Salud del Anciano. José Fernando Gomez Montes

Salud del Anciano - José Fernando Gomez Montes


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      El trabajo se refiere a la actividad productiva y supone una situación vital permanente, con criterios de estatus y promoción, es decir, una estructura ocupacional hasta la ancianidad. Es una actividad fundamental definidora de la personalidad, que proporciona un marco de relaciones estables (familiares y de clase), un poder económico definido, referentes de prestigio, amistad, solidaridad, hábitos, rutinas, patrones de conducta, es decir, configura la vida.

      El trabajo y el producto que este permite obtener varían a lo largo de la vida de una persona dependiendo de factores biológicos y culturales, así como de las instituciones y del deseo o la necesidad de consumir. Esto da lugar a un curso de vida económico con períodos prolongados al principio y al final, en los que las personas consumen más de lo que producen. Hasta cierto punto, esos períodos se compensan en la edad de trabajar, en la cual se produce más de lo que se consume.

      A diferencia del trabajo, el empleo es una relación contractual entre dos partes, la una vende el trabajo y la otra lo compra y paga por ello. Aunque con la jubilación cese solamente el empleo, se han confundido los dos términos y sus finalidades.

      En la sociedad actual el trabajo ha cambiado cualitativamente por la creciente tecnología que conlleva y cuantitativamente porque hoy existe menos trabajo disponible. Además, ha aparecido el desempleo en todas las economías del mundo. Esto unido a la disminución de la población activa al disminuir la edad de jubilación y aumentar el tiempo de formación para los jóvenes, que entran más tarde a mercado laboral, lleva a una gran crisis que afecta en mayor medida a los ancianos, puesto que no están preparados para enfrentar estos cambios.

      De otro lado, como la jubilación se asocia con la edad cronológica se ha asumido como definidora de la capacidad laboral. Así, cuando se es viejo esta capacidad no existe. Esto era cierto en las sociedades agrícolas en las que el esfuerzo físico era la norma; actualmente, las exigencias físicas y la tecnología han cambiado y en este siglo se modificarán aún más, sin embargo, no se han previsto políticas al respecto, puesto que aún no se ha medido el impacto real de la jubilación.

      Lo que sí es bien conocido es que para el anciano la jubilación puede implicar altos costos, por ejemplo, la pérdida de identidad al perder los marcos de referencia de los roles y las funciones sociales brindados por el empleo representa la pérdida de estatus, la desconexión con el medio social y comunitario (pérdida de referentes) y un creciente sentido de inutilidad. Se considera que la jubilación es un rito de paso desestructurador porque segrega a los individuos de una categoría social y no les da a cambio un contenido distinto en otra categoría, también es desestructurado puesto que segrega de la vida social y no existe un modelo formal y universal de rito de paso que permita la reinserción del individuo.

      Esto ocurre especialmente en los hombres, acostumbrados al espacio público y a ser proveedores, aunque en este sentido, en un futuro cercano también afectará en la misma medida a las mujeres. El problema que la jubilación plantea a los hombres es de tipo instrumental y social (pérdida de prestigio, de identidad, de relaciones, de poder económico), mientras que en el caso de las mujeres pone de relieve nuevamente la situación familiar, dado que las ancianas de hoy han estado dedicadas a las labores del hogar y a las funciones familiares.

      También se confunden jubilación y retiro; los valores que orientan la vida individual y colectiva después de los 65 años se subordinan a una ética del retiro, situación que se ha denominado jubilación, la cual ha significado durante muchos años, y aún persiste el concepto, el evento de la vida que marca el comienzo del fin del curso de vida de un individuo, puesto que se le desvincula sin posibilidades de reinserción. Siempre se asume como una profesión o como un estado en el cual cesa la vida productiva, dando paso a un nuevo estilo de vida donde prima el ocio y el tiempo libre. Sin embargo, en términos reales la jubilación representa la finalización del empleo, pero no del trabajo, ni de la vida productiva. Jubilación y retiro se asumen como sinónimos y dependientes de la edad, de hecho, el criterio laboral (mantenimiento o pérdida de actividades laborales y del rol productivo) es el factor determinante para definir la vejez. De esta manera, jubilación, retiro y vejez pasan a ser sinónimos y llevan consigo una visión pesimista que implica la idea de pérdida de los roles sociales y de las funciones familiares.

