Blasco Ibáñez en Norteamérica. Emilio Sales Dasí

Blasco Ibáñez en Norteamérica - Emilio Sales Dasí


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por preguntarle sobre una infinidad de materias y verificar si era cierto todo lo que se había dicho sobre el famoso autor de The Four Horsemen of the Apocalypse.

      El domingo 26 de octubre, solo un día antes de desembarcar en Nueva York, en las páginas del The Sun se publicó una entrevista que Blasco había concedido en su domicilio parisino del 4 Rue Rennequin, ilustrada con una fotografía en tres cuartos del escritor42. A través de ella el lector norteamericano podía familiarizarse con el aspecto físico del cotizado personaje, así como también se le informaba sobre sus principales hitos biográficos. Ambas modalidades discursivas: la descripción y la narración, se conjugarían en las interviews y reportajes que proliferarían en la prensa en los días posteriores a su llegada a los Estados Unidos, reincidiendo unas veces en idénticos retazos prosopográficos, mientras que, en otras ocasiones, los datos suministrados no estaban exentos del error puntual: ¿equivocaciones en la traducción? ¿Faltas atribuibles a la memoria del propio Blasco? Desde luego, el novelista tenía en sus manos la oportunidad de suministrar un relato autobiográfico tamizado de acuerdo con sus expectativas presentes. De hecho, en las observaciones del reportero Ch. Divine se percibe el impacto directo de la versión que su entrevistado le quiso contar. Blasco era un hombre corpulento; su pelo todavía se mantenía oscuro, aunque afloraban unos mechones grises en las sienes; pero en su rostro se advertían las huellas «that come from an adventurous life and one of extreme activity».

      Estando aún en Francia, el escritor marcó unas pautas, como su talante de hombre de acción, que serían reiteradas hasta la saciedad en fechas posteriores, cuando ya era un huésped importante de Nueva York. Claro que había una realidad contrastable por la mirada ajena que no podía modificar. Es decir, pese a sus cincuenta y dos años cumplidos, su apariencia denotaba gran vigor físico43. Poseía una mirada nerviosa, tensa y penetrante, que saltaba de un detalle a otro de su entorno para atraparlos como una cámara. Era el suyo un empaque que transmitía una sensación de vitalidad y poder44. Ataviado con un traje a cuadros, calzando unas botas y con anillos en los dedos de su mano izquierda y un broche en la corbata, asumía la factura de un próspero importador45. Había, no obstante, otros rasgos en él que a los periodistas les resultaron más peculiares. En primera instancia, una predisposición innata a la cordialidad: «his warm-heartedness is one of the greatest passports a traveler can have»46. Instalado en su habitación, en la planta diecisiete del hotel Belmont, era capaz de atender durante más de tres horas a todas las preguntas de la prensa, hasta volverse ronco. Deslumbró, asimismo, con sus dotes de amenísimo conversador, una aptitud que le hacía hablar de los más variados asuntos de palpitante actualidad con vehemencia expresiva, naturalidad cautivadora, intercalando cuando se terciaba la ocasión ingeniosos toques humorísticos47. Pero este hombre explosivo, que en solo diez minutos pasaba de la indiferencia o la indignación, al sarcasmo, el entusiasmo y la carcajada48, se comportaría con desconocida dicción apasionada desde su primera conferencia: «He works up into a frenzy, pacing the stage restlessly and beating the air with fury»49; sorprendiendo a quienes le acompañaban en sus paseos y visitas por el interés demostrado en querer verlo todo y preguntar sobre todo. «En Nueva York —evocaba la anécdota Emilio Delboy— prefería andar a pie y siempre llegaba tarde a las citas. Una vez lo esperaba un gran banquete. Ibáñez perdió un largo rato observando un desfile de girl scouts y llegó con retraso a la fiesta»50.

