El odio y la clínica psicoanalítica actual. Carmen Gloria Fenieux
Sin embargo, como resultado de pequeños progresos, comenzó a ser posible pensar en cerrar la puerta. Cuando se lo mencioné, me replicó: “Yo puedo hacer lo que quiera, cuando quiera”. Entonces cerré la puerta. Cuando se retiraba de la consulta, la escuché murmurarse suavemente: “La puerta está abierta”. Siguiendo a Freud (1924), podemos señalar que ella negaba (renegaba) la realidad y en su lugar “instaló un delirio como un parche donde originalmente se había producido una rasgadura en la relación del yo con la realidad” (p. 150).
Durante la siguiente sesión, Marietta demostró haber tenido suficiente tiempo para recuperarse de este procedimiento de emergencia. Al entrar a la consulta, dejó la puerta abierta, se volvió hacia mí muy lentamente y haciéndolo coincidir con el momento en que yo reunía fuerzas para levantarme a cerrarla, ella gritó: “Anda y cierra la puerta, pelotudo”.
En este caso, ella acepta la realidad del cierre de la puerta, pero niega su significado, y de manera aparente, la somete a su control. De esta forma, ella destruye su capacidad para percibir, mantiene su omnipotencia, evade el pensar y, por lo tanto, el conocimiento.
Hay algunos rasgos más que agregar a esta interacción que me gustaría discutir. Pareciera ser que la respuesta inmediata, el ‘delirio’, era el proceso de mayor malignidad, y lo pensé así durante un tiempo. Pero ya no. Primero, no pienso que esto fuera estrictamente un delirio. Ella sabía que la puerta estaba cerrada y al murmurar “la puerta está abierta” fue, pienso, más bien un intento desesperado de lidiar con alguna situación interna terrible. En ese sentido, ella estaba muy conectada con la realidad.
Sin embargo, el material de los días siguientes trajo un tipo de dificultad completamente diferente. Lo que existió en su mente como una consciencia real del mundo fuera de su control, estaba ahora radicalmente alterado. Ella ya no necesita pretender que la puerta está abierta. Acepta que está cerrada, pero el significado de esto radica en que está en línea con su omnipotencia. Es ella quien demandó que la puerta se cerrara. Para ella, el regreso de su control omnipotente estuvo asociado con una gran excitación interna, mientras que para mí trajo desconcierto y un profundo sentido de desesperanza.
Este es el movimiento que quisiera considerar por un momento, ya que me parece que ofrece una salida a un dilema no poco común que surge cuando intentamos discutir los procesos mentales destructivos. Pienso, por ejemplo, en aquellas situaciones donde un escenario perverso particular, entendido como una manifestación de procesos psíquicos mortíferos, es reinterpretado como un procedimiento defensivo necesario que mantiene al individuo vivo.
Un ejemplo reciente de la literatura servirá como ejemplo. Feldman (2000) describe a un paciente que parecía obtener un placer y una gratificación muy particular en morigerar a sus objetos. Al discutir el material, Alexander (2000) ve al paciente desesperado y defendiéndose a sí mismo de un dolor intolerable; una actividad que no puede ser destructiva, en efecto estaría más al servicio de la vida, una interpretación completamente opuesta.
No obstante, si nos enfocamos en la forma cómo funciona la actividad destructiva, a menudo observarmos una transformación. Para muchos, tales procesos mentales se originan como una defensa contra algo que es experimentado como insoportable y, en este sentido, es protector (como Marietta pretendiendo que la puerta está abierta). Pese a ello, lo que nace como una defensa puede sutilmente alterarse de manera tal que adquiera una forma idealizada de vida propia, alejada de su origen defensivo y frecuentemente evidenciando un tipo de cualidad maníaca. Uno puede pensar en pacientes temerosos del contacto con otros seres humanos, pero que ven su capacidad de absoluto desapego como evidencia de superioridad.
