La invención del sí mismo. Nikolas Rose
épocas producen seres humanos con características psicológicas distintas, con diferentes emociones, creencias y patologías. Indudablemente, tal proyecto de una historia de la persona es concebible, y aspiraciones de este tipo moldean una serie de investigaciones psicológicas recientes, algunas de la cuales discutiré a continuación. A su vez, esta idea anima también una serie de investigaciones sociológicas recientes, pero tales análisis presuponen una forma de pensar que es, como tal, un resultado de la historia que emerge sólo en el siglo XIX. En ese momento histórico, y en un espacio geográfico limitado y localizado, el ser humano es entendido en términos de individuos que son sí mismos; cada uno equipado con un dominio interior, una “psicología”, la cual es estructurada por la interacción entre una experiencia biográfica particular y ciertas leyes generales o procesos del ser humano en tanto animal.
Una genealogía de la subjetivación toma esta forma individualizada, interiorizada, totalizada y psicologizada de entender al ser humano no como base de una narrativa histórica, sino como un lugar para plantear un problema histórico. Esta genealogía trabaja hacia la construcción de una representación de los modos en que este régimen moderno del sí mismo emerge, no como resultado de un proceso gradual de ilustración, en el que los seres humanos, asistidos por los empeños de la ciencia, vendrían finalmente a reconocer su verdadera naturaleza, sino de un número contingente de prácticas y procesos que finalmente son menos refinados y dignos. Escribir tal genealogía es buscar deshilvanar las formas en las cuales este sí mismo, que funciona como ideal regulatorio en diversos aspectos de nuestras formas de vida contemporáneas —no únicamente en las relaciones pasionales de unos con otros, sino también en nuestros proyectos de planificación de vida, en nuestras formas de administración industrial y de otro tipo de organizaciones, en nuestro sistema de consumo, y en muchos de los géneros de producción literaria y estética—, es una especie de plano “irreal” de proyección,6 ensamblado de manera bastante contingente y azarosa en la intersección de una serie de historias diversas: formas de pensamiento, técnicas de regulación, problemas de organización, etc.
Dimensiones de la relación con nosotros mismos
Una genealogía de la subjetivación es una genealogía de lo que se podría denominar, siguiendo a Michel Foucault, “nuestra relación con nosotros mismos” (Foucault, 1896b).7 Su campo de investigación incluye las formas de atención que los humanos han dirigido hacía sí mismos y hacia otros en diferentes lugares, espacios y tiempos. Para poner esto de manera algo más grandiosa, se podría decir que se trata de una genealogía de “la relación del ser consigo mismo”, y las formas técnicas que ha tomado dicha relación. Esto quiere decir que el ser humano es un tipo de criatura cuya ontología es histórica y, por tanto, su historia requiere una investigación de las técnicas intelectuales y las prácticas incluidas por los instrumentos mediante los cuales el ser se ha constituido históricamente: se trata de analizar “las problematizaciones a través de las cuales el ser se da como una realidad que puede y debe ser pensada por sí misma, y las prácticas a partir de las cuales se forman” (Foucault, 1985: 11; cf. Jambet, 1992). El enfoque de tal genealogía, entonces, no es la “historia de la persona”, sino la genealogía de las relaciones que los seres humanos han establecido consigo mismos, por medio de las que han llegado a relacionarse consigo mismos como sí mismos. Estas relaciones son construidas y son históricas, pero no deben ser entendidas localizándolas en algún dominio amorfo de la cultura. Al contrario, ellas son abordadas desde la perspectiva del “gobierno” (Foucault, 1991; cf. Burchell, Gordon & Miller, 1991). Es decir, nuestra relación con nosotros mismos ha asumido tal forma debido a que ha sido objeto de una gran variedad de esquemas más o menos racionalizados, los que han buscado modelar nuestras formas de entender y actuar nuestra existencia como seres humanos en nombre de ciertos objetivos: masculinidad, feminidad, honor, modestia, propiedad, civilidad, disciplina, distinción, eficiencia, armonía, realización, virtud, placer. La lista es así de diversa y heterogénea, como también interminable.
