente condenado asume aires de refinamiento ofendido.
El otro chiste hacía referencia a John «Walking» Stewart (1747-1822). Este filósofo, amigo de Thomas Paine y William Wordsworth, había llegado a pie [de ahí su apodo de «caminante»] desde Madrás, atravesando India, Persia, Arabia, Abisinia y África, a Europa, para finalmente instalarse en Londres en 1803. Se le atribuye la famosa deducción irónica de que, después de naufragar, vio a un hombre colgado en una horca y concluyó que «estamos en una sociedad civilizada». El chiste estaba en que mientras que la mayor parte del mundo no ahorcaba ni exhibía el cadáver de sus convictos, Inglaterra se sentía superior por hacerlo.
De hecho, la «civilización» estaba experimentando poderosos cambios. Instituyó estructuras que perjudicaron profundamente a sociedades humanas de todo el mundo y a la geología de toda la Tierra. Tres de estas estructuras –los cercamientos, la esclavitud y la mecanización– demostraron ser tan dinámicas como opresivas. «Algo debe de ir mal en el sistema de gobierno cuando, en países llamados civilizados, vemos a los viejos enviados a asilos para pobres y a los jóvenes al patíbulo», escribió Thomas Paine[5]. En Inglaterra y Gales, esas magnitudes superaron a las víctimas del terror revolucionario francés. Entre 1770 y 1830 fueron condenadas a muerte treinta y cinco mil personas, y quizá fueran ejecutadas de hecho siete mil[6]. En Irlanda, treinta mil personas murieron violentamente en la represión que siguió a la Rebelión de 1798.
El término inglés gibbet podía hacer referencia tanto al patíbulo como a un poste con un brazo perpendicular con una cadena de la que colgaba el cuerpo de los criminales ejecutados, como carroña para las aves y advertencia para otros (fig. 4)[7]. Esta «civilización» estaba sostenida por un proletariado cuya morbidez era de tanto interés para el Estado como su generación o «creación». La horca proporcionaba el espectáculo de la tanatocracia. El humor patibulario ayudó a devolver la jugada.
Figura 4. Ahorcamiento múltiple de Marcus Despard, John Francis, John Wood, James Sedgwick Wratten, Thomas Broughton, Arthur Graham y John Macnamara en la cárcel de Horsemonger Lane, Morning Chronicle, 22 de febrero de 1803.
Criados, artesanos, marineros y esclavos eran los principales componentes del proletariado, correspondiendo, respectivamente, al capitalismo en sus modos financiero, fabril, agrario y mercantil. Fue a este tipo de trabajadores, como los hombres que lo acompañaron en el patíbulo, al que apeló Despard, esperando encontrar, mediante la palabra o el ejemplo, a quienes prefiriesen el riesgo de la insurgencia que padecer la degradación. Unos cuantos ejemplos de cada uno muestran que el procedimiento de la horca empezaba a resultar contraproducente. También pueden sugerir quiénes estaban del lado de lo común.
En una población aproximada de nueve millones de habitantes, 900.000 eran criados, y de estos, 800.000 eran mujeres. El historiador moderno de estos trabajadores observa que «los criados domésticos constituyeron una especie de primera fuerza de trabajo moderna por su enorme número, y por la cantidad de “contrato” hablada por ellos y sobre ellos»[8]. El estilo de vida de las clases altas y medias dependía de sus trabajos: fregaban suelos, lavaban la ropa, vaciaban los orinales, limpiaban retretes, cocinaban y servían cenas, encendían chimeneas y retiraban las cenizas, desempolvaban habitaciones, barrían escaleras, hacían las camas, ordeñaban las vacas, desmalezaban los huertos, cambiaban pañales, guardaban secretos, consolaban a los niños, pelaban patatas, etcétera, etcétera.
La Waltham Black Act de 1723 –el «código sangriento»– calificaba de capitales cientos de ofensas. Entre ellas, incendiar un pajar. Por eso, Elizabeth Salmon fue condenada a muerte en el Juicio de Cuaresma [Lent Assize] de Thetford en 1802[9]. El granero contenía cosas que había reunido. Algunas procedían también de los terrenos comunales vecinos, sin permiso de los propietarios. Le prendió fuego a un pajar perteneciente al hombre que vivía con ella. Él, sin embargo, la abandonó después de venderle el granero a otro, que presentó una demanda contra ella. Tras prometer quemar el granero antes de dejar que lo vendieran, Salmon llamó a algunos vecinos para que presenciaran cómo usaba brasas, que avivaba con sus gritos, para incinerarlo. Los jueces sentenciaron que «la propiedad no se había establecido con precisión»[10]. No está claro si se referían a los tipos de heno del pajar, a las variedades de su apropiación, o a las múltiples reivindicaciones de propiedad. Sin importar a qué se referían, la declaración podría ser representativa de la época. A pesar de la dificultad para verificar los hechos, la criminalización y los ahorcamientos seguían adelante.
Thomas Paine creció en Thetford, cuando la recolección de la cosecha era una labor comunitaria y colectiva. En la Inglaterra de 1802, el respeto a Thomas Paine solo podía expresarse de broma. Bannantine cuenta un chiste que