Roja esfera ardiente. Peter Linebaugh
indómita osadía, de repulsa y derrota que oyó en su niñez de los jornaleros de su padre mientras araban y gradaban la antigua finca que rodeaba las viejas ruinas del señorial O’Byrne»[11]. Los relatos pertenecían a la tierra; eran de ella y estaban en ella. ¿Era Catherine consciente de que Liamuin había desobedecido a un rey? ¿La conocían a ella criados, artesanos, peones y campesinos y sabían su historia? La sabiduría popular de la localización contribuyó a la conspiración revolucionaria desarrollada en Irlanda en la primavera y el verano de 1803.
El cuento narrado en el Libro de Leinster trata de la desobediencia de las cuatro hijas de un rey. Una, Liamuin, era una guerrera, y está enterrada en la colina de la heredad de Lyons, «a la mujer con atavío nupcial la matan, y su nombre se adhiere a la montaña». La colina toma su nombre del entierro de esta mujer legendaria que desobedeció a su padre, el rey. «Liamuin es asesinada, perfecta de temperamento, de espesa cabellera, diestra en la defensa; halló la muerte por su peculiar proeza, por la que Liamuin es tan célebre.» A diferencia de Catherine, Liamuin fue enterrada con su esposo, «la pareja de soldados de manos blancas, juntos están los dos enamorados». Catherine Despard también cuestionó la autoridad del rey, Jorge III. Los versos comienzan como sigue: «El notable lugar de Leinster, enormidad de valor atribuyen los historiadores a los lugares notables, y después los raths, muchas son las causas que les dan nombre»[12].
Nos referimos a lo que se ha llamado «la Irlanda oculta»[13]. Sin embargo, podemos fácilmente mencionar las causas de Catherine: abolición, independencia, emancipación, mejora. Juntos podrían resumirse, como sostendrá este libro, como lo común. Hay una belleza romántica en esta idea, razón por la cual me llamó tanto la atención la rosa hallada en el camino de sirga de Lyons mientras buscaba la tumba de Catherine.
[1] El Jackson’s Oxford Journal, 16 de septiembre de 1815, informó de que la señora Despard había fallecido en Somers Town, Londres, una noticia también publicada cinco meses más tarde al otro lado del Atlántico en el New England Palladium. Estas referencias las halló Bernadette M. Gillis, «A Caribbean Coupling beyond Black and White», tesis de grado, Duke University, 2014, p. 54.
[2] P. R. Girard, The Slaves Who Defeated Napoleon: Toussaint Louverture and the Haitian War of Independence, 1801-1804, Tuscaloosa, 2011, p. 288.
[3] J. M. Lawless, Personal Recollections, Dublín, 1849, p. 48; M. Jay, The Unfortunate Colonel Despard: Hero and Traitor in Britain’s First War on Terror, Londres, 2004, p. 310.
[4] Lyons Demesne: A Georgian Treasure Restored to the Nation, Belfast, 1999.
[5] NA, PC I/3117
[6] Elgin las había transportado a Gran Bretaña para decorar su mansión en Escocia antes de venderlas al Museo Británico.
[7] P. Way, Common Labour: Workers and the Digging of North American Canals, 1780-1860, Nueva York, 1993.
[8] R. Delany, The Grand Canal of Ireland, Dublín, 1995, p. 44.
[9] E. J. Gwynn, The Metrical Dindshenchas, Dublín, 1903-1935.
[10] J. Connolly, Labour in Irish History, Dublín, 1983. Véase también D. Lloyd, «Rethinking National Marxism: James Connolly and “Celtic Communism”», en Irish Times: Temporalities of Modernity, Dublín, 2008.
[11] J. Connolly, cit.
[12] «Book of Leinster», MS H 2.18, cat. 1339, Trinity College Dublin. Véase también P. O’Sullivan (ed.), Newcastle Lyons. A Parish of the Pale, Dublín, 1986.
[13] D. Corkery, The Hidden Ireland: A Study of Gaelic Munster in the Eighteenth Century, Dublín, 1924.
2. La búsqueda de lo común
En 1807, quien fuera amigo de Robert Emmet en la universidad, el poeta romántico Thomas Moore, expresó también nostalgia y soledad con la metáfora de la rosa, tras el fracaso del proyecto revolucionario de Emmet:
Es la última rosa del verano
florecida en soledad;
todas sus hermosas compañeras
están marchitas e idas;
ninguna flor pariente suya,
ningún capullo cercano
que refleje sus sonrojos,
o suspire con sus suspiros[1].
El sentimiento es fuerte, y el dolor, palpable. Emmet es una flor. La expresión estética de la historia puede ser un problema. El símbolo, la rosa, no nos conduce a los principios por los que él murió. El efecto poético está alimentado por el silencio o el aislamiento. Contemplando el poema, la muerte de Despard y Emmet en 1803, y la aparición de la rosa en el camino de sirga en 2000, no pude sino sonrojarme, suspirar, y volver a mi búsqueda, que había dejado ya de estar fusionada con la rosa del sendero.
Aunque no pertenecía a la Sociedad de los Irlandeses Unidos, Moore se convirtió en un poeta romántico nacional que tradujo al inglés las canciones irlandesas del Festival de Arpa de Belfast celebrado de 1793, en el proceso de convertir lo que era de espíritu indígena y salvaje en elegancia literaria urbana. En referencia a Emmet, escribió directamente lo siguiente:
¡Oh! No susurréis su nombre, dejadlo dormir a la sombra,
donde frías y sin honores yacen sus reliquias:
tristes, silentes y oscuras serán las lágrimas que derramemos,
como el rocío nocturno caído en la hierba que cubre su cabeza[2].
El silencio persiste. En palabras memorizadas por el joven Abraham Lincoln, comprensivas con las cuitas de los irlandeses, y conmemoradas por W. B. Yeats y en los corazones de los irlandeses, Robert Emmet habló a la conclusión de su juicio, por encima de las interrupciones intimidatorias del juez:
Me dirijo ahora a mi tumba fría y silenciosa, la lámpara de mi vida está casi extinta, mi carrera ha terminado, la tumba se abre para recibirme y yo me hundo en su seno. En mi partida, solo tengo una cosa que pedirle al mundo. Es la caridad de su silencio, que ningún hombre escriba mi epitafio, porque ningún hombre que conozca mis motivos se atreverá a reivindicarlos, no sea que el prejuicio o la ignorancia los pongan en entredicho, dejadnos a ellos y a mí reposar en la oscuridad y en paz y que mi tumba permanezca sin inscripciones, hasta que otros tiempos y otros hombres puedan hacerle justicia a mi carácter; cuando mi país ocupe su lugar entre las naciones de la Tierra, entonces, solo entonces, podrá escribirse mi epitafio[3].
Hay dos tipos de silencio. El silencio real que