El propósito no era lo que yo creía. Sharoni Rosenberg

El propósito no era lo que yo creía - Sharoni Rosenberg


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colaterales del dinero

      Lo que muchos no han interiorizado aún es que el consumismo y el materialismo, en general, pueden ir en nuestro propio desmedro. Su efecto en nosotros no es indiferente. Una serie de estudios ha puesto en evidencia cómo las aspiraciones materiales pueden incluso disminuir nuestro nivel de satisfacción con la vida22. Una investigación realizada por Seligman y Diener en Estados Unidos durante 2004, demuestra que las personas materialistas tienden a restarle importancia a sus relaciones interpersonales y a estar constantemente disconformes con su nivel de ingresos23.

      Un estudio de similares características, en el cual se investigaron los casos de distintos ganadores de la lotería, evidenció que aquellas personas con poder adquisitivo prácticamente ilimitado tendían a disminuir su disfrute de las cosas simples de la vida24, pues van de a poco perdiendo su capacidad de asombro. A eso se le suma el hecho de que suelen dar por sentado cada privilegio que gozan, perdiendo la gratificación propia que genera el ser agradecido.

      Otra investigación del psicólogo estadounidense Tim Kasser, demostró que las personas con valores aspiracionales (los relativos al dinero, el estatus social y el poder) acarrean un riesgo superior de depresión y son más propensos a trastornos mentales25. Kasser afirma que el materialismo produce menores niveles de bienestar porque se asocia a bajos niveles de autoestima, empatía y motivación intrínseca, así como a altos niveles de narcisismo y de comparación social, que traen aparejados mayores conflictos en las relaciones interpersonales26.

      Como se puede apreciar, los estudios en esta línea abundan, y aun así la creencia social de que el dinero es lo que nos hace felices, sigue profundamente arraigada en nuestra cultura. Muestra de ello es que, a pesar de que cada generación ha sido más rica que la anterior, los índices de bienestar no hacen más que empeorar27.

      El reconocido psiquiatra chileno Ricardo Capponi, busca dar una explicación a este fenómeno humano por el cual siempre queremos más, aunque esto no nos haga más felices, que denomina “adaptación hedonista”. Capponi señala que nuestros órganos sensoriales, los que nos permiten sentir placer, están hechos para que un estímulo repetido pierda fuerza en el tiempo. Es como si el órgano se cansara y dejara de estimularse con cada repetición. Por mucho que nos encante el chocolate, si lo comemos todos los días, a toda hora, dejaría de producirnos el mismo nivel de placer que inicialmente.

      Eso mismo ocurre con las posesiones materiales. Añoramos tener nuestro propio auto y, luego de que lo conseguimos, queremos cambiarlo por otro de mejor marca o por un modelo más nuevo. Si nos encantan las zapatillas, no basta con tener tres pares distintos, siempre deseamos comprar el último modelo. No nos basta con salir de vacaciones, estas tienen que ser cada vez más sofisticadas y lujosas para que nos generen adrenalina.

      La adaptación hedonista hace que nos acostumbremos con rapidez a lo bueno. A medida que vamos acumulando, las expectativas aumentan, y aquello por lo que se ha luchado tanto ya no nos brinda la misma satisfacción que solía darnos. Para obtener el mismo nivel de placer que en la experiencia inicial, se necesita ir acrecentando la dosis de aquello que dio satisfacción y, por lo tanto, más dinero.

      Y tener que ganar más para gastar más conlleva importantes costos personales: menos tiempo con la familia, angustia, estrés y deudas, entre otros males.

      La situación que describimos nos lleva a sentirnos cada vez menos libres. Lo único que queda es seguir comprando para aplacar la angustia que produce la abstinencia. Creemos que comprar es lo que llenará ese vacío, pero lo único que logramos con eso es llenar espacio físico, en circunstancias que el vacío es espiritual.

      Para Eckhart Tolle28 la gran liberación del materialismo viene con el reconocimiento de nuestro propio ego o de ese “falso yo” que nosotros mismos hemos creado para protegernos de las agresiones del mundo. Para Tolle, la fuerza que motiva el comportamiento del ego es siempre la misma: la necesidad de sobresalir, de tener poder, de recibir atención y poseer más. Además, el ego nunca es autosuficiente, siempre desea algo de los demás o de las situaciones. Utiliza a las personas y los contextos para obtener lo que desea, pero la brecha entre lo que desea y lo que se tiene nunca se elimina, por lo que se convierte en una fuente constante de desasosiego y angustia.

