Blasco Ibáñez en Norteamérica. Emilio Sales Dasí
su nombre apareció con una frecuencia inusitada en la prensa nacional e internacional. Desde luego, no siempre como acreedor de los juicios más elogiosos, porque, en el entusiasmo con que defendió sus criterios, sus actuaciones y manifestaciones chocaban frontalmente con los intereses sancionados desde arriba.
Precisamente, la consulta de la hemeroteca de la época se revela como instrumento fundamental de este volumen, centrado en la reconstrucción de uno de los episodios biográficos más trascendentes en la biografía del escritor: el de su experiencia norteamericana. Ha sido este un capítulo obligado en las biografías más habitualmente citadas sobre Blasco: por ejemplo, las de José Luis León Roca1, Ramiro Reig2 y, más recientemente, Javier Varela3; fue motivo central de diversos artículos de especialistas en la obra del autor como Paul Smith4, Agustín Remesal5 o Fernando Millán6; pero, asimismo, la recepción de sus obras en los Estados Unidos ha interesado en los últimos años ediciones y tesis doctorales7. Deberá tenerse en cuenta, además, que el cotejo de los diarios y revistas norteamericanas publicados, aproximadamente, entre 1918 y 1928, suministra una información sobre el escritor de una riqueza asombrosa, de tal calibre que nos permite aventurar la viabilidad de nuevos estudios futuros que ahonden aún más en el predicamento alcanzado por Blasco tanto en prensa anglosajona como en los periódicos hispanos de aquel país. Y es que al novelista valenciano no solo se le prestó la atención que parecía exigir un escritor encumbrado a las cimas de la gloria literaria, sino que él mismo supo responder a las expectativas de la prensa estadounidense sobre aquello que se esperaba de él. Como señalaba Ramiro Reig, durante ese viaje de varios meses del que ahora se cumple el primer centenario, Blasco supo adaptarse sin problemas al papel que los medios y la agencia de conferencias que le había contratado le atribuyeron8. Merced a su talante llano y extrovertido, no le costó demasiado representar un guion a través del cual las partes contratantes obtenían un buen rédito de una celebridad publicitada como noticia.
Leila Usher, Retrato de medalla de Blasco Ibáñez, Lotus Magazine (julio 1919), p. 438
La presencia del nombre de Blasco en los medios periodísticos norteamericanos llegó a ser algo tan cotidiano, que se reivindica como un reto para todos aquellos que intentan seguir su recorrido por las más diversas ciudades de la república, aunque muchas veces dicho propósito pudiera verse comprometido por las confusiones cronológicas provocadas por el desajuste entre la recepción de un simple suelto y su posterior publicación. No obstante, la cantidad de referencias consultadas ofrece un testimonio perfecto del enorme impacto del viaje del primer español erigido en un triunfador entre los más variados sectores de la sociedad estadounidense: el intelectual, el de la industria cinematográfica, la política e incluso la economía. En algunos asuntos el contacto entre ambas partes resultó recíprocamente beneficioso. Este es el elemento vertebrador de los contenidos desarrollados en el primer bloque del presente volumen.
En el segundo bloque se ha querido aprovechar la oportunidad que al presente nos brinda la directora de la colección para cederle la palabra al gran protagonista de este libro. Si en las numerosas entrevistas concedidas por el escritor a los reporters norteamericanos podían existir circunstancias que pusieran en duda su completa exactitud, teniendo en cuenta que Blasco respondía a las preguntas que se le formulaban a través de un traductor, no ocurre lo mismo con las interviews dispensadas en México o con sus colaboraciones periodísticas. En estas últimas escribió sobre los asuntos sobre los que podía manejarse con mayor soltura, pues se vinculaban de un modo u otro a su experiencia personal, y, a su vez, eran del interés de los lectores estadounidenses. De ahí la selección de diversos artículos mediante los cuales se recuperan sus opiniones sobre los efectos de la Gran Guerra o sobre cómo deberían ser las relaciones entre la primera potencia mundial y los países sudamericanos, donde el autor se encara con las deficiencias del bolchevismo ruso o intenta corresponder a las atenciones recibidas transformándose en intérprete de las peculiaridades del pueblo norteamericano. Considerando que Blasco dominaba a la perfección las habilidades requeridas en todo buen comunicador y dado que tenía abiertas las puertas para colaborar con los grandes trusts periodísticos, la experiencia norteamericana colmó su sed insaciable para hablar sobre todo. Como ya había demostrado en sus crónicas de viajes anteriores, el contacto con otras geografías siempre le suministraba argumentos suficientes para explayarse. El secreto consistía en manejar los resortes necesarios para hacerse interesante. En el caso de no lograr tal objetivo, cuestión que deberá dirimir el lector, contaba a su favor con una credencial que pocos humanos podrían exhibir: la singularidad de una existencia que, un siglo después, todavía es capaz de atrapar la admiración de aquellos que, libres de prejuicios, reconocen en él al viajero empedernido, al moderno conquistador al que el éxito convirtió, en lo externo, en gentleman, al escritor que incorporaba en sus libros las peripecias de los grandes hombres porque, en el fondo, también ansiaba, con tendencia romántica, imprimir un sello distintivo, casi mítico, a su vida y a sus ficciones. ¿Cuáles acabarían sobreviviéndole?
