Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
de Ciudad del Cabo en 2015.
Además de ser respaldado por universidades, este libro tiene sus orígenes en muchos encuentros en espacios situados fuera de los muros de dichas instituciones: el May Day Rooms, 88 Fleet Street; el Blue Mountain Center (Adirondacks), durante una semana sobre lo común, 2010; el Andrew Kopkind Center, Vermont, para una semana sobre lo común, verano de 2014; la Escuela Marxista de Sacramento; y la Marx Memorial Library, 2013. Estoy en deuda con el congreso Down with the Fences! The Struggle for the Global Commons [¡Abajo las cercas! La lucha por los bienes comunales mundiales], organizado por el Grupo de Historia Radical de Bristol; el congreso Reconsiderando el marxismo, celebrado en Amherst en noviembre de 2003; Andre Grubacic, del California Institute of Integral Studies, San Francisco; ferias de libros anarquistas en Londres y San Francisco, 2014; el congreso Escritos en la Pared, celebrado en Liverpool en 2001; Sheil Rowbotham, de Cork, Irlanda, por su compañía el Primero de Mayo; el Left Forum de la Ciudad de Nueva York; y Boxcar Books, Indianapolis. Doy las gracias a Tom Chisholm por una destacada visita en 2003 a la Reserva Ojibway, en la Península Superior de los Grandes Lagos.
He disfrutado de debates directos, en diferentes ocasiones, con E. J. Hobsbawm y Perry Anderson, y discusiones con Staughton Lynd y Marty Glaberman. Alexander Cockburn y Jeffery St. Clair me ofrecieron su hospitalidad estadounidense y angloirlandesa y un completo apoyo. Alan Haber y Joel Kovel fueron asistentes indispensables. Robin D. G. Kelley estuvo siempre dispuesto a dejar por un rato sus propios temas y responder diversas solicitudes en la recuperación siempre creciente de la historia afroamericana. George Caffentzis y Silvia Federici han sido como viejos robles para este proyecto.
Agradezco a los indignados de España, en especial Ana Méndez, y a quienes me invitaron a dar una conferencia en el Museo Reina Sofía de Madrid, en 2013. Gustavo Esteva, de la Universidad de la Tierra, en Oaxaca, me habló de los usos y costumbres de México. Estudiosos y traductores de Estambul, tierra natal de Esopo, me ayudaron a entender la historia humana a la luz de la sabiduría de otras criaturas.
Ha habido muchos cuyos trabajos, pensamientos y ejemplos han sido esenciales y valiosos: Penelope Rosemont, Ruthie Gilmore, David Lloyd, Christine Heatherton, David McNally, Roxanne Dunbar-Ortiz, Michael Löwy, Henrietta Guest, John Barrel, Dan Coughlin, Massimo De Angelis, Joanne Wypijewski, Amy Goodman, «Poetree», Laura Flanders, Astra Taylor, Mumia abu Jamal, Lucien van der Linden, Peter Alexander, Deborah Chasman, Peter Werbe, Bettina Berch, Forrest Hylton, Fran Shor, Michael West, Anthony Barnett, Justus Rosenberg, Cedric Robinson y Richard Mabey.
Tres compañeros en particular me han acompañado en diferentes fases de esta búsqueda. Manuel Yang, que me dio respuestas apasionadas a mis primeros borradores tentativos, y cuyo trabajo sobre Yoshimoto Taka’aki fue inestimable; el cineasta David Riker, que me ofreció un apoyo constante, y cuyos relatos incomparables fueron siempre un ejemplo a seguir; e Iain Boal, el sostén del Retort Group de Arch Street, Berkeley, que publicó mi libro Ned Ludd and Queen Mab, y me acompañó en muchos viajes y paseos, incluidas dos «giras de Albión» en 2015 y 2017. En Edimburgo, en la primera de estas giras, encontré un ladrillo en el suelo con la inscripción de palabras de David Lindsay del siglo XVI que se recogen en un epígrafe de este libro y una solemne esperanza: «Tengamos los libros necesarios para el bien común».
Uno busca apoyo donde puede, y Edimburgo no fue el único lugar en el que encontré donde asentar los pies. En Grahamstown, Sudáfrica, caminaba a diario por el margen lleno de hierba de Africa Street, a lo largo de los campos de juego de un colegio caro. A ambos lados de las altas vallas que lo separaban de la carretera, observé pequeños montículos hechos por los topos que excavaban sus túneles en el subsuelo. Al final del día, serían aplastados por los jardineros o por el par de burros que usaban la orilla de la calle como su espacio común para pastar. Pero a diario, en especial después de llover, aparecían nuevas pruebas de su persistencia. Pasar tiempo en un país de mineros me recordó la masacre de Marikana (2012) y la fábula de Hamlet, Hegel y Marx ¡Bien dicho, viejo topo!