Unas de las razones para enfatizar este punto es la necesidad de distinguir este abordaje de una serie de análisis recientes que han concebido, explícita o implícitamente, las formas cambiantes de la subjetividad o de la identidad como consecuencias de transformaciones sociales y culturales de mayor amplitud: modernidad, modernidad tardía, sociedad del riesgo (Bauman, 1991; Beck, 1992; Giddens, 1992; Lash & Friedman, 1992). Por supuesto, estos trabajos continúan una larga tradición de narrativas que se remontan al menos hasta Jacob Burckhardt: las historias de la emergencia del individuo como consecuencia de una transformación social general desde la tradición hasta la modernidad, desde el feudalismo hasta el capitalismo, desde la Gemeinschaft hasta la Gesellschaft, desde la solidaridad mecánica hasta la solidaridad orgánica, y así sucesivamente (Burckhardt, 1990). Este tipo de análisis asume los cambios en las maneras en que los seres humanos se entienden y actúan sobre sí mismos como el resultado de eventos históricos “más fundamentales” localizados en otros lugares: en regímenes productivos, en cambios tecnológicos, en las alteraciones demográficas o en las formas familiares, en la “cultura”. Es indudable que los acontecimientos en cada uno de esos dominios son significativos en relación con el problema de la subjetivación; pero, por más significativos que puedan ser, es fundamental insistir en que tales cambios no producen transformaciones en las formas de ser humanos en virtud de alguna “experiencia” implicada en ellos. Quisiera sostener que las relaciones cambiantes de subjetivación no pueden ser establecidas por derivación o por interpretación desde otras formas culturales o sociales. Asumir, explícita o implícitamente, que pueden, significa presumir la continuidad de los seres humanos como sujetos de la historia, esencialmente equipados con la capacidad para otorgar significado (cf. Dean, 1994). Pero las formas a partir de las cuales los seres humanos “dan significado a la experiencia” tienen su propia historia. Los dispositivos de producción de significado —redes de visualización, vocabularios, normas y sistemas de juicio— producen experiencia, no son ellos mismos producidos por la experiencia (cf. Joyce, 1994). Tales técnicas intelectuales no vienen construidas, sino que deben ser inventadas, refinadas y estabilizadas, para ser diseminadas e implantadas de diferentes maneras en diferentes prácticas: escuelas, familias, calles, lugares de trabajo, tribunales de justicia. Si utilizamos el término “subjetivación” para designar todos esos procesos y prácticas heterogéneas por medio de las cuales los seres humanos vienen a relacionarse consigo mismos y con otros como sujetos de cierto tipo, entonces la subjetivación tiene su propia historia. Y la historia de la subjetivación es más práctica, más técnica y menos unificada que aquella que permiten trazar las propuestas sociológicas.
De este modo, una genealogía de la subjetivación se centra directamente en las prácticas que ubican a los seres humanos en particulares “regímenes de la persona”. La genealogía de la subjetivación no escribe una historia continua del sí mismo, sino que da cuenta de la diversidad de lenguajes del “ser persona” que han tomado forma —carácter, personalidad, identidad, reputación, honor, ciudadano, individuo, normal, lunático, paciente, cliente, marido, madre, hija— y de las normas, técnicas y relaciones de autoridad al interior de las cuales estos lenguajes han circulado en las prácticas legales, domésticas, industriales, y otras prácticas diseñadas para actuar sobre la conducta de las personas. Una investigación de este tipo puede desarrollarse a lo largo de una serie de caminos interconectados.
Problematizaciones
¿Dónde, cómo y por quiénes algunos aspectos del ser humano son vueltos problemáticos? ¿En función de qué sistemas de juicio, y en relación con qué preocupaciones? Para tomar algunos ejemplos pertinentes, podemos considerar las formas en las cuales el lenguaje de la constitución y del carácter vienen a operar dentro de las temáticas de la declinación urbana y la degeneración, articuladas por los psiquiatras, los reformistas urbanos y los políticos, durante las últimas décadas del siglo XIX, o las formas en que el vocabulario de la adaptación y la inadaptación fueron usados para problematizar conductas en lugares diversos como el trabajo, el tribunal y la escuela en las décadas