Montesquieu y la construcción de la paz internacional. Víctor Antonio Hernández Ojeda
diagnóstico del estado de naturaleza? Sí. ¿Tiene un diagnóstico del estado civil? Sí. Lo que no hay en Montesquieu es un mandato para firmar el contrato en aras de conseguir x beneficio. En Hobbes, se firma el contrato para salir del abominable estado de guerra natural a los hombres. En Locke, se firma el contrato para garantizar la imparcial y segura defensa de los derechos naturales. En Montesquieu, el estado de naturaleza es pacífico y la unión inevitable de los hombres en sociedad genera un estado indeseable, un doble estado de guerra.
Más aún. En general, la tradición contractualista considera el contrato como la causa de que los hombres se reúnan y como la causa de toda su organización política. En Montesquieu, la generación de las sociedades es inevitable, es un proceso natural. El hombre, en tanto que ser vulnerable y necesitado de la comunidad para satisfacer sus necesidades, no tiene más remedio que reunirse con sus semejantes. La génesis de las sociedades no es un contrato, sino la naturaleza del hombre, su indigencia como individuo, su incapacidad para bastarse a sí mismo, así como el deseo que tiene de estar acompañado por sus semejantes. Esa tesis, nuevamente, tiene una profunda influencia platónica y aristotélica:
En mi opinión –proseguí–, una ciudad nace cuando los individuos en particular se encuentran en la imposibilidad de bastarse a sí mismos (αὐτάρκεια) y de procurarse las muchas cosas de que han menester… Un hombre, por tanto, se asocia con otro en vista de tal necesidad, y con otro por tal otra, y así, por la necesidad en que están muchos de muchas cosas, se van reuniendo en el mismo domicilio como asociados y auxiliares, y a esta convivencia le damos el nombre de ciudad…[32]
En primer lugar, pues, la necesidad ha hecho aparearse a quienes no pueden existir el uno sin el otro, como son el varón y la mujer en orden a la generación (y esto no por elección deliberada, ya que en el hombre, no menos que en los demás animales y en las plantas, hay un deseo natural de dejar tras de sí otro ser a su semejanza). Es también necesidad, por razones de seguridad[33] (σωτηρία), la unión…[34]
La asociación última de muchos municipios es la ciudad. Es la comunidad que ha llegado al extremo de bastarse en todo virtualmente a sí misma, y que si ha nacido de la necesidad de vivir, subsiste porque puede proveer una vida cumplida. De aquí que toda ciudad exista por naturaleza, no de otro modo que las primeras comunidades, puesto que es ella el fin de las demás. Ahora bien, la naturaleza es fin; y así hablamos de la naturaleza de cada cosa, como del hombre, del caballo, de la casa, según es cada una al término de su generación. Por otra parte, aquello por lo que una cosa existe y su fin es para ella lo mejor; en consecuencia, el poder bastarse a sí mismo es un fin y lo mejor. De lo anterior resulta manifiesto que la ciudad es una de las cosas que existen por naturaleza, y que el hombre es por naturaleza un animal político; y resulta también que quien por naturaleza y no por casos de fortuna carece de ciudad, está por debajo o por encima de lo que es el hombre.[35]
Después de que la naturaleza ha hecho de las suyas y ha reunido a los hombres en sociedad (por su vulnerabilidad, por su búsqueda de seguridad, por la advertencia del temor recíproco, por el deseo de convivir, por el deseo de aparearse y por el deseo de conocer), los hombres empiezan a disfrutar de sus beneficios. El beneficio fundamental que reporta la sociedad (la vida en común) es la división del trabajo. El zapatero hace zapatos y los intercambia con el granjero, con el sastre, etc. Así, cada quien con las habilidades que le ha dado la naturaleza, suple las necesidades de otros a cambio de que los otros suplan las de él.[36]
Una de las señales más claras de que Montesquieu comparte esta visión aristotélica y platónica del hombre como un ser vulnerable y naturalmente llamado a vivir en comunidad (espacio en el que habrá de satisfacer sus necesidades en alianza con los demás), es que utiliza sistemáticamente el término “sociedad” para referirse a la comunidad de los hombres. No olvidemos que societas en latín implica más que una asamblea, más que una mera aglomeración de hombres.[37] Es una comunidad que se reúne para obtener un beneficio específico, una unión encaminada a la persecución de un objetivo pactado por las partes que la integran.[38]