Phil Bonner y Noor Nieftagodien, del Taller de Historia de Witswatersrand, me dieron la bienvenida a Johannesburgo. Nicole Ulrich, Lucien van der Walt y Richard Pithouse, me recibieron en la Rhodes University en Grahamstown. Allí redacté el primer borrador, en 2015, mientras los estudiantes intentaban cambiar el nombre de la universidad. Las variedades de aprovechamiento común, ya fuese un manantial de agua fresca del monte en primavera o ganado pastando en los suburbios, eran invisibles a simple vista. Una relajada agrupación de lectores de mis borradores, procedentes de Palestina, Namibia, Libia y Sudáfrica, se reunía semanalmente con el nombre de «Pig Club», nombrado en honor a las curiosas reglas de conducta democráticas de una cooperativa de Linconshire en el siglo XIX («solo hablará una persona al tiempo, y permanecerá de pie»).
El segundo borrador lo terminé en 2017, en Ann Arbor, Michigan. Agradezco al Eisenberg Institute, de la Universidad de Michigan, el acceso a privilegios de préstamo bibliotecario, y al personal de la Clement Library, su ayuda. Esto fue posible gracias a la cortesía del profesor Ronald Suny, así como su reunión del MSG Group. Doy las gracias a Julie Herrada, directora de la Joseph A. Labadie Collection, por su archivo sobre trabajo y anarquismo. En la Eastern Michigan University en Ypsilanti, agradezco a Christine Hume, poeta; a Jeff Clark, artista; y a Ruth Martusewicz por el congreso sobre Ecología y Activismo de 2016.
Le estoy especialmente agradecido a Megan Blackshear, de la cordial librería Bookbound, en Ann Arbor, y su amistoso lema editorial: «¡Ve a lo grande, o vete a casa!». Nos reunimos semanalmente durante un año a repasar los capítulos. Nuestro trabajo parecía una reversión a un tiempo en el que la producción y la distribución no estaban tan separadas, un ejemplo celular de lo común. El borrador se completó durante una reanudación de la oposición a la violencia racista ejercida por la policía. El asesinato en Ann Arbor de Aura Rosser en 2014 reunió a estudiantes, artistas y activistas, que me animaron a ver también la búsqueda descrita en este libro como una historia de los orígenes.
Niels Hooper ha sido un editor espléndido, alentador, paciente y perspicaz. Ann Donahue fue inmensamente útil en la producción de un tercer borrador, y después copió y editó un manuscrito cuyas referencias se fueron reuniendo a lo largo de tres décadas que abarcaron dos siglos y tres continentes, durante la gran transición a las herramientas de escritura electrónicas y digitales. Batalló cuidadosamente con las incongruencias y las confusiones de este estudio itinerante. De los errores resultantes, yo soy el único responsable.
Riley Linebaugh acompañó estos temas desde una niñez en Dublín hasta las discusiones universitarias en el Café Ambrosia y la asistencia en 2014 a la escuelita zapatista. Animada por la ira contra los disparos policiales en Ferguson, Missouri, y experta en su propio oficio, también ella localizó importantes documentos de los manuscritos Place en la British Library (entre otras investigaciones) y me proporcionó continuamente comentarios agudos y comprensivos.
Michaela Brennan, enfermera de salud pública y activista, me ha acompañado en esta búsqueda a cada paso del camino, aportándole no solo el golpe de la irreverencia sino también la llama de la ira justificada. Y así, con todos los tipos de amor (¡eros, filia y ágape!) a ella le dedico Roja esfera ardiente.
Prólogo
El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y el enemigo no ha cesado de vencer.
Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia
Cualquiera que haya leído La hidra de la revolución, el magnífico libro de 2000 escrito en colaboración por Peter Linebaugh y Marcus Rediker, estará algo familiarizado con el relato principal contado en Roja esfera ardiente, el de Edward «Ned» Despard y su compañera Catherine, o «Kate». Como se contaba muy brevemente en el último capítulo de ese libro, la historia es la del hijo de una familia menor de terratenientes anglo-irlandeses, que a finales del siglo XVIII sirvió como ingeniero en el ejército británico, principalmente en el Caribe y Centroamérica, y acabó siendo administrador en Honduras y Belice. Allí conoció a Catherine, una criolla con la que se casó y regresó a Londres, después de que los intereses de plantación y madereros lo expulsaran por defender los derechos de lo común. En Londres,