Leer antes. Márgara Noemí Averbach
años, apenas salida de la Facultad de Filosofía y Letras, fui con una amiga a pedir trabajo. Y el director del suplemento del primer diario en que trabajé (estas reseñas pertenecen en su gran mayoría a mi largo período en el segundo) terminó aceptándonos. Mi amiga lo dejó enseguida. Yo no. Para mí, amante feroz de la lectura, ese trabajo era uno de los mejores del mundo: un trabajo en el que me pagaban por leer.
NOTAS PRINCIPALES
ENTREVISTAS A ESCRITORES
Prólogo
Para quienes hacemos crítica literaria, la entrevista es una práctica poco frecuente. Nuestro trabajo se relaciona con la obra más que con la persona que la produjo. Por otra parte, los periodistas del cuerpo principal del diario hacen todo tipo de entrevistas: a políticos, a jueces, a médicos, etc. En cambio, nosotros, los “críticos literarios” entrevistamos casi únicamente a escritores.
Tal vez por eso, hay ciertas preguntas generales que se repiten en casi todas las entrevistas que hacemos, preguntas que tienen que ver con la escritura misma. Con esas preguntas sobre el trabajo del escritor es posible, aunque para nada conveniente, llevar a cabo una entrevista a un escritor sin haber leído su obra. Como escritora, me molesta bastante ese tipo de entrevistas, que giran siempre alrededor de preguntas del estilo de: ¿Cuál es su método de escritura?, ¿Qué siente cuando ve un libro publicado?, ¿Se arrepintió de haber publicado alguno de sus libros?, ¿Cuál de sus libros prefiere?
Al contrario, cuando hay lectura previa (en lo posible de más de una obra del autor o autora, idealmente de toda la obra), las preguntas son específicas y los resultados, mucho más satisfactorios para los dos colaboradores/autores de la nota y para quienes lean la entrevista más adelante. Y sin embargo, eso no significa que no se hagan las preguntas generales: de hecho yo hago algunas con bastante frecuencia, como puede verse en los ejemplos de esta sección.
Las entrevistas no se llevan a cabo siempre de la misma forma. La más común y tal vez la más satisfactoria para el entrevistador es la que se realiza cara a cara, es decir, una en la que entrevistador y entrevistado se reúnen en un mismo lugar, ya sea neutral (un café, un hotel) o no (las instalaciones de la publicación en que trabaja el periodista o la casa del escritor). Pero en ciertos casos, eso es imposible por lejanía geográfica y las entrevistas se realizan por otros medios: yo llevé a cabo entrevistas por teléfono y también por correo electrónico.
La comunicación telefónica disminuye la comunicación en el sentido de que quien pregunta no tiene contacto directo con el entrevistado, no ve ni sus expresiones físicas ni sus gestos, que podría describir en la nota. Lo que se preserva es el tono de voz, que por supuesto es uno de los centros de la comunicación oral.
En las entrevistas por correo electrónico, lo oral desaparece. En mi caso, entré a ese tipo de comunicación al revés: como entrevistada. Por correo electrónico, el género “entrevista” cambia enormemente porque deja de ser esencialmente la transcripción de un texto oral, a dos voces, y se convierte en un diálogo por escrito (de esos que históricamente se daban en la correspondencia, con largos monólogos de los dos lados y mucho tiempo entre pregunta y respuesta; y que ahora, con el correo electrónico o el chat se han convertido en verdaderos diálogos instantáneos que, sin embargo, no son orales sino escritos). La entrevista al escritor griego Markaris que aparece en esta sección se hizo de esa forma y es evidente que se trata de otro tipo de texto porque ambos interlocutores pueden revisar y redactar cuidadosamente el discurso: es un diálogo pero sin ninguna espontaneidad.
Las entrevistas que hice a Michael Cunningham y a Joyce Carol Oates fueron las que armé con mayor facilidad: los dos eran autores que yo había leído mucho y la comunicación con ellos (aunque fuera a la distancia) me dio la oportunidad de despejar dudas que siempre había tenido. El caso de Amos Oz fue diferente: tuve el tiempo suficiente para leer tres novelas antes de sentarme a hablar con él pero Oz era un autor que yo conocía solo de nombre y que no volví a leer. En la comunicación con él, me pareció importante tocar también temas políticos (sobre todo, el problema Israel/Palestina). Mi conclusión es que las entrevistas que se preparan sin tener una familiaridad completa con el autor son menos satisfactorias pero entiendo que a veces un suplemento no cuenta con el entrevistador adecuado.
