Salud del Anciano. José Fernando Gomez Montes

Salud del Anciano - José Fernando Gomez Montes


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que:

      • La mayor parte de quienes trabajan (60,7%) lo hacen porque lo necesitan, 13,2% quieren ayudar a la familia, 9,3% trabajan para estar ocupados, 7,5% para sentirse útiles y 9,4% porque les gusta el trabajo. Es decir, la principal motivación para trabajar es la necesidad económica.

      • Los ancianos que no trabajan dan las siguientes razones para no hacerlo: tienen problemas de salud (39,4%), están jubilados (24%), no consiguen trabajo (9,1%) y las familias no quieren que trabajen (11%), solamente 3% refirió no necesitarlo.

      • A medida que aumentan los niveles del índice de riqueza, aumentan las proporciones de los que no trabajan. Mientras los que están en el índice de riqueza bajo y más bajo no trabajan porque no han conseguido trabajo o por problemas de salud, los jubilados se encuentran en los índices alto y más alto, lo mismo que los que están cesantes o aquellos cuyas familias no quieren que trabajen.

      En el país existe un porcentaje importante de población mayor de 60 años que continúa haciendo parte del mercado laboral. Pero no precisamente como resultado de la efectividad de las políticas de protección, ni como conquista de espacios por parte de un sector de la población que no es protagonista en las discusiones sociales. Esto es el reflejo de la necesidad de supervivencia de un colectivo de personas que han corroborado que trabajar durante toda su vida no les ha propiciado los medios necesarios para gozar de lo que se podría considerar una vejez digna.

      El papel que las ayudas familiares tienen en la seguridad económica de los ancianos es fundamental. En la vejez, como en otras etapas del curso de vida, cuando una persona no logra, por razones individuales o estructurales, alcanzar una cierta seguridad económica, operan distintos mecanismos de transferencia a través de las familias. Estas transferencias pueden ser intra o extra-domésticas y usualmente no ocurren en una sola dirección, sino que forman parte de un intercambio.

      La importancia de las ayudas familiares en la seguridad económica es un asunto que cada vez adquiere mayor reconocimiento y es relativamente frecuente encontrar estudios que cuantifican estas ayudas. En algunos casos, esta inclusión se realiza bajo el amplio término de “transferencias familiares” o de “rentas provenientes de la asistencia privada”. En otros se registra como “ayudas familiares” y dentro de estas se distingue entre “ayudas familiares dentro del país” y “ayudas familiares de fuera del país”. En todos los casos, sin embargo, alude a un contenido similar: ayudas en forma de dinero en efectivo a aquellos que, de no mediar dicha transferencia, tendrían un probable riesgo de quedar en la pobreza. En la vejez, las ayudas familiares adquieren un significado diferente a las demás etapas del curso de vida, debido a que en esta edad la obtención de recursos para satisfacer las necesidades proviene de fuentes que no siempre son asimilables a aquellas de las restantes generaciones.

      Esto es así porque, como ya se ha mencionado, a medida que avanza la edad el ingreso por remuneraciones al trabajo va perdiendo importancia, y al contrario de lo que ocurre en países desarrollados con sistemas de seguridad social más evolucionados, solo una pequeña proporción descansa únicamente en ingresos provenientes de jubilación o pensión. En este contexto, el apoyo familiar gana importancia, especialmente entre los grupos con bajos ingresos y que no cuentan con apoyo institucional.

      Las transferencias de ingreso remiten al funcionamiento de redes sociales de diversa índole que proporcionan recursos para satisfacer las necesidades cotidianas de los ancianos. En América Latina y el Caribe, un estudio realizado con base en la encuesta SABE en siete ciudades de la región, reveló que en Buenos Aires el 59% de los ancianos entrevistados recibían ayuda en dinero, en Brasil este porcentaje alcanzaba al 61%, en Barbados y Uruguay a 65% y en Chile, Cuba y México el porcentaje era superior al 70%. Un estudio mexicano muestra que una proporción bastante significativa (alrededor del 34%) de los hogares encabezados por ancianos de 65 años depende total o parcialmente de las transferencias informales de ingreso y aquellos que dependen exclusivamente de ayudas familiares alcanzan casi el 10%.

      En la medida en que los ancianos tengan activas sus redes de soporte familiar, se disminuye el riesgo de una reducción simultánea de todas las fuentes de recursos económicos y no económicos, en consecuencia, el riesgo derivado de las fluctuaciones en su disponibilidad se disipa o reparte entre varios agentes. No obstante, debe tenerse presente que los cambios en los patrones de fecundidad y nupcialidad auguran un futuro, que en algunos países ya es un presente, en el que disminuirá el número de familiares (hermanos, hijos, nietos) con los que el anciano puede contar y es cada vez más frecuente que los ancianos se vean obligados a depender de ellos mismos para satisfacer sus necesidades. De hecho, tal como se ha indicado en este capítulo, en muchos casos deben hacerse cargo de familiares jóvenes. Investigaciones del Banco Mundial demuestran que cuando los ancianos ejercen control sobre sus ingresos, aumenta la probabilidad de que gaste su dinero en cubrir las necesidades del hogar como la escolaridad y salud de los nietos. En Colombia, como se anotó anteriormente, lo utilizan para la propia sobrevivencia en la mayoría de los casos.

      Estudios realizados en algunos países de Latinoamérica, así como el estudio SABE, demuestran que la mayoría de las personas cuyos ingresos provienen de ayudas familiares son mujeres. Es importante reconocer que la dependencia de hijos y familiares puede afectar la autonomía de las mujeres y la regularidad de los ingresos. Con frecuencia, el apoyo que reciben las mujeres proviene de los hijos y en especial de las hijas, una “generación intermedia” que aporta a su propio hogar y al bienestar de sus madres.

      Dentro de las posibles razones de esta situación se encuentra que las mujeres ancianas, al carecer de salarios formales y de transferencias del sistema de seguridad social, están siendo apoyadas por sus familiares para saldar la débil frontera de la pobreza, por tanto, en el análisis de la situación económica se debe incluir el contar con redes de apoyo para la mantención y cuidado en edades avanzadas.

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