Freud (1937) describe cómo los individuos buscan recrear en la vida situaciones que les sirven para racionalizar sus defensas, funcionando como una fuerza poderosa contra cualquier cambio, “una resistencia contra el develar las resistencias” (p. 238), una ‘meta-resistencia’ (mi término) contra cualquier movimiento y, por lo tanto, totalmente opuesto a cualquier desarrollo, ya sea en la vida o en el análisis. Freud consideró esto como una manifestación de la pulsión de muerte. Otra forma de señalarlo (ver Feldman, 2000) es considerar el empeño de la mente en recrear externamente su imagen interna del mundo para convertir la fantasía en realidad. El paradigma de este estado es la gratificación alucinatoria del deseo que Freud relacionó con la ‘identidad perceptiva’ obtenida de los sueños. El enactment a través de su intento por asegurar esta identidad entre lo interno y lo externo, busca recrear esta ‘identidad perceptiva’. La ilusión, y es siempre una ilusión, como una identidad completa, no puede, por supuesto, nunca ser lograda, remueve los fundamentos (percepción de la diferencia) sobre los cuales se asienta el pensar; y el alcance logrado es la extensión en la cual el pensamiento (o el uso del término de Freud ‘juicio’) se hará imposible. La creación de este tipo de identidad entre lo interno y lo externo puede asociarse con un placentero estado de ausencia de conflicto, de ausencia de tensión; en consecuencia, este empuje hacia la desmentalización se revela como heredera del estado de ‘nirvana’ referido por Freud en Más allá del principio del placer: “Este esfuerzo por mantener constante o por remover la tensión interna debido al estímulo” es, según Freud, “una de nuestras razones más fuertes para creer en la existencia de la pulsión de muerte” (1920, pp. 55-56).
Volviendo a mi paciente Marietta, el ataque a la realidad puede parecer violento y repentino al destruir de una manera maníaca su propia capacidad para pensar, terminando en un estado lamentable. Lo que podrían haber sido pensamientos se convirtieron en “mierda” (conformando el Modelo 1). Sin embargo, en otras situaciones el logro de la ilusión de identidad es experimentado como una especie de desmentalización asociada con el placer (Modelos 2 y 3).
Estos procesos son fáciles de observar en pacientes abiertos y ruidosos en sus esfuerzos por inmovilizar el análisis. Sin embargo, en otros pacientes, fuerzas similares pueden ser movilizadas, pero de una manera más sutil. El Señor C se esforzaba por generar un estado de mucha cordialidad acompañado de una ausencia de movimiento. Me debatía en cómo comprender esto. Por momentos me parecía que la inmovilización le servía como protección contra una desolación insoportable, mientras que en otros momentos me preguntaba si la re-creación en su vida del escenario familiar de ser abandonado estaba asociado a un placer oculto.
El Sr. C
El Sr. C, un profesor de secundaria de origen alemán que se había trasladado a Londres hacía 10 años, tenía un trabajo muy debajo de sus capacidades. En los primeros años de análisis, aparentemente parecía ocupar una posición muy grata; abiertamente dedicado a su análisis conmigo, el que sentía como un privilegio, hacía grandes sacrificios para mantenerlo. Por ejemplo, accedió a pagar unos honorarios que solo más tarde reparé en que no podía costear. Sin embargo, yo a veces vislumbraba una faceta distinta de él, que mantenía el registro de mis errores.
Al terminar las sesiones él solía permanecer en el diván por un momento más, como si revisara cuidadosamente mi última interpretación. Entonces se levantaba, se volvía hacia mí y me decía antes de irse: “Gracias”. Nunca supe por qué me agradecía, ya que su vida se mantenía como cuando lo conocí, perseguido e infeliz y dominado por propiciar objetos de los que él desconfiaba, pero de los cuales dependía. A diferencia de otros pacientes que utilizan el análisis en sus vidas para quejarse de mucha gente, el Sr. C aparentaba utilizarlo (al menos abiertamente) para perdonar a sus objetos malos. Su mirada del análisis se podría describir de la siguiente manera: “A través del análisis yo puedo aprender cómo distorsionar mis objetos, proyectando en ellos aspectos de mí mismo, de los cuales mi análisis me los hace propios, entonces me permitirá verlos como buenos, en vez de verlos como malos”. Con el fin de alterar la realidad de sus objetos, esta exposición energética de sí mismo acontece en una atmósfera altamente cargada de moralismo. Este paciente buscó un análisis kleiniano, en parte, porque lo consideraba como un apoyo a este procedimiento.
Sin embargo, está claro que, a pesar de asegurar la bondad de sus objetos, había una profunda sospecha en torno a ellos que él desconocía. Al existir una identificación proyectiva con una versión mía llamada “Dave”, lo protegía de ser el objeto de escrutinio de una atemorizante figura llamada “Dr. Bell”.