Feminismo. El secuestro de una causa justa. Annemarie Haensgen

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y la leyenda. Aludía a reinas y nobles, y colocaba a la Virgen María como arquetipo a seguir, para significar el aporte de las mujeres al mundo. Su voz fue acallada durante siglos pues desafió las convenciones de su tiempo, y cuando enviudó, a los 25 años, mantuvo con sus ingresos de escritora a sus tres hijos, su madre y una sobrina, lo que constituye un misterio de sobrevivencia para la época y da cuenta de su talento.

      Sus obras fueron por años atribuidas al renombrado escritor Bocaccio, hasta que en 1786, otra mujer, Louise-Felicité de Kéralio, escritora y traductora francesa, las recuperó, restituyendo su autoría a Christine de Pizan.

      La misoginia y la subordinación de la mujer fueron constantes durante los siglos. En España los refranes frecuentemente lo reflejaban: “A mal caballo, espuela; a la mala mujer, palo que le duela”; “Dar con buen melón y buena mujer, acierto es; el melón y la mujer, malos son de conocer”; “Mujer buena y segura, búscala en la sepultura”. El mundo occidental durante el Renacimiento se abre a un pensamiento universal como ideal del hombre, sin embargo, el culto a la belleza, el ingenio y la inteligencia no incluía como actores a la mitad de la población, es decir, a las mujeres. Paulatinamente, con la Ilustración, surgieron brechas en el pensamiento dominante, aunque siempre se trató de voces aisladas en las clases más educadas.

      A fines del siglo XIV, surge lo que se conoce como “la querelle des femmes” (la querella de las mujeres), debate literario y académico en defensa de la capacidad intelectual, el derecho a la educación y el acceso a la universidad y a la política de las mujeres. La discusión tuvo a muchas representantes, entre ellas, la filósofa francesa Marie de Gournay (1565 -1645), que en su libro La igualdad de los hombres y las mujeres, publicado en 1622, sostuvo que la consecuencia lógica era el derecho de la mujer a ser considerada persona, pues, estrictamente hablando, el ser humano no es ni masculino ni femenino.

      El debate siguió presente en los siglos siguientes. En los salones de la aristocracia francesa del siglo XVII, un grupo de mujeres educadas ampliaron la “querelle” y llevaron adelante un movimiento literario y social gracias al cual “la querelle féministe” dejó de ser reserva privada de teólogos y filósofos. A partir de ese momento fue un tema de opinión pública. El movimiento se denominó “preciosismo” y sus exponentes, las “preciosas”, fueron mujeres de la alta burguesía, autodidactas, que sostuvieron que era preferible la aristocracia del espíritu antes que de sangre, revitalizando la lengua francesa, los buenos modales e imponiendo nuevas formas de amor cortesano. Ello no evitó que se produjera una enorme cantidad de obras literarias que buscaban dejar clara la inferioridad y ridiculez de las pretensiones femeninas, como fue el caso de Las mujeres sabias de Moliere y La culta latiniparla de Quevedo. Ambas mostraban una clara misoginia y reflejaban el temor a que las mujeres accedieran a la misma cultura que los hombres.

      Durante la revolución francesa aparecen los Cuadernos de quejas, que representaban las solicitudes que hicieron llegar las ciudadanas a la nueva República, cuando se percataron que el manifiesto denominado Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano sólo abarcaba literalmente a los hombres y no a todas las personas. Esto provocó que “las ciudadanas” que habían participado activamente en el cambio de régimen, escoltando incluso al rey y la reina de Versalles a París, manifestaran su desacuerdo con el documento e hicieran peticiones de instrucción, derecho a voto, reformas a la familia, protección del marido y otras peticiones que, naturalmente, no fueron consideradas por los asambleístas.

      Durante la revolución hubo dos autores varones que reflexionaron sobre la condición de la mujer desde la filosofía. Uno de ellos fue Poullain de la Barre. Nacido en el seno de una familia burguesa, se formó desde niño para ser sacerdote. En 1663, con 16 años, obtuvo el grado de maestría y tres años después, en la Universidad de la Sorbona alcanzó el grado de bachiller en Teología e inició sus estudios de doctorado. Ordenado sacerdote católico, en 1688 se convirtió al calvinismo, siendo por ello repudiado por su familia.

