Montesquieu y la construcción de la paz internacional. Víctor Antonio Hernández Ojeda
bien, es importante destacar que Del espíritu de las leyes no contiene exclusivamente argumentos arquitectónicos. Existen abundantes apartados con argumentos históricos, morales, legales y de distinta índole. La obra abarca una amplísima gama de temas, desde el diseño más abstracto del Estado y los orígenes de la vida política, hasta las disposiciones legales e institucionales que cada forma de gobierno debe adoptar con relación al clima, al suelo, al número de habitantes, al lujo, al maquillaje, etc. La guía interpretativa que aquí propongo aspira dar unidad incluso a esas disposiciones tan peculiares. Bajo esta lectura, Del espíritu de las leyes no es meramente una colección de consejos geográficos y curiosidades históricas, sino un estudio histórico y de política comparada sobre las implicaciones que tiene cada ley, cada norma, cada magistratura, cada institución, cada práctica; en la conservación de la forma de gobierno establecida.
La forma arquitectónica de evaluar los consejos políticos prescritos por Montesquieu es la siguiente. Si esta disposición se aplicara o dejara de aplicarse, ¿esta forma de gobierno perdería o conservaría su naturaleza y su espíritu característico? ¿Qué leyes, costumbres e incentivos son indispensables para preservar la naturaleza y el espíritu de cada forma de gobierno?
Otro elemento indispensable para comprender el método y los objetivos de Montesquieu en Del espíritu de las leyes, es precisamente la historia y la política comparada. La obra no sólo tiene una clara influencia platónica (por plantear los gobiernos en términos de una naturaleza y una pasión que los inspira) sino también aristotélica.[20] Aristóteles, a quien más de uno ha llamado el “padre de la política comparada”, refiere muchos ejemplos en la Política sobre normas y prácticas de las ciudades y culturas vecinas para encontrar las mejores prácticas que se pueden imitar y los errores que se deben evitar.[21]
Inspirado por ese método, Montesquieu despliega un amplísimo conocimiento de historia política (sobre instituciones, leyes, cargos públicos, crisis, aciertos y desventuras de los griegos, romanos y reinos europeos principalmente; así como de diversas sociedades de oriente, como los persas, chinos y turcos) y de política comparada (es decir, no sólo conoce de historia política, sino de la práctica política de su época). Sus ejemplos y referencias son tan diversos que incluso llega a hacer mención de la situación de los indios mexicanos frente a los españoles.[22]
Montesquieu realiza buena parte de sus prescripciones arquitectónicas (prescripciones para conservar la naturaleza y el espíritu de cada forma de gobierno) mediante ejemplos históricos y de política comparada. Louis Althusser, elogiando el método empírico de Montesquieu, llegará a llamarlo el verdadero padre de la ciencia política.[23]
Los orígenes de lo político en Montesquieu
El último elemento para evaluar la pertinencia de la lectura arquitectónica que propongo, y para terminar de situar a Montesquieu dentro de la historia de la filosofía política, es su visión sobre los orígenes y la finalidad del Estado y de la sociedad.
