Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_38f76cc4-2934-5897-8340-9e9d98166c78">[7] G. Esteva y M. S. Prakash, Grassroots Post-Modernism, Nueva York, 1997; R. Patel, The Value of Nothing: How to Reshape Market Society and Redefine Democracy, Nueva York, 2009; L. Hyde, Common as Air: Revolution, Art, and Ownership, Nueva York, 2010; M. Hardt y A. Negri, Commonwealth, Cambridge, 2009 [ed. cast.: Commonwealth, el proyecto de una revolución del común, Madrid, 2011]; D. Graeber, Debt: The First 5.000 Years, Nueva York, 2011; H. Reid y B. Taylor, Recovering the Commons: Democracy, Place and Global Justice, Urbana, IL, 2010; D. Bollier, Silent Theft: The Private Plunder of Our Common Wealth, Nueva York, 2002; I. Boal, J. Stone, M. Watts y C. Winslow (eds.), West of Eden: Communes and Utopia in Northern California, Oakland, 2012; M. De Angelis, Omnia Sunt Communia: On the Commons and the Transformations of Postcapitalism, Londres, 2017; G. C. Caffentzis, «On the Scottish Origin of “Civilization”», en S. Federici (ed.), Enduring Western Civilization: The Construction of the Concept of Western Civilization and Its “Others”», Westport, CT, 1995.
[8] S. Federici, Re-enchanting the Commons: Feminism and the Politics of the Commons, Oakland, 2018 [ed. cast.: Reencantar el mundo. El feminismo y la teoría de los comunes, Madrid, 2020].
[9] H. Mayhew, London Life and London Labour, Nueva York, 1968, vol. 2, p. 256.
[10] E. P. Thompson, The Making of the English Working Class, Nueva York, 1963 [ed. cast.: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid, 2012]; D. Worrall, Radical Culture: Discourse, Resistance and Surveillance, 1790-1820, Detroit, 1992; I. McCalman, Radical Underworld: Prophets, Revolutionaries, and Pornographers in London 1795-1840, Cambridge, 1988; M. Elliott, «The “Despard Conspiracy” Reconsidered», Past and Present 75, 1977; A. Hone, For the Cause of Truth: Radicalism in London, 1796-1821, Oxford, 1982; M. Chase, The People’s Farm: English Radical Agrarianism, 1775-1840, Londres, 2010; C. D. Conner, Colonel Despard: The Life and Times of an Anglo-Irish Rebel, Conshohocken, PA, 2000; M. Jay, The Unfortunate Colonel Despard: Hero and Traitor in Britain’s First War on Terror, Londres, 2004; R. Wells, Wretched Faces: Famine in Wartime England, 1763-1803, Gloucester, 1988.
[11] J. Zalasiewicz, A. Cearreta, P. Crutzen, E. Ellis, M. Ellis, J. Grinevald, J. McNeill, C. Poirier, S. Price, D. Richter, M. Scholes, W. Steffen, D. Vidas, C. Waters, M. Williams y A. P. Wolfe, «Response to Austin and Holbrook on “Is the Anthropocene an Issue of Stratigraphy or Pop Culture?”», Geological Society of America Groundwork 22, octubre de 2012, e21-22.
[12] S. Giedion, Mechanization Takes Command: A Contribution to Anonimous History, Nueva York, 1969.
[13] J.-J. Rousseau, Discourse on Inequality, Londres, 1754.
[14] J. M. Neeson, Commoners: Common Right, Enclosure, and Social Change in England, 1700-1820, Cambridge, 1993, p. 3.
[15] J. C. Scott, Against the Grain: A Deep History of the Earliest States, New Haven, 2017.
[16] A Dictionary of the English Language, Londres, 1755.
[17] T. More, Utopia, Londres, 1923, pp. 43-44 [ed. cast.: Utopía, Madrid, 2011].
[18] J. Locke, Two Treatises of Government, Nueva York, 1956, p. 145.
[19] J. S. Scott, The Common Wind: Currents of Afro-American Communication in the Era of the Haitian Revolution, Londres, 2018.
[20] S. Buck-Morss, Hegel, Haiti, and Universal History, Pittsburgh, 2009, p. 60.
Primera parte
La búsqueda
Figuras 1 y 2. «Antes de la revolución» y «Después de la revolución». Dos fichas monetiformes acuñadas por Thomas Spence.
A
LA BÚSQUEDA
1. La tumba de una mujer
Un ventoso día otoñal del año 2000 fui a dar un paseo con mi familia y unos amigos por el camino de sirga del Gran Canal, a las afueras de Dublín. Nos estábamos tomando un fin de semana de descanso en el trabajo de documentación de archivo sobre la Rebelión irlandesa de 1798. El 98 fue el momento crucial de esa época revolucionaria. La idea era combinar una excursión agradable con un reconocimiento preliminar. En el camino me paré ante un rosal silvestre. Tenía una sola rosa roja, con los pétalos relucientes en la luz del atardecer por las gotas de un chaparrón reciente. Además de formar parte de una época revolucionaria, el 98 se produjo durante el Romanticismo, y esa rosa, en ese lugar, en ese momento, me pareció una señal de ánimo.
Estaba buscando los restos de Catherine Despard. Después de que el coronel Edward Marcus Despard fuese ahorcado y decapitado en Londres, el 21 de febrero de 1803, por traición a la Corona, su viuda Catherine, la intrépida revolucionaria afroamericana, después de hacer lo posible por asegurarle un entierro decente, desapareció, parece, del registro archivístico para sumergirse en el silencio histórico[1].
¿Debía pensar en ella como una esclava o una mujer afroamericana –perdida ahora y lejos de su cultura étnica– que había sido emancipada de la plantación de esclavos atlántica, cuyos terrores formaban la base de las riquezas europeas? ¿O había otras formas de contemplarla? Como reformista del sistema carcelario; como ayudante y compañera; como figura del West End londinense, moviéndose con afán bajo los plátanos de sombra recientemente plantados (1789) en Berkeley Square, donde tuvo por vecino a Charles James Fox, el gran político reformador. Ella había dirigido sus esfuerzos para limitar los instintos de cercamiento de la elite, los señores del imperio. ¿Debemos entonces agradecerle que se asegurara de que el panóptico de Jeremy Bentham se convirtiese solo en una idea distópica del imaginario totalitario? ¿Debía yo verla como conocida de lord Horatio Nelson, ya por entonces héroe del país? ¿Como aquella que logró alterar tanto al magistrado jefe de la nueva policía londinense como para hacerlo quejarse lastimosamente ante el secretario de Interior, deseando que esa mujer se esfumara sin más?
Frente a frente, una mujer ante un hombre, una descendiente de esclavos ante un señor del reino, Catherine Despard le expresó la verdad al poder. Experimentada en dos o tres continentes, fue una revolucionaria de su tiempo. Su historia es la de la clase obrera en un tiempo en el que las mujeres, como los esclavos afroamericanos, generaban la riqueza de Europa y, así se pretendía, también reproducían esa mercancía imposible, los futuros trabajadores. En el contexto de la historia irlandesa, debería compararse con Anne Devlin, la fiel camarada de Robert Emmet, también ahorcado y decapitado en septiembre de 1803, seis meses después que Despard. Devlin, que llevó una vida revolucionaria en la clandestinidad, vivió hasta 1851, pero fue olvidada. Las mujeres eran mensajeras de los ideales revolucionarios. En la lejana Saint-Domingue, la que pronto sería república independiente de Haití, Rochambeau, el comandante de Napoleón contra los antiguos esclavos, ordenó en Cap-Français (Haití), en febrero