La entrevista a Petros Markaris y la que le hice a Joyce Carol Oates se hicieron por correo electrónico. Yo había leído a Markaris casi completo y me entusiasmó la idea de entrevistarlo por dos razones diferentes: me gusta su literatura policial y hay enormes similaridades entre la crisis económica en Grecia, retratada en sus últimos libros y lo que sucedió en mi país, Argentina, en 2001-2002. Markaris escribió sus respuestas con cuidado y yo las traduje. Hubo repreguntas y varias etapas de “charla”. Por supuesto, imposible decir nada sobre la forma en que habla, su tono, sus gestos.
Como siempre me he dedicado a la literatura extranjera, tuve pocas posibilidades de hacer entrevistas cara a cara, con grabador en mano. En esta selección, fueron de ese tipo las que les hice a E. Annie Proulx, a José Saramago (unos años antes de que fuera Premio Nobel) y tres que realicé a autores amerindios estadounidenses. La de Proulx y Saramago se hicieron cuando ambos vinieron a la Feria del Libro de Buenos Aires. Las últimas tres (resumidas y acortadas en la nota que se publica aquí) en Albuquerque, Nuevo México, cuando yo fui al congreso de la NALS (Asociación: Native American Literatures Studies) en 2010, con ayuda de una beca de la Universidad de Buenos Aires.
Cuando se hace cara a cara, la comunicación es muy diferente y eso se nota en las notas. Además del tono de voz, el ritmo de la charla y las pausas, que también pueden notarse en el teléfono, hay gestos, miradas, movimientos que serían imperceptibles sin la presencia del entrevistado en la habitación. Eso pesa en la redacción de la nota porque, por lo menos en mi caso, yo creo importante transmitir ese tipo de detalles para completar una imagen del “personaje”.
Destaco en particular dos de las entrevistas: la de José Saramago y la que le hice a Simon Ortiz, el poeta acoma pueblo. Entrevisté a Saramago como lectora apasionada de sus novelas. Él todavía no había recibido el Nóbel pero se oía su nombre cada vez que lo entregaban. La verdad es que me dio miedo entrevistarlo porque aunque había leído su obra de principio a fin (en ese momento estaba escribiendo Ensayo sobre la ceguera), no sabía (ni sé) casi nada de Portugal y por lo tanto sentía que me faltaban tanto el idioma del original como el contexto. Nunca voy a olvidar su amabilidad, su humildad, su sonrisa, y la forma en que hablaba, tan parecida a su manera de escribir. En cuanto a Simon Ortiz, a quien después traduje y con quien sigo en contacto por mail, publiqué la entrevista casi entera como prólogo a la traducción de su libro “Un buen viaje”. Tampoco en ese caso voy a olvidar su deseo de llegar al otro, su preocupación por explicar en profundidad, sus pausas largas (que yo no toleraba y siempre interrumpía, cosa que ahora lamento), la hondura enorme de pensamiento.
Para terminar de describir el trabajo que se hace en una entrevista, habría que agregar que la entrevista en sí misma no es más que el principio. Después de hacerla, el redactor o redactora tiene que transcribirla, traducirla (en algunos casos) y adaptarla al espacio disponible en la publicación. En ese sentido, la nota que se refiere a los autores amerindios estadounidenses es diferente a todas las demás. En ese caso, como no me dieron el espacio suficiente para publicar las tres entrevistas por separado (no hay demasiado interés en estos autores, desconocidos en Argentina), no tuve más remedio que hacer un resumen y combinar las tres. En sí mismo, eso dice mucho sobre quiénes consiguen espacio en los diarios y quiénes no y sobre el rol de los diarios en la formación del canon.
NOTAS
Amos Oz: el hebreo como instrumento musical
Cuando afirma que todos los habitantes de Israel viven la historia como experiencia personal, sabe lo que dice. Nació en Jerusalén en 1939, cuando su país estaba todavía bajo mandato británico, y dice que las primeras palabras que aprendió en inglés fueron “British, go home”. Sus padres eran refugiados de Lituania y Ucrania. Su madre se suicidó cuando él tenía doce años. Tres años después, Amos Oz se cambió de nombre y se fue a vivir a un kibutz. Estuvo en las guerras de 1967 y 1973 y vive