Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
y atlánticos[10]. Mi enfoque sustituye la pregunta de quién lo hizo por la de por qué preocuparse, que se responde mediante las perspectivas cambiantes de lo común, desde lo local a lo nacional, a lo imperial, a lo terráqueo, a lo trasatlántico y a la esfera roja.
Las «últimas palabras» de Ned («Despard en el horca») expresan la visión que Ned y Kate tenían de lo común. «Dones de la civilización» muestra cómo el desarrollo del humor patibulario empezó a debilitar los efectos represivos de la horca. Toma ejemplos significativos de los principales componentes del proletariado, a saber, criados, artesanos, esclavos y marineros. Estos pueden convertirse en divisiones políticas dentro de la clase obrera. «Manzanas del árbol verde de la libertad» finaliza con las «últimas palabras» de otros revolucionarios irlandeses martirizados durante la Rebelión de 1798. Sus discursos demuestran tanto la liberación colonial como lo común. Los combatientes por la libertad irlandesa transformaron el patíbulo, de escenario de terror, a plataforma de resistencia.
3. El primero de los dos capítulos de «Subsuelo y clandestinidad» hace referencia a los estratos geológicos situados bajo tierra («El Antropoceno y los estadios de la historia»). La raza humana estaba cambiando, al igual que el planeta Tierra. Los cercamientos, la esclavitud, la energía de vapor y el carbón, estos últimos con consecuencias ctónicas involuntarias, estaban sobre nosotros. La Comisión Internacional sobre Estratigrafía, perteneciente a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, ha tomado en consideración el término Antropoceno para designar una nueva era que, según se dice, ha comenzado en este tiempo, con sus «perturbaciones humanas del sistema terrestre»[11].
En lugar de asociarla con las terribles connotaciones del Antropoceno, la época ha sido relacionada tradicionalmente con las connotaciones progresistas de la Revolución industrial. Sus máquinas accionadas con energía de vapor y alojadas en fábricas formaron un sistema automático que trastocó la relación entre el trabajo humano y las herramientas, eliminando la inteligencia, privando del interés, prohibiendo el juego, y consumiendo la vida y porciones de cuerpo de los humanos. Un error en parte de nuestro pensamiento actual salta de nuestra era de puesta en común en internet a los bienes comunales agrícolas de la Europa medieval, omitiendo el periodo en el que «la mecanización asumió el mando»[12], en el que el archipiélago de cárceles comenzó a extenderse por el mundo, y en el que los barcos de la muerte (el pasaje del medio) y los campos de la muerte (plantaciones) se convirtieron en motores de acumulación. Esta omisión impide analizar la lucha entre quienes perdieron lo común y los terratenientes, los banqueros y los industriales, que fueron responsables de las «perturbaciones humanas del sistema terrestre» y que pusieron el mundo de cabeza, al invertir la litosfera y la estratosfera.
El historiador que describe los orígenes del capitalismo observa con escepticismo el aura de inevitabilidad que lo acompañó, porque en su desfile de la victoria los dirigentes de la historia no solo pisotearon a los perdedores, como señaló Walter Benjamin, sino que afirmaron que no había alternativa. La historia se convirtió en una máquina con leyes, determinaciones, e inevitabilidades llamadas «mejora», «desarrollo» o «progreso». Ned y Kate proporcionan un antídoto a ese determinismo. Ned y Kate fueron revolucionarios, un hombre y una mujer que trabajaban de manera consciente con otros para cambiar el curso de la historia y obtener fines específicos.
«E. P. Thompson y lo común en Irlanda» trata de la necesidad de la organización soterrada cuando el aparato represivo de la clase dominante empuja a la oposición al exilio, el silencio o el engaño. Inspirándose en Hamlet, historiadores como Hegel o Marx han equiparado este soterramiento con el topo. Otros lo relacionan con el infierno, «el vientre de la bestia». Lo común persistió bajo la superficie. Por una parte, su radicalismo, del cognado raíces, desarrolló un vasto micelio. Los significados geológicos, políticos y míticos, por otra parte, se aplican a una falsa filosofía de la historia y a una asombrosa omisión en la historiografía. Abundan las coincidencias en el momento de la detención de Despard, en noviembre de 1802: el socialismo científico (Engels), la teoría de la tierra (Hutton), el carbón como energía industrial y, por último, el propio Antropoceno. Uno de los temas de esta historia es lo «sumergido», de modo que pensar en montañas bajo el mar no es más extraño que encontrar pruebas del mar entre las montañas, como tan a menudo hacían los buscadores de fósiles de la época.
