La violencia como marco interpretativo de la investigación literaria. Matei Chihaia

La violencia como marco interpretativo de la investigación literaria - Matei Chihaia


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generada por la academia norteamericana y la perspectiva del pensamiento decolonial.

      Para ello divido el trabajo en tres partes. En una primera hago una revisión sucinta de la teoría del testimonio latinoamericano planteada por sus exponentes más significativos a lo largo de un periodo histórico extenso: desde 1992 que fue el año de publicación de la primera edición de La voz del otro (Beverley/Achugar 2002) hasta 2004 (González) para considerar aportes críticos recientes. Prestaré atención a las características más relevantes que se definieron para la caracterización del género a lo largo de su evolución.

      La segunda parte del trabajo comprende una aproximación, igual de sucinta, sobre textos que se han dedicado a estudiar y sistematizar el pensamiento decolonial. En ella trabajaré con textos de Nelson Maldonado-Torres (2007, 2011) y Walter Mignolo (2008). Si bien estos textos no han trabajado el testimonio como género, es preciso observar que el pensamiento decolonial es versátil, y más que un corpus teórico específico, se caracteriza por su dialogismo y su apertura para trabajar, desde su visión, diferentes temáticas y campos de estudio.

      A la luz del pensamiento decolonial, y con el propósito de encontrar en ella una opción desde donde se pueda observar el género de testimonio y el fenómeno de su supuesta aparición en la década del sesenta, pretendo entablar una discusión en la tercera parte que funcione como punto de articulación para las dos primeras. La hipótesis del trabajo es que, una vez releída la teoría del testimonio como una narrativa de la decolonialidad, podrían emerger intertextualidades cuyos contornos estarían mejor delimitados a la luz de esta categoría de pensamiento.

      Una ruta de investigación posible que pudiera partir de este trabajo comprende la revisión de textos del corpus del género de testimonio de América Latina y el señalamiento de posibles líneas de intertextualidad entre las características decoloniales del género testimonial, y los textos generados por el pensamiento decolonial precedente. Por último, la intención mediata de esta línea de investigación sería identificar manifestaciones actuales de géneros discursivos que han sido influidos por las características del testimonio como género literario y que hoy ejercen una importante función en la resistencia política de América Latina contra la matriz modernidad/colonialidad manifestada por tendencias macroeconómicas concretas: la acumulación por desposesión y el extractivismo. La visibilización del testimonio generada por la crítica ha permitido la incursión del género de forma indirecta o directa en otros géneros de discurso, tales como el periodismo2, la poesía y la paulatina colectivización del discurso autobiográfico con miras a dar noticia de procesos históricos complejos.

      1. La teoría del testimonio

      Una síntesis histórica del surgimiento del testimonio como género y la gran difusión que tuvo en América Latina fue realizada por varios críticos que intervinieron en la construcción de La voz del otro. Fredric Jameson, que fue uno de ellos (2002: 143), observa que el testimonio responde al surgimiento de un género literario del tercer mundo, que se desprende de la influencia occidental europea. La idea de literatura formada en América Latina durante los siglos XIX y XX era un ejemplo o un “emblema” de la dominación europea en el extranjero (Jameson 2002: 134), pues estaba sometida a los géneros conservadores europeos. En este orden de argumentación, la idea de lo nuevo contra lo tradicional, establecida como modelo de evolución literaria en la época moderna se fractura con la generalización de las prácticas discursivas que dan acceso a nivel global a la práctica y generación de literatura. El desarrollo histórico de la literatura –que es una idea moderna– queda entonces descartado ante un género completamente nuevo que desde la óptica de la posmodernidad se gestaría como la validación de un discurso menor.

      George Yúdice coincide con el cambio de paradigma planteado por Jameson, al señalar la valoración de la identidad surgida con la posmodernidad como uno de los factores que propició el surgimiento del testimonio. Además, añade como ejemplos de esta valoración, dos fenómenos sociales puntuales que contribuyeron a que se diera un “auge” en la escritura de testimonios en América Latina: estos son la teología de la liberación, surgida luego del Concilio Vaticano Segundo a principios de la década del sesenta, y la pedagogía del oprimido, planteada por Paulo Freire en Brasil (Yúdice 2002: 222–223).