Woman's Magazine (diciembre 1919)
LA CONEXIÓN NORTEAMERICANA
«Ha llegado su hora»
José Luis León Roca relataba los últimos instantes de Blasco Ibáñez como una sucesión de visiones que, quizá, tenían una justificación real. En una de ellas el moribundo decía algo así como: «¿Veis la carabela…? Yo la veo, la veo con sus velas hinchadas por el viento». Es posible, según el biógrafo, que se estuviese refiriendo al dibujo que días antes le habían pasado para la cubierta de En busca del Gran Kan9, novela cuyo protagonista era Cristóbal Colón, un personaje por el que Blasco pareció sentir un interés especial desde que leyó de joven el libro de Washington Irving Vida de Cristóbal Colón y de los primeros descubridores de América. Sea auténtico el sucedido o se trate de una de tantas fábulas que se gestaron en torno a la figura del novelista, lo traemos a colación para insistir en una idea que se antoja algo más que un mero paralelismo. En tiempos y circunstancias muy dispares, Colón y Blasco experimentaron la llamada del Oeste. El primero porque, ya es consabido, quería alcanzar las Indias trazando una ruta occidental. El segundo, cuanto menos, por dos razones: siempre admiró a las grandes repúblicas y, dado el protagonismo alcanzado por los Estados Unidos a nivel mundial, vislumbraba que el contacto con dicho país podía resultar sumamente provechoso en el plano privado e incluso también para España.
A este último respecto es muy esclarecedora la relación que ofrecía F. Gómez Hidalgo de un encuentro que mantuvo años antes, en París, con Gómez Carrillo y con Blasco Ibáñez. La evocación lo trasladaba hasta el otoño de 1912, tras el regreso del valenciano de uno de sus viajes a la Argentina. Durante la cena, Gómez Carrillo lamentaba que los españoles de la época carecieran de espíritu aventurero, siendo incapaces de ir más allá de la Puerta del Sol. Fue entonces cuando, al hilo de la afirmación de su amigo, Blasco le dijo a Gómez Hidalgo: «Si yo tuviera tu edad, ni volvería a Madrid ni me estacionaría en París. Aprendería inglés y me iría a conquistar los Estados Unidos»10. Ante la sorpresa de Carrillo por lo aparentemente excepcional del propósito, Blasco se reafirmó con rotundidad. No solo se sentía con aptitudes suficientes de moderno conquistador, sino que consideraba que un español que triunfase en los Estados Unidos abriría las puertas a una entente entre los dos países: «El futuro histórico de España está en una inteligencia política con los Estados Unidos». Dicho de otro modo, España era la nación europea más idónea para establecer una colaboración muy estrecha con los Estados Unidos, puesto que «¡toda la América! [había] nacido de la acción colonizadora de los españoles». A los escritores y no a los políticos o diplomáticos les estaba encomendada la misión de despertar el interés de los norteamericanos hacia España. Se trataba de una labor que no implicaría un distanciamiento entre España y Sudamérica, sino que, por el contrario, podría servir, además, como punto de partida para «un pacto triangular que constituyera la fuerza más grande que cabe en