El mercado de la salvación. Eugenio Marchiori
43. Para el estudio de la mitología griega fue consultada una larga lista de fuentes. He aquí algunas de ellas. Fuentes originales: Homero: Ilíada; Editorial Gredos, Madrid, 1991. Homero: Odisea; Editorial Gredos, Madrid, 1993. Hesíodo: Obras y fragmentos; Editorial Gredos, Madrid, 1990. Otras fuentes: Otto, Walter: Los dioses de Grecia; Editorial Siruela, Madrid, 2003. Graves, Robert: Los mitos griegos; Volúmenes I y II. Alianza Editorial, Madrid, 1985. Grimal, Pierre: Diccionario de Mitología Griega y Romana; Ediciones Paidós, Barcelona, 6ta edición 1979. Martín, René (dirección): Diccionario Espasa. Mitología griega y romana; Editorial Espasa Calpe, Madrid, 2005. Eliade, Mircea: Mito y realidad; Editorial Labor, Barcelona, 1991. Campbell, Joseph: El héroe de las mil caras; Fondo de Cultura Económica, México, 1959. Campbell, Joseph: El poder del mito; Emecé Editores, Barcelona, 1991. Campbell, Joseph: Los mitos. Su impacto en el mundo actual; Editorial Kairós, edición digital, 2021. Impelluso, Lucía: Héroes y dioses de la antigüedad; Editorial Electra, Barcelona, 2006. Ferry, Luc; La sabiduría de los mitos; Santillana, Madrid, 2008. Hard, Robin: El gran libro de la mitología griega. Basado en el Manual de mitología griega de H. J. Rose; editorial La esfera de los Libros, Madrid, 2000.
Capítulo 2
El trabajo y la religión griega
Los dioses bendijeron a los griegos con un país ubicado en uno de los lugares más bellos del mundo. La costa griega cuenta con un paisaje asombroso: acantilados con vistas increíbles, playas de arena blanca y un mar azul transparente. El clima es ideal, cálido en verano, templado en invierno y regado de sol la mayor parte del año. La comida es abundante y fácil de obtener. Basta con lanzar las redes para pescar los más deliciosos frutos de mar. Los cereales, las vides y los olivos crecen sin dificultad, y criar cabras para obtener su leche es solo cuestión de proponérselo. Entonces, ¿quién querría trabajar en un lugar así? Para las clases altas el trabajo físico era algo denigrante, por eso quedaba reservado a la mayor parte de la población, constituida por las clases bajas y los esclavos. Como era de esperar, sus leyendas reflejan a la perfección esa cultura. Analicemos algunos casos.
Dédalo: el entrepreneur del Egeo
El filósofo italiano Giorgio Colli sitúa el legendario mundo de Creta cinco siglos antes de que Apolo fuera introducido en Delfos, lo que da una idea de la antigüedad del mito.44 La leyenda gira alrededor de Minos, un desagradable rey, célebre por su autoritarismo y su petulancia; y Dédalo, el inventor, artesano y arquitecto más conocido de la mitología griega, que en gran medida es la imagen arquetípica del emprendedor.
Respaldado por su supuesta alcurnia, cuando murió el rey de Creta, Minos reclamó el trono vacante. Como prueba de su vínculo divino, ofreció al pueblo conseguir que los dioses hicieran salir del mar un toro magnífico. Pidió el milagro a Poseidón –rey del mar– con la promesa de sacrificar al animal apenas saliera del agua. Los dioses tienen una debilidad especial por los sacrificios, cultos y otros honores que los hombres realizan en su nombre. Poseidón –que no es la excepción– accedió y el toro emergió de las aguas frente a todo el pueblo. Ante semejante prueba, Minos fue nombrado rey.
Pero Minos no era un tipo de palabra. A pesar de la promesa realizada a Poseidón, decidió conservar el magnífico toro en su rebaño y sacrificar a otro animal, con la seguridad de engañar al rey del océano. La “viveza” de Minos le iba a costar cara, porque Poseidón descubrió el engaño fácilmente y enfureció. Como venganza hizo que Pasifae –la esposa de Minos– se enamorase perdidamente del toro milagroso, y ella, para poder concretar su loco amor, pidió ayuda a Dédalo.
