Murales no albergados. Magdalena Dardel Coronado

Murales no albergados - Magdalena Dardel Coronado


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actividades del grupo, como sigue:

      Desde un principio, el objetivo era no solo encontrar un lugar para la exposición que tuviera cierto grado de significación dentro del área Valparaíso-Viña del Mar, sino también que los objetos artísticos que se expondrían tuvieran un cierto grado de «localización», es decir, que pudieran medirse con la ciudad y la geografía que los albergaba. Esto permitiría romper la tradicional neutralidad del espacio de exposición y, por el modo de su instalación física, los objetos podrían proyectar sentidos que de otra manera hubieran permanecido apagados.

      [Para] hacer que los cuadros y las esculturas concretas enfrentaran el Pacífico, especialmente ese sector que la ciudad había hecho suyo: la bahía de Valparaíso, con sus embarcaciones y sus cerros completamente ocupados por construcciones. Esto era importante porque el instituto había tomado a la ciudad como caso de estudio y como cantera para el conocimiento real de la arquitectura y de los hechos urbanos. El acondicionamiento del lugar elegido se hizo de manera tal de garantizar un máximo contacto entre ciudad, mar y piezas artísticas […] de manera que los tres elementos se presentaban casi en igualdad de condiciones en un solo ámbito13.

      El sistema de enseñanza aplicado en la escuela y relacionado con la propuesta desarrollada por el instituto estaba basado en tres principios: la experiencia, los actos poéticos y la vida colectiva, que se sintetizaban en la idea de un ofrecimiento a la comunidad a través del trabajo. La experiencia determinaba el quehacer académico, entendido desde la acción. Mientras, la enseñanza era esencialmente práctica: profesores y estudiantes participaban de igual manera en un trabajo colectivo14 y horizontal, aunque los actos poéticos llevados a cabo con este sistema tuvieran una autoría específica15.

      La síntesis de esta propuesta se puede encontrar en varios ejercicios realizados por el grupo. En la bitácora de viaje de la travesía Amereida16 se narra la participación del grupo en una procesión religiosa, el diálogo con profesores y alumnos de una escuela rural y la visita a un cementerio local17; todas entendidas como instancias reflexivas centradas en la comprensión y apropiación del espacio, aspecto que se venía desarrollando desde los primeros años18. La perspectiva poética desarrollada por la EAV tuvo un correlato en la experiencia espacial, tanto urbana como rural, que se condensó en su sistema pedagógico y que constituye su aspecto más novedoso y radical en relación con la enseñanza de la arquitectura19.

      Fabio Cruz explicó que la idea fundamental del grupo era aprender arquitectura a través de la experiencia, por ello las distintas instancias generadas en el instituto se cristalizaban en actividades académicas en la escuela. Por ejemplo, de los estudios sobre el compartimiento del viento emanados del proyecto presentado al concurso para la construcción del nuevo edificio de la Escuela Naval de Valparaíso (1956), surgió luego un laboratorio de investigación eólica20. Otras experiencias desarrolladas por el instituto, como exposiciones, actos públicos en la ciudad o intervenciones artísticas, incorporaron estudiantes, evidenciando la importancia que la pedagogía cumplió en esta etapa.

      La relación entre autoría individual y trabajo colectivo tuvo en el acto poético su expresión más definitoria. En él se sugería que la palabra poética precede a la creación arquitectónica, instalándose en el espacio antes que ella. Por lo mismo, se le otorgaba un lugar privilegiado al ser la encargada de albergar y orientar el acto creativo, tanto plástico como arquitectónico. Si bien durante los primeros años del grupo la palabra poética ya cumplía un rol esencial, su impulso definitivo se encuentra en el viaje que realizaron desde fines de la década de los cincuenta hasta mediados de la década de los sesenta Méndez, Iommi y Eyquem a Europa con el objetivo de «ponerse en contacto con los originales»21. El viaje permitió que el resto de los integrantes de la escuela se nutrieran de las ideas de la escena arquitectónica y artística europea transmitidas por ellos a su vuelta al país. Este viaje constituyó un punto fundamental dentro de la historia de la EAV, tanto que la historiografía que ha abordado el tema ha considerado que con él terminó la primera etapa asociada a su fundación22.

