El cine en el Perú. Giancarlo Carbone de Mora
largometraje y sus principales creadores.
Pienso que el retraso en la culminación de este libro se debió quizás al contagio emocional causado por la depresión y el desinterés en que cayó toda la actividad cinematográfica nacional, inmediatamente después de la estocada que recibió la Ley de Cine en 1992. El desbande generalizado, la apatía, el desinterés por continuar produciendo cine, los pleitos absurdos entre el propio gremio cinematográfico, el limbo legal en que se encontraba el cine nacional y el deprimido mercado editorial de esos años me desanimaron para continuar la publicación. Preferí que pasara algún tiempo para que el público y yo mismo lográramos un suficiente distanciamiento histórico y pudiéramos apreciar y juzgar mejor ese especial momento de la historia del cine peruano. Sin embargo, no calculé bien y los años fueron pasando, hasta que hace unos meses, observando el trabajo entusiasta de las nuevas generaciones de jóvenes cineastas y escuchando sus puntos de vista y preocupaciones actuales, decidí desenterrar mi investigación sobre el periodo de la Ley de Cine 19327. Creo que la lectura de los testimonios de los cineastas de esa etapa puede contribuir en algo a exorcizar los temores de esta nueva generación, que ha tomado la posta y el reto de volver a hacer cine en el Perú.
Lo que está pasando hoy en el cine peruano tiene mucho que ver con lo que se hizo y se dejó de hacer en el periodo 1972-1992. Es bueno que las nuevas generaciones conozcan los errores y aciertos de un momento tan importante para la historia del cine nacional, como lo fue el periodo del Decreto Ley 19327, que en el lapso de veinte años estimuló la producción de algo más de mil doscientos cortometrajes y sesenta largometrajes, a la vez que facilitó la formación de alrededor de cincuenta empresas relacionadas con el rubro cinematográfico y creó una estrecha relación entre el Estado, el público y la industria del séptimo arte.
De otro lado, también es interesante ver estos textos a la luz del tiempo en que se tomaron los testimonios. Las entrevistas se hicieron en las postrimerías de la Ley de Cine 19327 (años 1992 y 1993), cuando tras el balance la desilusión época comenzaba a ganar terreno. Si bien es cierto que la mayor parte de las entrevistas fueron realizadas hace aproximadamente doce años, muchas de ellas aún conservan la frescura, la ilusión y también la rabia de quienes vivieron intensamente el cine en el Perú como pasión y como profesión.
El libro está organizado en dos secciones: la primera, dedicada al tema del funcionamiento de la Ley de Cine 19327, vista desde la óptica de dos personas cercanas a su aplicación, como son Luis Garrido Lecca, ex director de la Comisión de Promoción Cinematográfica (Coproci) y ex miembro de la otrora temida Oficina Central de Información (OCI) del gobierno militar, y José Perla Anaya, abogado especializado en derecho de las comunicaciones y primer presidente del Consejo Nacional de Cinematografía (Conacine). En cambio, la segunda sección es un itinerario en orden más o menos cronológico por los recuerdos y testimonios de las tres generaciones de cineastas que hicieron posible la actividad cinematográfica en el país durante la vigencia de la Ley de Cine 19327. Los personajes escogidos para este propósito son Nora de Izcue, Nelson García y Jorge Suárez, de la primera generación; Gianfranco Annichini, Edgardo Guerra, José Carlos Huayhuaca, José Antonio Portugal, Kurt y Christine Rosenthal y Bárbara Woll, de la segunda generación; y Augusto Cabada y Aldo Salvini, de la tercera y última generación.
Por razones de espacio y economía textual no ha sido posible incluir a otros cortometrajistas, cuya obra es igualmente importante, pero creo que la figura retórica de la metonimia es válida en este caso, es decir, los cortometrajistas seleccionados para las entrevistas de este libro son representativos del variado universo de nuestro gremio cinematográfico y nos dan una idea cabal de este importante periodo histórico del cine nacional. A todos los cineastas de la Ley 19327 va dedicado este libro y homenaje.