Montesquieu tiene un eco de la reflexión contractualista de Hobbes, pero, como veremos a continuación, no puede decirse en estricto sentido que él mismo sea un autor contractualista. Al principio de Del espíritu de las leyes, Montesquieu emprende un análisis de las leyes naturales al hombre, aquellas que se derivan de su constitución como ser humano. En ese sentido, son leyes que el ser humano habría tenido antes del establecimiento de las sociedades.[24]
En su estado natural, dice Montesquieu, el hombre sólo está preocupado por procurarse su conservación. No tiene tiempo ni condiciones para emprender grandes empresas especulativas (como preguntarse sobre su origen). La única idea que tiene con claridad el hombre en el estado de naturaleza es la idea de su propia debilidad, de su propia vulnerabilidad. Ese hombre, dice Montesquieu, sería extremadamente tímido, viviría convencido de que él mismo es más débil (o al menos igual de fuerte) que los demás. Prueba de este hecho, suscribe Montesquieu, son los casos de salvajes solitarios que se han descubierto en su época, que tiemblan y huyen ante todo. Dado que nadie en el estado de naturaleza se sentiría con la suficiente ventaja para atacar a otro, Montesquieu afirma que la primera ley de la naturaleza es la paz.[25]
En este mismo pasaje, le objeta a Hobbes que los hombres no podrían, en el estado de naturaleza, desear imperio sobre los demás para oprimirlos; pues el imperio y la opresión son ideas demasiado complejas (dependen de muchas otras ideas) y precisamente por ello no podrían ser las ideas originarias del hombre. El estado de naturaleza es tan precario que el hombre no tiene condiciones para especular y formar ideas complejas, ocupa su tiempo en sobrevivir, nada más. En el estado de naturaleza, según Montesquieu, el hombre no tiene motivos ni para atacar ni para defenderse, pues todos se temen entre sí.[26]
La segunda ley natural, dice Montesquieu, es la búsqueda de alimentos, pues el hombre no sólo siente naturalmente temor por sus semejantes, sino que también siente sus necesidades corporales.[27] La tercera ley, en cambio, es la que reúne a los hombres:
El temor impulsaría a los hombres a huir unos de otros, pero los signos de un temor recíproco y, por otra parte, el placer que el animal siente ante la proximidad de otro animal de su especie, les llevaría al acercamiento. Además, dicho placer se vería aumentado por la atracción que inspira la diferencia de sexos. Así, la solicitación natural que siempre se hacen siempre uno a otro constituiría la tercera ley.[28]
Nótese que esta tercera ley involucra tres incentivos distintos para reunir a los hombres en comunidad. En primer lugar, la advertencia de que todos tienen entre sí un temor recíproco genera confianza. Si todos están tan aterrados de mí como yo de ellos, es razonable suponer que no estaré en peligro si convivo con los demás. En segundo lugar, hay un placer en general por convivir con otros miembros de la especie. En tercer lugar, hay un placer particular al convivir con el sexo opuesto.
Quizás esta lista de tres incentivos bastaría para afirmar que Montesquieu es un defensor de la sociabilidad natural, de la tesis de que el ser humano está llamado por naturaleza a vivir en comunidad. Pero hay incluso una cuarta ley natural que confirma esta sospecha.
El deseo de vivir en comunidad proviene en buena medida de un sentimiento (el placer de convivir con los semejantes), pero el hombre puede acceder a un tipo de convivencia superior a la de los animales. Su convivencia puede ser no sólo afectiva, sino racional.
El ser humano tiene una facultad y un deseo particular: el conocimiento. El hombre puede y desea conocer. Y por tanto, dice Montesquieu, los hombres también pueden asociarse para conocer. Ese deseo de reunirse para conocer, es el deseo de vivir en sociedad.[29]
Descrito el estado de naturaleza, Montesquieu señala cómo se transforma el hombre cuando empieza a vivir en sociedad:
Desde el momento en que los hombres se reúnen en sociedad, pierden el sentimiento de su debilidad; la igualdad en que se encontraban antes deja de existir y comienza el estado de guerra.
Cada sociedad particular se hace consciente de su fuerza, lo que produce un estado de guerra de nación a nación. Los particulares, dentro de cada sociedad, empiezan a su vez a darse cuenta de su fuerza y tratan de volver a su favor las principales ventajas de la sociedad, lo que crea entre ellos el estado de guerra.[30]
Montesquieu propone exactamente la tesis inversa de Hobbes. No hay un estado de guerra original y una paz que se obtiene tras firmar el contrato social, sino un estado de paz originaria que se termina cuando los hombres empiezan a vivir en comunidad. Otro matiz importante es que Montesquieu nunca afirma explícitamente que las sociedades se constituyan mediante un contrato o que sea imperativo firmar dicho contrato. Más bien, siguiendo su diagnóstico del estado de naturaleza, la formación de las sociedades es un proceso espontáneo, inevitable dada la naturaleza sociable del hombre.
Montesquieu afirma que las leyes positivas (derecho de gentes, derecho político y derecho civil), surgen precisamente para controlar el caos generado por los dos estados de guerra (nación vs. nación y ciudadanos vs. ciudadanos) que surgen tras la unión de los hombres en