      Los actos poéticos realizados en Europa por Méndez e Iommi junto a distintos invitados deben entenderse como una sofisticación de lo que tempranamente se había realizado en Valparaíso. Fue allá en donde adquirieron una mayor complejidad visual y teórica, que luego se presentó en los ejercicios llevados a cabo en la travesía Amereida, en 1965. Para Méndez, estos actos poéticos fueron fundamentales. En 1979 narró una manifestación plástica en un acto poético en las afueras de la ciudad francesa de Vézelay, muy probablemente en 196223, al cual fue invitado por Iommi de la siguiente manera:

      Estábamos una mañana, bastante fría, en un campo de Francia, en los alrededores de Vézelay, llevados por la invitación del poeta Godofredo Iommi a la aventura poética que llamara «la Phalène». Éramos varias personas: poetas, filósofos, intelectuales, yo y otro pintor.

      Estábamos en medio de un campo recién labrado, de oscuro color tierra de siena tostada, rodeado de leves lomajes que extendían la suave campiña francesa en tonos verdes, celestes, amarillos claros.

      En medio de esta extensión se alzaba un árbol grande de forma bastante precisa, un ciruelo.

      Se hace la ronda poética alrededor del árbol; los poetas nos invitan a la ronda, y terminado el acto, Godofredo Iommi se dirige a nosotros dos, los pintores, y nos dice: «Bueno, ahora les toca a ustedes», y nosotros ahí al medio. Entre que nos bajó la furia, ¿cómo nos pide que hagamos algo, sin pinturas, sin telas?, ¿qué se hace? En medio de nuestra desesperación, nos acercamos al árbol, yo veo una gran piedra blanca, enorme. Le pido a mi amigo pintor que nos ayude a ponerla arriba del árbol, donde se bifurcan las ramas. La colocamos, nos alejamos un poco para ver el efecto, y vemos que había aparecido algo. La piedra arriba en el árbol, el hecho insólito que estuviese allí, donde estaba daba cuenta de la aparición de un hecho plástico. No solo nosotros dos, sino todos los que estaban allí, lo reconocieron.

      Le sacamos fotografías, y todo el que las ha visto hasta hoy día, también lo reconoce.

      Cuando descubrí la piedra, estaba todavía en el entendido convencional de la pintura. El ciruelo podía ser un caballete, la piedra el soporte sobre el cual trataría de insertar algún signo.

      Pero cuando la levanté y la pusimos ahí arriba, se impuso por sí misma que quedara así y que no iba a ser otra cosa que lo que había ahí.

      Se había producido el transcurso o el paso de una relación entre una situación que quería ser pictóricamente convencional a una situación pictórica albergada por la poesía.

      Y solo puede haber aceptación de este transcurso, cuando la pintura tiene un horizonte, o como dice Braque, un objetivo que es «lo poético»24.

      En otro texto de 2015 entregó nuevos detalles:

      Se decidió ir a un lugar en la zona de Vézelay.

      Íbamos en varios autos, recuerdo a los poetas Michel Deguy y Josée Lapereyre, además del poeta Iommi. Cargamos materiales para pintar con el pintor Pérez-Román. Éramos cerca de diez personas.

      Iniciamos el viaje en un día muy luminoso después de la lluvia, cielos muy azules y límpidos en que se deslizaban henchidas nubes blancas. Región de suaves colinas de tonos verdes y ocres, algunas masas de árboles con toda gama de verdes oscuros. Acercándonos a Vézelay ya veíamos de lejos alzarse las torres de la catedral, lejanas, blancas, rosadas.

      Al internarnos en un camino secundario bordeado de campos cultivados, pasamos al lado de un gran campo recién labrado, de un intenso color siena tostada. En pleno centro del campo había un gran ciruelo, cuyas dos principales ramas formaban una y griega. G. Iommi pide que nos paremos y descendiendo del auto se interna en el campo en dirección al círculo. Una vez allí nos convoca a formar una ronda alrededor del árbol. Los poetas comienzan a improvisar su poesía, medio declamando, medio invocando a grandes voces.

      Terminada la ronda, G. Iommi se dirige a mí y a Pérez-Román y nos dice: «Bueno, ahora les toca a ustedes».

      En ese momento nos baja el pánico, pues los materiales habían quedado lejos, en los autos. Nos sentimos totalmente desguarnecidos.

      Veo


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