      Otro factor político determinante para el surgimiento del testimonio según la crítica institucionalizada fue la apropiación del género como emblema de lucha contra las dictaduras hegemónicas, asumido por los países que enfrentaban luchas revolucionarias, y legitimado en los países en los que las revoluciones se instalaron. El ejemplo paradigmático de este fenómeno es Cuba, que es el país en donde se reconoce generalmente la validación histórica del testimonio como género en 1970, al ser instituido un premio en dicha categoría por Casa de las Américas (Yúdice 2002: 222). El otro ejemplo es Nicaragua, en donde el testimonio fue asumido por el proyecto político sandinista como mecanismo para posibilitar la “voz de los sin voz”.

      Estos factores propiciaron que en América Latina se produjera una gran cantidad de testimonios durante las décadas del ochenta y noventa, de tal suerte que se generó un corpus de testimonios bastante amplio. La voz testimonial llegó a penetrar tanto el discurso literario que muchos novelistas produjeron una gran cantidad de las llamadas “novelas testimoniales”1, que adoptan algunos recursos del género de testimonio, pero que no podrían clasificarse como tales según las características sentadas en un primer momento para el género.

      Por otro lado, el testimonio representó un desafío para la academia que lo legitimó por varios factores. Las relaciones que el género estableció con la verdad histórica, la literatura tradicional y la política fueron problemáticas. El testimonio enfrentó muchas dificultades para ser categorizado como un género literario y admitido dentro del corpus literario e histórico de los países dentro de los que era generado. Las consecuencias de esta dificultad fueron la ocasión para un trabajo desde la academia para definir y validar el género.

      Un punto problemático que me gustaría mencionar para iniciar está planteado por John Beverley en la introducción de la primera edición de La voz del otro, en el que establece un diálogo para responder a la crítica de Gayatri Spivak sobre la posibilidad de la construcción de “otro” para Occidente. Dicha crítica podía ser aplicada al testimonio, pues el género podría interpretarse como la respuesta del sujeto soberano de Occidente para construir “otro” con quien dialogar (Beverley/Achugar 2002). Beverley cita la intención de Spivak como destinada a

      revelar detrás de la buena fe del intelectual solidario o “comprometido” el trazo de una construcción literaria colonial o neocolonial de un otro con el cual podamos hablar. (Beverley/Achugar 2002: 17)

      La acusación de Spivak no es específica contra el género de testimonio. La segunda parte de su ensayo, ¿Puede hablar el subalterno? (1985) publicado siete años antes del texto de Beverley, comienza acusando de violencia epistémica cualquier intento de construir un “otro” desde un sujeto soberano y transparente: “El más claro ejemplo disponible de tal violencia epistémica es el remotamente orquestado, extendido y heterogéneo proyecto de construir el sujeto colonial como Otro” (Spivak 2003: 317). La respuesta de Beverley reconoce esta encrucijada:

      En una u otra versión, una aporía “estratégica” parecida está en el corazón de todos los ensayos reunidos aquí [en La voz del otro]: el testimonio es y no es una forma “auténtica” de cultura subalterna; es y no es “narrativa oral”; es y no es “documental”; es y no es literatura; concuerda y no concuerda con el humanismo ético que manejamos como nuestra ideología práctica académica; afirma y a la vez deconstruye la categoría del “sujeto”. (Beverley/Achugar 2002: 20)

      A pesar de esta justificación, Beverley advierte que el testimonio “no siempre ‘agradece’ suficientemente el ‘favor’ de su canonización humanista” (Beverley/Achugar 2002: 22). Termina el apartado señalando la necesaria tensión existente entre el testimonio y la literatura “culta”. Esta relación establece la problemática relación entre el testimonio y la literatura.

      Me interesa mencionar también otra relación problemática del género. Se trata de los vínculos


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