Luego de ser desterrado de Atenas por el crimen de su sobrino Pérdix45, Dédalo fue invitado a Creta. Todos conocían las habilidades del inventor, por eso Pasifae le pidió que encontrara la manera poder consumar su amor. El inventor diseñó una vaca de madera para que la reina se metiera en el interior. Mientras la falsa vaca pastaba en el prado con Pasifae dispuesta adentro, el toro blanco –confundido por la perfección de la obra– la montó como si fuera una más de la vacada. De ese de acto de ternura divina nació Asterión, el Minotauro, un ser monstruoso con cuerpo de hombre y cabeza de toro.
¡Imaginen la furia de Minos cuando se enteró de la traición! Ser víctima de la infidelidad conyugal por un humano, vaya y pase, ¡pero por un toro!
Entonces, Dédalo fue convocado una vez más por Minos. Ahora su mecenas (que al parecer no había escarmentado) le pidió que construyera una prisión de la que Asterión no pudiera escapar. De la inventiva del arquitecto ateniense surgió el famoso laberinto, donde encerraron al bestial Minotauro.
Atenas (la patria original de Dédalo) estaba bajo el yugo de Creta. Para evitar el asedio, debía enviar como ofrenda a siete jóvenes mancebos y a siete doncellas destinados a servir de alimento del Minotauro todos los años. Un año resultó seleccionado Teseo, quien –según se cuenta– se habría ofrecido como voluntario para acabar con el monstruo.
Desde la costa cretense, Ariadna –la bellísima hija de Minos– divisó a Teseo y se enamoró perdidamente de él. Al enterarse –ni lerdo ni perezoso– Teseo correspondió a su amor. Como no podía ser de otra manera, Ariadna pidió ayuda a Dédalo, quien siempre estaba dispuesto a dar una mano cuando se trataba de engañar a sus patronos. El inventor le entregó un hilo que ayudó a Teseo a marcar el camino dentro del laberinto, y gracias a ello pudo escapar de allí, luego de acabar con el Minotauro. Como si eso fuera poco, le quedó tiempo para rescatar a los demás jóvenes y se llevó a Ariadna con él.
A pesar de todo lo que había hecho para huir con su amada, el sacrificado Teseo no pudo consumar su amor ya que la doncella estaba en la mira nada más y nada menos que de Dionisios, el dios del vino y de la pasión amorosa descontrolada; pero esa es otra historia.
Volvamos a Dédalo, nuestro astuto héroe del trabajo. Para variar, Minos estaba furioso nuevamente. Con la intención de saciar su sed de venganza decidió castigar al arquitecto ateniense empleando su propia invención y lo hizo encerrar en el laberinto junto a Ícaro.
Fue entonces cuando el ingenioso artesano diseñó las célebres alas de cera y plumas para escapar volando junto a su hijo. Una vez más las enseñanzas de los mitos perduran. El laberinto es la vida y sus pasillos los problemas que esta trae aparejados. Vivimos encerrados en nuestros propios laberintos chocándonos una y otra vez con las mismas paredes y volviendo a los mismos lugares sin poder salir. Como si fuera la sugerencia de algún moderno gurú de la autoayuda, Dédalo “pensó fuera de la caja”. Rompiendo el paradigma establecido según el cual para escapar de un laberinto hay que recorrer sus pasadizos hasta encontrar la salida, el inventor “rompió el molde” y encontró un escape impensado: salir volando. Pero retomemos el relato.
Conocedor de cómo tratar con poderosos y salir airoso, Dédalo instruyó a Ícaro para que no volara demasiado alto ya que la cera podría ser derretida por el sol, ni demasiado bajo, ya que la humedad del mar dañaría la cera y las plumas se despegarían.
Pero la hybris46 se apoderó de Ícaro que, envalentonado con su nueva habilidad y encandilado por la luz, se elevó demasiado, sus alas se derritieron y murió ahogado en el Egeo. Ese era el destino que le habían tejido las Moiras para vengar el crimen de Pérdix, el hijo de la hermana de Dédalo. Sin poder hacer nada para rescatar a su hijo, Dédalo continuó su vuelo hasta Sicilia, donde se refugió en casa de un señor llamado Cócalo, que pronto se convirtió en su nuevo benefactor.
Minos descubrió que Dédalo había escapado y montó en cólera una vez más. Decidió perseguirlo por todas partes para vengarse de sus múltiples traiciones. Para encontrarlo ideó un ardid digno del arquitecto. Llevaba siempre con él un pequeño caracol (que no deja de ser una especie de laberinto en miniatura) y ofrecía un premio al que lograra pasar un hilo a través de él. Sabía que solo Dédalo sería capaz de resolver el desafío.
Un día Minos pasó por lo de Cócalo