      The Sun, 28-9-1919

      El escritor español, cuyo nombre les costó pronunciar al principio a algunos: «Eye Banny», «Eye-ba-nez» o «Belasco», pronto se convirtió en «mister Ibáñez», por eso de que la tendencia del pueblo yanqui a la sencillez «no puede concebir que un solo hombre lleve dos nombres»51. Al mismo tiempo que el teléfono de la habitación del hotel no dejaba de sonar con una larga lista de invitaciones a desayunos, almuerzos, cenas y recepciones, el personaje que seducía a los reporteros por su familiaridad interesó también por una existencia pasada susceptible de ser rememorada con cierta deriva hiperbólica. Para empezar, resultaba asombrosa su personalidad polifacética: «novelist extraordinary, soldier of fortune, cowboy, sailor, Commander of the Legion of Honor, revolutionist and the founder of a city»52. En el protagonista de Mare Nostrum ya quedaron trasplantados diversos incidentes de su infancia y juventud. Una época en la que el escritor exhibió la precocidad de su activismo político. Con tan solo dieciocho años, un poema escrito contra el rey provocó la condena de un tribunal, aunque no se le pudo aplicar el castigo correspondiente por ser menor de edad. La versión alternativa hablaba del cumplimiento de una condena de seis meses en la cárcel por un soneto antigubernamental53. No tuvo, sin embargo, problemas con la justicia en un momento puntual. Por el contrario, se apuntaba que su vida pareció haber estado constantemente azotada por el encarcelamiento y el exilio54. Lejos de tener un efecto disuasorio, tales medidas represivas acentuaron su radicalismo y su actitud revolucionaria. Así por ejemplo, tras su campaña en Valencia a favor de la autonomía de Cuba, terminaría emparentando con escritores tan ilustres como Cervantes y Dante, pues como ellos estuvo en presidio y aprovechó la soledad de su reclusión para urdir grandes historias55. Se equivocaba el diario que pretendía situar el inicio de la dedicación blasquista a las letras durante una estancia en prisión.

      De forma análoga, se publicitaron otras informaciones que denotaban un estudio mínimo de las fuentes adecuadas. Se le concedió el rango de maestro del periodismo56, reincidiendo en su responsabilidad en la fundación del diario republicano El Pueblo, aunque se afirmaba que a finales de 1919 todavía seguía siendo el editor de dicha publicación57. En especial, los rotativos norteamericanos iban a tener serios problemas a la hora realizar ciertos cómputos cronológicos. Se dijo que Blasco se había casado a los diecinueve años; que ostentó la condición de diputado en siete ocasiones, pero durante catorce años (siendo así que ocupó un escaño entre 1898 y 1907); en referencia a su aventura como explotador agrícola en Argentina, desarrollada entre 1910 y 1913 y durante la cual fundó el pueblo de Cervantes, se habló de que había permanecido seis años en dicho país sudamericano sin escribir una línea (pero ya en 1913 empezó a escribir Los argonautas); e incluso se aseguró que la distinción de la Legión de Honor le fue concedida por liderar en España la propaganda antialemana58, cuando realmente recibió la condecoración más importante otorgada por Francia el mismo año que Sorolla, en 1906. Exceptuando imprecisiones como estas, la prensa estadounidense, con la complicidad del mismo Blasco, se inclinaba por poner el acento en los aspectos biográficos más novelescos. Entonces parecía obligada la referencia a la amistad del escritor con Poincaré, merced a la que pudo significarse como el primer civil en visitar los campos de batalla del Marne, después de haber realizado una labor de propaganda a favor de Francia durante la Gran Guerra, y de organizar con pescadores, en España, una defensa de las costas contra la guerra submarina alemana.

      Pese a que algún periodista ironizó al ver cómo Blasco fijaba un monóculo en su ojo derecho durante una de sus conferencias: «A monocled socialist»59, hubo coincidencia general a la hora de efectuar una valoración tanto de su obra literaria como de sus ideales políticos. Sobre la primera, causaba perplejidad el hecho de que, mientras en los Estados Unidos figuraba entre los escritores más vendidos, en España no se le considerase un novelista de primer nivel. Quizá la causa de ello residía en una diferente percepción del hecho literario:

      Spaniards are great sticklers for style: when they make literary criticisms they differentiate carefully between the man who writes well and the man who tells a story well. Over and over again I found this differentiation in the opinions of Blasco Ibañez gathered from among Spaniards, literary and otherwise. The attitude of mind prompting it was best summed up by a writer of Madrid, who said: «Vicente Blasco Ibañez is a good novelist, but a bad writer»60.

      En cambio, al otro lado del Atlántico se admiraba su narrativa porque en ella el autor había logrado insuflar su carácter dinámico y enérgico a sus propios personajes61. Se destacaba la prolijidad de su pluma, así como el


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