Redes cercanas. Javier Díaz-Albertini Figueras

Redes cercanas - Javier Díaz-Albertini Figueras


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sacado provecho de reglas poco claras y sanciones relativizadas. Pero también es un modo de no querer profundizar nuestra comprensión de cómo somos porque es un ejercicio difícil y, por qué no decirlo, doloroso.

      Deambulamos, entonces, por el mundo echándole la culpa a una cultura que nos condena, pero de la cual, paradójicamente, muchas veces nos sentimos orgullosos. Cuantas veces he escuchado la leyenda urbana sobre un accidente en cadena en una autopista de un país europeo (normalmente se selecciona a alguno obsesivamente ordenado como Suiza o Alemania), en el cual estuvieron involucrados decenas de autos, menos uno que logró esquivar a todos. ¿Quién lo conducía?: un peruano, que acostumbrado a hacerle frente a micros, buses, mototaxis, triciclos y peatones que zigzaguean en las vías públicas, tenía la capacidad de esperar lo inesperado y los reflejos necesarios para actuar ante lo aleatorio.

      Basta hurgar solo un poco para cuestionar esta sentencia fatalista. Siempre he trabajado en universidades en las cuales se cumplen los cronogramas, se respetan las normas y ni una sola vez se me ha acercado un alumno o alumna para “arreglar” una nota. He sido testigo de clubes sociales con niveles altos de convivencia pacífica y donde se respeta al personal cuando se le llama la atención por algún tipo de falta (conducir muy rápido, ocupar más sillas de las permitidas...). He viajado por el país y me he hospedado en comunidades campesinas y caseríos organizados, con niveles bajísimos de delincuencia y un alto sentido de pertenencia y compromiso con la localidad. He visto cómo en asentamientos humanos hay un profundo sentido de solidaridad en la adversidad y son raros los casos de inescrupulosos que intentan sacar provecho de sus vecinos. Y podría continuar con una larga lista de “otros” peruanos y peruanas que destacan como ciudadanos y vecinos en su quehacer cotidiano, en su participación en asambleas, en sus contribuciones voluntarias, en su sacrificio por la comunidad.

      ¿Por qué esta contradictoria diversidad de conductas y actitudes? ¿Nos encontramos ante dos subculturas en pugna por determinar nuestra identidad? ¿O será que estamos refiriéndonos a las mismas personas pero en diversos espacios y momentos? Estas preguntas me condujeron a diseñar una investigación exploratoria que intentara analizar y explicar por qué nos comportamos de estas maneras tan contradictorias. En este intento me anteceden muchos estudiosos, que desde diversas ópticas, especialmente en los últimos años, han examinado nuestra tendencia hacia la informalidad y la displicencia con respecto a la norma. Como veremos más adelante, algunos concluyen que el problema es el mismo marco jurídico que excluye a las mayorías y no deja otra opción que actuar al margen de estas; otros examinan los cimientos de nuestra cultura criolla y cómo la sociedad colonial permitía la laxitud para compensar la exclusión que sufrían los hijos de españoles nacidos en nuestra tierra; otros más se han fijado en las instituciones y cómo han fallado en su tarea de promover nuestros derechos y hacer cumplir las leyes; y para otros el problema es que se ha instalado entre nosotros la anomia, debido a que nuestros valores y normas no han cambiado al mismo ritmo que los procesos sociales y nos encontramos sin valores ni reglas claras para enfrentar las nuevas situaciones.

      Este bagaje académico me ofrecía la base fundamental para examinar nuestras formas de sociabilidad desde una óptica poco explorada pero complementaria con lo avanzado hasta el momento. Desde hace unos años he estado trabajando el concepto de capital social, especialmente su relación con el desarrollo y la democracia, y encontré que sería una herramienta útil para indagar sobre los mecanismos detrás de nuestra acción colectiva. A pesar de sus múltiples definiciones, existe un amplio acuerdo de que el capital social se refiere al conjunto de recursos con que cuenta un actor social (individual o colectivo) por ser parte de determinadas estructuras o redes sociales. Es decir, los recursos que necesito (afectivos, materiales, informativos, etcétera) están en posesión de otros y otras, y mediante mis vínculos con ellos y ellas es que puedo satisfacer mis necesidades y lograr mis objetivos. En mis vínculos, entonces, es que hallo el capital social del cual dispongo.