      En nuestra cultura, vivir para poseer más es una realidad cotidiana y se ha vuelto el estado normal de muchas personas. La vida es vista como una contrariedad, y vivimos en un constante resolver problemas para alcanzar, en un futuro, la tan anhelada felicidad que, finalmente, nunca llega.

      Volveremos a este tema más adelante, pero lidiar con este “otro yo” o “sombra” que todos tenemos, en menor o mayor medida, no es algo simple. ¿Puede el dinero comprar nuestra felicidad?

      La publicidad de la tarjeta de crédito Mastercard quedó grabada en la cabeza de muchos que, como yo, seguro la recuerdan hasta el día de hoy. Decía: “La felicidad no se puede comprar... para todo lo demás, existe Martercard”. Qué sabias palabras.

      La felicidad no se puede comprar, eso es seguro, pero eso no quita que la forma en cómo invertimos o gastamos nuestro dinero sí pueda incidir en ella. De hecho, si lo gastamos en experiencias compartidas con otros o con el objeto de mejorar la vida de los demás, nuestra felicidad probablemente sí aumentará29.

      Esta hipótesis se confirma si observamos el creciente aumento que ha tenido en los últimos cincuenta años la filantropía y otras conductas altruistas que fomentan la solidaridad, así como nuevas formas de hacer negocios más conscientes de sus impactos y de la ética empresarial. Ejemplo de ellos son el movimiento The Giving Plegde30, las inversiones de triple impacto, fondos de inversión social, empresas B y la banca ética, entre muchas otras.

      Es difícil demostrar que lo anterior es cierto, ya que no tenemos forma de medir con exactitud hasta qué punto los actos altruistas aumentan nuestro nivel de felicidad. En cambio, medir utilizando el dinero como parámetro es mucho más fácil. Por ejemplo, es más simple calcular el valor de mi casa por su precio de venta que por el bienestar que me genera a mí y a mi familia vivir en ella. Lo mismo sucede con el trabajo: es más sencillo evaluar una oferta de trabajo por el sueldo que nos pagan que por la calidad humana de nuestros futuros colegas. Y es justamente este análisis simplista de la vida el que nos ha llevado a medir el éxito, la felicidad y la vida, en general, a través del dinero.

      Pero, ¿qué pasaría si pudiésemos medir el nivel de nuestra salud, cuánto nos quieren nuestros amigos o la calidad de nuestra relación de pareja? ¿Admiraríamos más a las personas que ostentan altos indicadores de estos atributos o a quienes tienen más dinero?

      Imaginémonos por un minuto la escena en la que un grupo de excompañeros de colegio —que ahora bordean los sesenta y cinco años— se reúne a repasar su vida, prometiéndose absoluta honestidad en lo que van a compartir con sus compañeros de la vida. Para efectos de este ejercicio, vamos a suponer que los atributos realmente importantes para el bienestar son cuantificables numéricamente en una escala que va de uno a mil.

      Comienza el encuentro y estas son las conversaciones que surgen:

      1) César, comerciante, casado, el más alegre del grupo, cuenta que se siente plenamente realizado en la vida. Tiene cuatro hijos y diez nietos. Con sus ahorros, más la venta de su minimarket, se compró un campo en las afueras de la ciudad en la cual lo visita su familia fin de semana por medio. Además, en verano todos van a instalarse con él y su señora durante un mes completo. Tiene un grupo con el que sale cada jueves por la mañana a hacer caminatas al cerro, y participa activamente en los programas para adultos mayores que ofrece la junta de vecinos. La salud de César está en perfectas condiciones, por lo que está planeando emplearse en algo.

      2) Ester, ingeniera, soltera, era la más coqueta e interesante del curso. Hizo una carrera brillante en una empresa multinacional de cosmética. No pudo tener una relación amorosa estable, pues su profesión le demandaba viajar fuera del país constantemente. Cuenta que hace dos años decidió finalmente adoptar dos hermanos haitianos. Tenían cinco y siete años cuando los recibió. La maternidad la llenó de vitalidad, y con eso comenzó una vida diferente, llena de actividades y amistades nuevas. Con las apoderadas del curso se turnan para ir a buscar a los niños al colegio, salen religiosamente


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