      Participó en los debates intelectuales de la época, tanto dentro de la universidad como fuera de ella. En los salones parisinos entró en contacto con las nuevas corrientes filosóficas cartesianas, llegando a convertirse a la nueva filosofía. Esta conversión lo inspiró para escribir y publicar a los 26 años un manifiesto cuyo título expresa lo que siglos después sería el “leit motiv” del movimiento feminista. En De la igualdad de los sexos (1673) afirmó qué “la mente no tiene sexo”, de manera que el medio más eficaz para lograr la emancipación de las mujeres era la educación, estimando que su subordinación era contraria al estado natural propio de todos los seres humanos.

      La idea de mérito, lema fundamental del “preciosismo”, cumplió una función diferente a la adjudicada previamente por Christine de Pizan. Su sentido ya no era sólo ético, sino virtualmente político. Sostuvo que el mérito, íntimamente asociado a la idea de igualdad, era lo que legitimaba y habilitaba a las mujeres para el desempeño de las mismas tareas y funciones que los hombres, desde el sacerdocio hasta el mariscalato. Asimismo, a diferencia de Christine de Pizan, De la Barre señalaba que “le bon sens” (el buen sentido) se contraponía radicalmente como instancia crítica al saber tradicional instituido, atendido que sobre todo las mujeres son las que tradicionalmente han sido excluidas de ese saber.

      Ello es justo lo contrario a lo defendido por Jean Jacques Rousseau en la Ilustración. Rousseau sostenía en El Emilio que cuando la mujer se quejaba de la injusta desigualdad respecto del hombre, cometía un error, por cuanto esta desigualdad no era una institución humana, o al menos no era obra del prejuicio, sino de la razón. Para el autor de El contrato social, las diferencias sexuales “debían influir sobre la moral y la política”. De allí se establecía la división de papeles y el predicamento de que las mujeres no pertenecen al orden público-político, sino al doméstico-privado, mirada que también se puede leer en La nueva Eloísa.

      De La Barre, en cambio, dirige su mirada al origen de la historia y descubre que el elemento constante que une las distintas etapas históricas es la primacía del más fuerte. En consecuencia, estima que la fuerza siempre ha prevalecido sobre la razón, y que ella ha estado siempre en el lado de los varones. Arguyó que la igualdad es uno de los rasgos definitorios del estado natural, siendo la única diferencia entre los sexos la fecundidad y la fuerza. Manifiesta que originalmente la desigualdad no se inicia con la reproducción sino con la extensión de la familia; la introducción de nuevos miembros en la familia primitiva fue lo que provocó la dependencia de las mujeres, ya que allí se encuentra el origen de la división sexual y funcional del trabajo, poniéndose fin al estado de naturaleza. Concluye en su obra que la dependencia de las mujeres es voluntaria y que con el tiempo devino en subordinación y exclusión política cuyas bases carecen de legitimidad.1

      De La Barre fue perseguido por sus ideas y sus escritos, debiendo huir de París. Tras la dictación del Edicto de Nantes, se estableció en Ginebra, donde fue acogido como ciudadano suizo, se casó, tuvo dos hijos y se dedicó a la enseñanza hasta su muerte.

      El segundo personaje memorable entre los ilustrados franceses que defendieron los derechos de la mujer fue el filósofo francés Jean Antoine de Condorcet. Matemático y dirigente político, nacido en Ribemont y educado en escuelas jesuitas y en el Colegio de Navarra de París, se convirtió durante la revolución en el gran defensor del laicismo en Francia. Proveniente de una familia noble, apoyó los objetivos de la revolución y entró en la política, siendo elegido miembro y presidente en la Asamblea Legislativa en 1792.

      Condorcet criticó los excesos que se estaban cometiendo contra los girondinos moderados, a los que apoyó durante la época del Terror en 1793. Tuvo que huir cuando Robespierre ordenó su detención. Y permaneció alrededor de nueve meses oculto, tiempo durante el cual redactó su obra más importante, Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, en la que reclamó el reconocimiento del papel social de la mujer. “¿Acaso los hombres no tienen derechos en calidad de seres sensibles, capaces de razón, poseedores


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