      Bajo esta óptica, los tipos de vínculos que tienen las personas influyen fuertemente en sus actitudes y conductas. Es evidente, por ejemplo, que mi conducta será diferente si consigo un préstamo de mis padres que si lo tramito en un banco. El monto del recurso —en este caso la cantidad de dinero— puede ser igual, pero las obligaciones adquiridas se enmarcan dentro de planos distintos de orientación de mi conducta. Asimismo, las consecuencias de mis acciones serán diferentes, por ejemplo, si me retraso en el pago.

      La hipótesis general de esta investigación es que muchos de los principales vínculos que conforman las redes importantes de los peruanos siguen estableciéndose por la cercanía. Esto favorece el predominio de orientaciones particularistas hacia los demás, eso es, por reglas, acuerdos y contratos informales negociados de acuerdo a los criterios propios y subjetivos de las mismas relaciones. Con frecuencia estas orientaciones entran en contradicción con los valores y normas de carácter universalista que caracterizan la vida de sociedades e instituciones formales que, a pesar de existir, no han logrado calar suficientemente en la vida cotidiana o en los asuntos de mayor importancia de un conjunto significativo de los miembros de nuestra sociedad. Como consecuencia, el problema de nuestras acciones no solo puede ser analizado desde una vertiente cultural (los valores y las normas que hemos aprendido), sino que debe incluir un análisis de la estructura de nuestros vínculos y las condiciones bajo las cuales accedemos a los recursos y oportunidades sociales.

      El concepto de capital social encaja perfectamente con esta tarea, ya que nos lleva a examinar cómo está constituido y cuáles son las principales características de los recursos sociales que favorecen la acción colectiva. Por ejemplo, la literatura sobre capital social señala que la confianza es un recurso valioso porque reduce la incertidumbre y los costos de transacción. Varios estudios y sondeos nacionales muestran que, en términos generales, los niveles de confianza interpersonal e institucional entre los peruanos son bastante bajos. Sin embargo, al indagar en una muestra representativa de limeños y limeñas sobre qué personas e instituciones son más confiables, se encontró una clara tendencia en señalar a los familiares como el único conjunto social que destaca por contar con niveles altos de confianza. ¿Qué implicancias tiene este hecho en las formas como nos organizamos, construimos nuestros valores, nos relacionamos, realizamos negocios, entre muchos otros factores? Este es el tipo de pregunta que intentaremos responder.

      Desde un inicio se planteó una investigación exploratoria cuyo énfasis estuviera puesto en medir tentativamente el capital social en Lima metropolitana. Sobre esta base, buscaba aproximarse al tipo de fuentes disponibles de capital social y de qué manera variaban según características seleccionadas de la población, como son el nivel socioeconómico, la edad y el género. Esta información nos permitiría, a su vez, apreciar cómo las fuentes predominantes de sociabilidad podrían conducir a ciertos patrones de relaciones interpersonales y conductas.

      Se consideró pertinente utilizar como fuentes del capital social aquellas propuestas por los teóricos e investigadores más reconocidos en la temática, especialmente Bourdieu, Coleman, Putnam, y se tomó en cuenta el análisis crítico de Alejandro Portes. Los indicadores utilizados se construyeron sobre tres fuentes del capital social, a saber:

      • La confianza interpersonal e institucional.

      • La legitimidad y efectividad de las normas, definida como el nivel de creencia en la pertinencia de las normas, del cumplimiento de las diversas normas sociales (costumbres, hábitos sociales, ordenanzas, leyes) y la capacidad de las diversas organizaciones sociales de infligir sanciones. La efectividad de las normas depende, a su vez, del grado de institucionalidad existente en la sociedad.

      • La densidad de las redes sociales, prestando especial atención a los tipos de vínculos existentes como medio para acceder a recursos y oportunidades.

      Como veremos en el segundo capítulo, no existe un acuerdo unánime sobre la validez y la pertinencia de estos indicadores. Hay investigadores, como Portocarrero et al. (2006), que arguyen que variables como la confianza son difíciles de medir y que solo constituyen una aproximación (proxy) a lo que es el capital social. En su estudio del capital social en organizaciones sociales, por ejemplo, estos investigadores


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