Las luchas del deseo. Felix Guattari
en Ginebra, empieza a buscar quién podría publicar a Guattari en Chile. Ni el mundo académico, ni el político, ni siquiera el psicoanalítico, se mostrarán receptivos. Por medio de la escritora Diamela Eltit, Norambuena tomará contacto con Francisco Zegers, editor, publicista y pintor chileno, quien finalmente llevará a cabo la tarea de edición y publicación.
Como cuenta Norambuena en su “Introducción” al libro de 1989, su intención era originalmente traducir La révolution moléculaire, pero rápidamente se encontró con la necesidad de hacer un volumen más pertinente a nuestro continente y nuestra lengua. En una breve semblanza escrita por Norambuena, aparecida en el catálogo #30 Francisco Zegers Artista / Editor, en 2013,9 éste recuerda el interés de Guattari por la dictadura de Pinochet, la represión y el quehacer de los opositores. Decide entonces traducir y editar algunos textos de Guattari en Chile. La apuesta de Guattari para el Chile que iniciaba su “transición” ofrecía “una temática totalmente trasversal (sic) fuera de todo dogma. Un posicionamiento heterodoxo, que no gozaba en ese momento de ningún espacio de acogida, ni cultural, menos sicoanalítico (sic), como tampoco sociopolítico de parte de la intelligence Santiaguina” (s.n.)
Durante la década de 1980, la labor editorial de Zegers permitió sostener el trabajo de una serie de artistas y escritores, y publicar sus libros. Entre ellos, la misma Diamela Eltit, Lotty Rosenfeld, Carlos Leppe y Eugenio Dittborn. En ese concierto, la publicación de Guattari proporciona coordenadas de lectura que le planteaban fuertes exigencias al momento que se vivía en Chile. En su “Nota del Editor” del libro de 1989, Zegers nos propone una imagen de la que no tardará en extraer su fuerza política: el lector podría ser una máquina, máquina como siempre conectada a tantas otras, que experimenta desplazamientos y una paisajística que empezaba, a tientas, a quitarle crédito a ciertos códigos. El libro se le pedía a sus lectores que intentasen pararse en medio, es decir, donde ya no cabe detención alguna, puesto que se trata de un “gabinete de lectura móvil”, y así “sacar la cabeza por la ventanilla del tren”.10
Una nueva mirada sobre lo político, que implicaría a su vez a la salud mental y a las artes visuales, Zegers tiene muy presente, demasiado, la exigencia que Guattari plantea: si la política de hoy (¿1989? … ¿2020?) desborda sus marcos “para tener que retornar a su legalidad para hacerla avanzar en su institución -como un viajero inmóvil”, se trataría de recorrer las cosas de otro modo, de hacer otra política, una “política para hoy”. Pero no sería una labor sencilla: para ello habría que, en plena retirada de las teorías de la dependencia, advertir que ya no era suficiente con diagnosticar el modelo arborescente que ponía al Sur subordinado al Norte. Desde un principio Zegers veía claramente que con Guattari habría elementos de sobra para “interpela[r] al escenario político latinoamericano, que con tanto rigor e ingenuidad se aferra a los modelos arborescentes”.11
El trabajo de Guattari en Chile se inscribiría en paralelo, adyacente al proceso molar de transición democrática. Si la transformación que supone esta última implica captar procesos regulares y trascendentes a los flujos que componen al socius, y que interpretarían, entre otras, la recepción de los llamados movimientos sociales en una institucionalidad en gran medida anquilosada, nunca habría que perder de vista el carácter rizomático de las fuerzas en curso, no formadas ni consumadas. Tal como sucedió en el caso del libro preparado por Suely Rolnik en 1981, lo que estaba en juego era hacer sensible las revoluciones moleculares, de un modo plural y en su compostura singular. Para ello, habría que diluir los “cálculos renales” que, extendiendo la expresión de Zegers, parece que nuestras políticas siguen cargando, hoy, justo en el momento en que preconizamos haberlos abandonado. Ahora mismo, cuando el capitalismo parece saludar su fluidez, y empiezan justamente en Latinoamérica los retornos más o menos interminables de nuevas formas gubernamentales de fascismos (a falta de un término mejor), para mostrar la falibilidad congénita de la transición. A Zegers (y, como veremos, a Guattari) le interesaba la transición a la democracia, pero la necesitaba para entender en ella no un simple banal paso o momento de pasaje, ni mucho menos un cambio de un estado definido a otro.