Expreso mi agradecimiento a mis colaboradores más cercanos, sin los cuales no hubiese sido posible hacer realidad este libro, en especial a Irma “Mimi” Benavides, que siempre me apoyó en todo y tuvo la paciencia de aguantar estoicamente este largo proceso. A Miguel Mejía y Ana Shimabu -kuro, infatigables y disciplinados compañeros que me cedieron muchas horas de su valioso tiempo para comentar, transcribir y limpiar las entrevistas. Agradezco también a Jenny Canales, Ronald Portocarrero e Irela Núñez, quienes me acompañaron en un inicio, los dos primeros, a realizar algunas de las entrevistas, y a Irela por ayudarme a construir un archivo de imágenes para este propósito; a Nelson García por cederme algunas fotos de su archivo personal y a Ricardo Bedoya por la gentileza de aceptar prologar este libro. Por último, quiero agradecer a todos los entrevistados por confiarme sus memorias y hacer de sus testimonios un documento valioso para la reconstrucción histórica del cine peruano, a todos ellos muchas gracias.
Giancarlo Carbone de Mora C.
Lima, marzo del 2006
El cineasta debe tener criterio empresarial*
Luis Garrido Lecca
Limeño, nacido en 1931, inicia sus estudios de derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Fue becario en la Deutsche Film AG (Defa) de la República Democrática Alemana, donde se graduó como cineasta. Uno de sus maestros en Europa fue el gran documentalista holandés Joris Ivens, con quien luego viajó a Cuba como asistente para filmar durante la época de la revolución castrista. A su regreso al Perú trabajó en Cooperación Popular durante el primer gobierno de Belaunde (1963-1968), en todo lo relacionado con el rubro de difusión e información, donde se preocupó por equipar el área de cine y filmar algunos documentales. Su trabajo más conocido es el mediometraje documental en dieciséis milímetros Pueblos olvidados. Otro filme suyo es Pueblo en marcha, realizado junto con el poeta y cineasta Pablo Guevara, compañero de ruta en ese entonces. Posteriormente, durante el gobierno militar trabajó en el Ministerio de Educación, apoyando los proyectos de alfabetización y educación del régimen. Fue director de cinematografía de la otrora famosa Oficina Central de Información (OCI) y luego director de la Comisión de Promoción Cinematográfica (Coproci), desde donde apoyó, como pudo, el desarrollo del cine nacional. En la década de 1980 fue funcionario de la Municipalidad de Lima, durante las alcaldías de Eduardo Orrego y de Alfonso Barrantes, en el cargo de director de Espectáculos.
La Ley de Cine y los primeros años de la Comisión de Promoción Cinematográfica (Coproci)
Después de muchos años, ¿qué recuerda de la Ley de Cine 19327 y de su participación en la otrora temida y poderosa Oficina Central de Informaciones (OCI) del gobierno militar?
La Ley de Cine se da en el año 1972, en el 74 soy invitado por la OCI para fundar la Dirección de Cinematografía de ese organismo. Antes, la actividad cinematográfica formaba parte del Ministerio de Industria, dentro del rubro de tejidos y varios, donde estaba incluida. La idea era crear una Dirección de Cine como las que existían en otros países del mundo. Tengo entendido que hasta ese momento no había legislación a ningún nivel, ni decretos supremos, ni ministeriales, ni directorales, porque no existía nada. En resumen, la legislación sobre producción, distribución y exhibición estaba a fojas cero en el Perú.
Sin embargo, y contradiciendo un poco lo que usted dice, tengo entendido que en 1962 ya se había dado una ley de apoyo a la exhibición de largometrajes producidos en el Perú (Ley 13936), e igualmente durante el primer gobierno de Acción Popular (1963-1968) algo se hizo por el cine en el Perú.
Sí, es verdad, por ejemplo, en el primer gobierno de Belaunde, y por iniciativa de Eduardo Orrego y mía, desde Cooperación Popular, que fue un organismo gubernamental del Estado peruano, se empezó a apoyar al cine nacional. Fue un cine, no diré oficialista, pero sí subvencionado por el Estado, que pagaba desde los sueldos de los empleados hasta los equipos que se necesitaban. Trabajaron conmigo en este proyecto Pablo Guevara y otros poetas, como Antonio Cisneros,