      Para las políticas sociales, la jubilación, más que el retiro, es una ganancia y un privilegio de quienes han dedicado “su vida” al trabajo y supone un merecido descanso, una retribución a la labor de toda una vida, pero la realidad individual puede ser otra, debido a que puede llegar a representar el punto final para mantener las posibilidades de estatus y las relaciones sociales al perder todos los referentes vitales, un “rol sin rol”, antes se era panadero, oficinista o médico, ahora se es jubilado, por ello existe un polémica en torno a la jubilación: privilegio vs. imposición, para algunos es una recompensa, mientras que para otros es la muerte social. A principio del siglo pasado la vida estaba integrada por los años escolares y los del trabajo, con una esperanza de 46,3 años las personas solo pasaban en promedio 1,2 años jubiladas, pero ya en el 2013, con una esperanza de vida de 70,9 años para los hombres y 77,1 para las mujeres, una persona promedio pasaba al menos una cuarta parte de su vida como jubilada.

      No obstante, el problema real no es la jubilación, la pensión o el retiro, sino la pérdida de la capacidad adquisitiva por la pobreza en la gran mayoría de las familias colombianas, que no permite una estabilidad económica para los viejos. Se trata de una población que debe trabajar por necesidad y no por placer. Aun los pensionados necesitan completar sus ingresos, pero actualmente no existen oportunidades de empleo para los mayores de 60 años, lo cual los lleva a tener un bajo nivel de vida que se expresa en carencias cualitativas y cuantitativas de vivienda y de servicios públicos, desnutrición y malas condiciones de salud, todo lo cual influye en la prevalencia de enfermedades carenciales y condiciones crónicas, un mayor índice de letalidad por ausencia de atención médica oportuna y adecuada y por la carencia de recursos para atender necesidades más allá de la subsistencia. Los resultados de las investigaciones muestran una fuerte, consistente y graduada asociación entre el ingreso económico y la reducción de la actividad física, de las funciones psicológicas y cognoscitivas y de la salud en general.

      Otro aspecto determinante de la ocupación relacionado con el envejecimiento es lo atinente al manejo del tiempo, pues a pesar de la estimación oficialmente positiva que tiene la jubilación en nuestras sociedades, como presunto estado de ocio placentero indefinido, los ancianos no están preparados para esta situación, dado que el ocio no ha constituido una parte importante ni de su vida ni de su proceso de socialización. De esta manera, el manejo del tiempo supone otra fuente de preocupaciones y ansiedades, ya que afecta las relaciones familiares, especialmente la vida en pareja, porque modifica los ritmos vitales. Las modificaciones van desde el cambio de hábitos y rutinas, qué hacer, cuándo, cómo y con quién, ahora que ya no se trabaja, hasta el rediseño del trabajo familiar y la participación en las actividades cotidianas. Esto es complejo y conflictivo, sobre todo, para los hombres, ya que “las mujeres nunca se jubilan”, siempre llevan consigo la responsabilidad del trabajo doméstico. A diferencia de ellas, los hombres deben asumir otras responsabilidades y tareas que antes eran consideradas exclusivamente femeninas o que se habían delegado a otros miembros de la familia, por ejemplo, colaborar en las actividades domésticas.

      El estudio SABE Colombia, acerca de la ocupación del tiempo entre los ancianos, muestra que cerca de una tercera parte (30,4%) trabaja y que mientras 45,4% de los ancianos entre 60 a 64 años trabaja, entre los mayores de 80 años solo 6,4% lo hacen.

      Además, trabajan más los ancianos hombres, no parientes del jefe del hogar, los más pobres, en la zona rural y que viven solos; en tanto que los menores porcentajes de los que trabajan se encuentran entre los ancianos de 79 años, que son suegros, padres o cónyuges, mujeres, viudos y que viven en familias extensas incompletas.

      Por otra parte, a medida que aumenta el índice de riqueza, disminuyen las proporciones


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