4. Los cinco capítulos de «Irlanda» buscan significados de lo común a través de hechos biográficos en la vida y la familia de Edward Marcus Despard.
En primer lugar, lo «común» expresa aquello que la clase obrera perdió cuando se le retiraron los recursos de subsistencia; y en segundo lugar, expresa visiones idealizadas de liberté, égalité y fraternité. Como término, común es indispensable a pesar de sus complejas asociaciones con el romanticismo y el comunismo. Podemos pensar en lo común como negación, es decir, lo opuesto a la privatización, la conquista, la mercantilización y el individualismo. Esto, sin embargo, es poner el carro delante de los bueyes. Si lo común constituye una categoría demasiado general porque es susceptible de un mal uso idealizador, el remedio no es descartarlo sino, por el contrario, empezar el análisis por medio de la inducción histórica. Cuando Tácito, el historiador romano del siglo I, lo describió entre las tribus germánicas, se convirtió en un galimatías lingüístico y económico para generaciones y generaciones de estudiosos de lo común.
Estamos inclinados a situar lo común en la Edad Media, como un hábito de la mente o un hábito del ser –incluso una nostalgia del habitus u hogar– que deriva de la teoría de las fases de la historia conocida como estadialismo. Para la historia contemporánea, la dinámica antagonista entre el Estado y lo común empezó en el siglo XVI. En sus orígenes renacentistas, el Estado se oponía a lo común. En vísperas de la disolución de los monasterios por Enrique VIII en 1536, la mayor incautación estatal de tierras en la historia británica, Thomas Elyot, asesor de Enrique VIII, escribió el Book Named the Governor (1531). Elyot comienza distinguiendo la res publica de la res communis, definiendo esta última como «todo aquello que debería ser de todos los hombres en común». Afirma que estaba defendida por los plebeyos y que carecía de orden, estado o jerarquía. Esta distinción entre lo público, o ámbito del Estado, y lo común, o ámbito de la gente corriente, se convirtió en esencia del arte de gobernar.
La concepción planetaria de lo común hace referencia a la idea desarrollada en el cristianismo, la Ilustración y el Romanticismo. Gerrard Winstanley, cavador radical de la Revolución inglesa, decía por ejemplo que la tierra es un tesoro común para todos, mientras que el filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau tomó lo común como punto de partida de la historia del hombre[13]. Los poetas románticos ampliaron la noción en la década de 1790, ayudados por Thomas Spence, el humilde e incansable defensor de los espacios comunales agrarios.
Despard era una parte menor de la ascendencia protestante anglo-irlandesa, es decir, la clase dominante de protestantes de lengua inglesa, en contraste con el campesinado católico y de habla irlandesa («Habendum» y «Hotchpot»). Sus ancestros llegaron a Irlanda en tiempos de la reina Isabel, cuando uno de sus conquistadores –John Harington (1560-1612)– apuntó que «La traición nunca prospera. ¿Por qué razón? Porque si prosperase nadie osaría llamarla traición», relacionando indirectamente la liberación colonial con el cambio revolucionario en la metrópoli. La narración irlandesa se mantenía abierta; conservaba y expresaba relaciones milagrosas («¡Y de todos modos, eso es cierto!». El propio Ned prosperó más por talento que por propiedad y logró escapar de la guerra agraria de los «Chicos Blancos» irlandeses contra los cercamientos gracias a un cargo en el ejército británico, que le acabó llevando a su traslado al Caribe («Un muchacho entre los Chicos Blancos»).
5. En los cuatro capítulos que componen «América», presentamos a Kate y el significado del «amor» en una sociedad esclavista («¡América! ¡Utopía! ¡Igualdad! Una mierda»). Como escribía el irlandés Lawrence Sterne al africano Ignatio Sancho, «No es raro, mi buen