En el contexto de esa comunidad que se basta a sí misma, dice Montesquieu, los individuos olvidan su vulnerabilidad, su indigencia natural, y deciden emprender la guerra contra los demás. La sociedad deja de ser el espacio propicio para la cooperación y la mutua satisfacción de las necesidades de los individuos, para convertirse en el botín de todos. Y, a su vez, las sociedades entre sí, mediante la guerra y la conquista, se convierten las unas en el botín de las otras.[39]
Estos dos tipos de estado de guerra son el motivo de que se establezcan las leyes entre los hombres. Considerados como habitantes de un planeta tan grande que tiene que abarcar pueblos diferentes, los hombres tienen leyes que rigen las relaciones de estos pueblos entre sí: es el derecho de gentes. Si se les considera como seres que viven en una sociedad que debe mantenerse, tienen leyes que rigen las relaciones entre los gobernantes y los gobernados: es el derecho político. Igualmente tienen leyes que regulan las relaciones existentes entre todos los ciudadanos: es el derecho civil.[40]
Nótese el condicional que da origen a las leyes positivas.[41] Si los hombres desean conservar su asociación, la alianza que les provee seguridad, entonces deben someterse a leyes. Si los hombres desean en verdad liberarse de la violencia, del egoísmo, del deseo de someterlo todo y poseerlo todo que los hombres adquieren tras haber disfrutado de los beneficios de vivir en sociedad, entonces deben limitar esos impulsos mediante las leyes y mediante el gobierno.
Éste es otro de los pasajes que pueden incitar al lector a pensar que Montesquieu no es un autor contractualista y que su proyecto político no está planteado en coordenadas absolutas, sino contextuales. La formación del gobierno y de las leyes para la preservación de la sociedad no es un mandato moral, no es fruto de la necesidad, no es radicalmente inevitable, es una decisión libre enunciada con un condicional. Si usted quiere salir del caos generado por el olvido de cada individuo y de cada sociedad de su vulnerabilidad natural, no tiene otra alternativa que establecer mecanismos institucionales de coordinación de la acción colectiva y de organización de la vida en común. Montesquieu lo dice categóricamente, “una sociedad no podría subsistir sin gobierno”.[42] Si usted no quiere salir de esa niebla de violencia e incertidumbre, tome un hacha y pase al campo de batalla.
Montesquieu también utiliza otro término genérico para referirse a la comunidad organizada de los hombres, “Estado”. El Estado es “una sociedad en la que hay leyes”,[43] es la unión de todas las fuerzas y de todas las voluntades particulares.[44] Nótese cómo este término comparte dos características fundamentales con la palabra “sociedad”. Primero, el Estado está organizado conforme a leyes para garantizar su supervivencia, su continuidad (que es el objetivo de cualquier Estado).[45] Segundo, el Estado, para constituirse como tal, tiene que sumar no sólo todas las fuerzas, sino también todas las voluntades particulares. Formar un Estado es una decisión que necesariamente requiere no sólo del consentimiento tácito de los ciudadanos, sino del esfuerzo de sus integrantes para preservarlo tal cual es.
El doble estado de guerra surgido de la unión de los hombres en sociedad se mitiga, en el ámbito internacional, mediante la regulación del derecho de gentes.[46] En el ámbito estatal, los individuos pueden entablar relaciones pacíficas gracias a la regulación del derecho político (que fija la relación entre gobernantes y gobernados) y el civil (que fija las normas de convivencia entre ciudadanos).[47]
Cada una de las tres formas de gobierno que propone Montesquieu (república, monarquía y tiranía) tiene una forma particular de disponer las relaciones entre gobernantes y gobernados y las relaciones entre sus habitantes. Y él mismo advierte que, a lo largo de toda la obra, no guiará su exposición distinguiendo cuáles son las leyes civiles y cuáles las leyes políticas de cada Estado, pues este libro no es un compendio de leyes, sino un tratado sobre el espíritu de las leyes.
“Las leyes tienen relaciones entre sí; con sus orígenes, con el objeto del legislador y con el orden de las cosas sobre las que se legisla”.[48] El entramado de esas relaciones es el espíritu de las leyes.[49] De ahí proviene la amplitud del análisis y la diversidad de temas que aborda Montesquieu.