Zegers nos decía que los gestos de lectura que Guattari nos proponía ya en esos años nos podrían dar la posibilidad de advertir, entre otras cosas, la naturaleza de los movimientos sociales. Movimientos estos, que ya no deberíamos entender, simplemente, como bloques homogéneos. No sólo rechazar el binarismo que reparte con fijeza entre izquierda y derecha, tan nebuloso para nosotros hoy, habitantes de neoliberalismos descarnados. Guattari nos pide que afinemos el oído, para captar los movimientos que germinan al interior de otros movimientos, y que ya no nos permiten identificar amigos y enemigos y ponernos de inmediato en el lugar que más nos convenga, y que más bien nos exigen estrategias, argumentos y cartografías, antes que herencias moralistas o trampas acomodaticias. Izquierdas y derechas al interior de los partidos, sea de donde sean y se reconozcan en la tradición que sea que lo hagan.
Hacia fines de los años 1970, Guattari empezaba a evaluar en detalle las transformaciones de la subjetividad, individual y colectiva, producto de las mutaciones de los mass media. Otros cuerpos, otras imágenes, otras distancias y velocidades, y desde luego, otros inconscientes. Eso se tendría que repetir en el libro mismo. Zegers decía, de la edición de Cartografías, que se trataba de un libro-máquina-de-acción, “disociante, convergente, zigzagueante, contra el libro-perspectiva-apa-rato-de-estado”, y tenía muy presente que no se trataba únicamente de una serie de textos propuestos, sino más bien de una “mirada pragmática de creatividad” con la cual habría que dejar abiertos los territorios de libertad que se van haciendo.12
Porque se trata de un libro sobre el deseo, una máquina deseante. Tantas veces queremos arrojarnos encima de lo espacios de lo real, y la interpretación colapsa los procesos. Y la inmanencia del deseo al campo social no implica que uno se deje subsumir o ahogar por el otro. La única chance de abrir una brecha es mapear relaciones de fuerzas, no seguir programando, no ceder ante las anticipaciones. Se precisan mapas, pero no de territorios que se presuponen o que se tengan como ya constituidos. Se trata de captar cómo las fuerzas, que siempre son relaciones, producen existencialmente sus referentes, sus reales. Las cartografías no pueden verse limitadas a representaciones extrínsecas; participan directamente del engendramiento de sus objetos. Como lo dice Deleuze, a propósito de Foucault, “el diagrama ya no es el archivo, auditivo o visual; es el mapa, la cartografía, coextensiva a todo el campo social. Es una máquina abstracta. Se define por funciones y materias informales, ignora cualquier distinción de forma entre un contenido y una expresión, entre una formación discursiva y una formación no discursiva”.13
Si se trataba de pesquisar líneas de fuga, de inestimable valor para descubrir la fuerza de escape que crece en cada movimiento, fuerza que porta altos coeficientes de creatividad, no es de extrañar que el ejercicio mismo de diagramar y cartografiar se haya encontrado con la persistente dificultad de tener que lidiar con núcleos de poder tan cristalizados, que repelían toda diferencia. ¿Pero acaso no correríamos hoy la misma suerte?
Un lugar casi inexistente
En la última página de la edición chilena de Cartografías, Justo Pastor Mellado se encargaba de consignar cierto aire de familia para el volumen, aparentemente para facilitar la recepción de Guattari en un escenario tan aislado como autorreferente. Proporcionaba “Una chilena biblio(carto)grafía”, con la cual parecía indicar implícitamente que se leyera a Guattari junto a otros textos determinados, para dar posibilidad a un encuentro. Efectivamente muy pocos de dichos textos acusaban recibo explícito de la existencia de Guattari, y se podría sospechar si compartían algún “aire de familia”. Todavía nos queda evaluar si hubo cita, si acaso algo así se puede especular.
El volumen publicado por