Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin. Sergio Caggiano

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que empieza a aparecer el tema desde una perspectiva más teórica. El trabajo de Heleieth Saffioti llamó la atención sobre la ausencia de escritos sobre reproducción social. Antes, la idea de reproducción era interpretada solamente en términos de fecundidad, reproducción biológica, y la preocupación estaba en los altos niveles de fecundidad en América Latina. En nuestra investigación sobre Salvador de Bahía, en cambio, tuvimos discusiones sobre la relación entre producción y reproducción. Y mi trabajo sobre las bahianas habla sobre la necesidad de reconocer el trabajo doméstico y reproductivo, el que no está en el mercado. Al intentar replicar la investigación que habíamos hecho en Monterrey donde no incluimos a las mujeres, me di cuenta de que incorporar a las mujeres era central.

      Ahí empezó también un movimiento internacional. Esa primera conferencia que organizaron Helen Safa y June Nash en el 74, y el movimiento que se empezó a armar, fueron significativos para ir viendo la pertinencia y la importancia de la incorporación del tema. También pasó otra cosa, que fue una opción personal con implicancias. Empezaron a formarse los primeros centros de estudios de mujeres, y me invitaron a participar en uno de ellos. Yo dije que no, con la convicción de que no tenía sentido armar guetos académicos. Desde entonces, mi conducta fue siempre la de intentar integrar el estudio de las mujeres en las investigaciones sociales. Quería evitar que los estudios de mujeres los hagan solamente las mujeres feministas, cerradas en un círculo y hablando entre ellas. Esa fue mi opción, y reconozco que el resultado fue muy limitado.

      — ¿Cuál era la percepción que el resto de los académicos y científicos sociales tenían sobre que aparecieran estas mujeres estudiando temas de género?

      — Bueno, era un “que hagan lo que quieran”. Era visto como una demanda a la que había que dar algún espacio, que el costo no era tan alto, y que si las que molestan se iban por su lado, dejaban en camino libre para hacer lo que había que hacer en realidad, estudiar “cosas más importantes”. Cuando vinieron los de la Ford al CEDES, e hicieron notar que en el programa de becarios no había becarias mujeres en economía, mis colegas lo vivieron como una imposición. Pero aun así poco cambió. Los economistas del CEDES no adoptaron una perspectiva de género en la economía. Además, las economistas mujeres que contrataban eran las que seguían exactamente los mismos parámetros. Es decir, una cosa es ser mujer y otra es tener una perspectiva de género o feminista. En otras palabras, cumplir la cuota es una cosa, incorporar perspectivas es otra.

      Ese era el entorno. Lo que me pasaba es que yo tenía suficiente red internacional como para hacer lo que quería, sin estar sometida al modelo dominante en el CEDES.

      — En tu perspectiva, ¿cómo se ha ido desarrollando este tema en las preocupaciones académicas?

      — La temática de género entra desde la demanda de las mujeres. No es un desarrollo planificado. Entra porque hay académicas, porque cambió la estructura educacional y hay más mujeres en la academia. Más mujeres con “buenos antecedentes” a las que no se les puede negar su lugar. A pesar de todo tipo de discriminaciones, hay una buena cantidad de mujeres que logran penetrar los circuitos; en algunos lugares más que en otros. Hay una presión internacional para tener mayor igualdad y menor discriminación. Y hay una militancia activa. Entonces, así es como entran los temas.

      Hubo, si se quiere, una sobreactuación, una idea de que se estaba revolucionando los saberes. Recuerdo cuando algunas que seguían a Carole Pateman decían que el feminismo proponía un nuevo concepto de poder.25 Yo decía, “muéstrenmelo”. Solo así podíamos ver si podíamos revolucionar el concepto de poder dominante. Hubo momentos en los que el activismo académico iba muy lejos. Hay cosas que sí fueron muy revolucionarias. Entre ellas mencionaría la preocupación por la relación entre la reproducción y la producción, que estaba ausente en el marxismo; la lógica del cuidado y la demanda social por políticas de cuidado; y las respuestas limitadas sobre conciliación entre trabajo y familia para las mujeres.

      Esto alimenta un desarrollo en la economía propiamente feminista, que yo creo que está abriendo caminos no solo en el mundo académico sino también en el mundo político. Las demandas están y, por ejemplo, Uruguay tiene un Sistema Nacional de Cuidado. Nadie sabía de qué se hablaba cuando se usaba la palabra “cuidado” hace diez años. Recuerdo que cuando preparamos el libro sobre las lógicas del cuidado infantil con Valeria Esquivel y Eleonor Faur (Esquivel, Faur y Jelin, 2012), la gente nos decía que nadie iba a entender el concepto de cuidado. Este es un ejemplo de un campo en el cual el feminismo tuvo un impacto muy significativo. Hay otros, por supuesto, y creo que hoy en día las perspectivas feministas están penetrando en los modelos analíticos de manera más cabal. Todo llega…

      He seguido el debate más político sobre las demandas de cuotas o paridad en el sistema político. Me parece que ahí hay otro campo que vale la pena mirar. Lo mismo que en otros temas relacionados a las nuevas demandas, como la violencia de género. Este es un tema que ves hoy, y nadie puede decir que no es un tema. Pero hace unos cuantos años era como abrir una punta donde poco o nada se había hecho. Me parece que hay aperturas de temas que tienen que ver con desarrollos en las disciplinas y con desarrollos en el movimiento.

      — ¿Los temas que aparecen en la discusión sobre género en América Latina van en tándem con la discusión anglosajona o europea? ¿Son más independientes o idiosincráticos?

      — Hay muchos puntos de contacto, pero también hay muchas cosas que van para otro lado.

      Por ejemplo, hay una palabra que se usa mucho en la academia, “interseccionalidad”. Esta palabra quiere decir que no se puede analizar solo una desigualdad, sino que las desigualdades son múltiples e interrelacionadas. Entonces, si una va a mirar desigualdades de género, también hay que ver clase, raza, etnia, origen, etc. Yo lo tomo como una exhortación, no como una teoría. Además, mi trabajo, de alguna manera, fue mostrar que esto no es nuevo, que esto ya estaba presente en el pensamiento latinoamericano de los años sesenta, aunque de manera fragmentaria. Está presente en los trabajos de Florestan Fernandes sobre raza y clase, de Isabel Larguía sobre clase y género, o de Stavenhagen sobre clase y etnicidad. Ellos veían clase y raza, clase y etnia, y género separadamente.26 Pero este nuevo debate sobre la interseccionalidad que se dio en Europa, especialmente en Alemania, pareciera descubrir la rueda con una “teoría de la interseccionalidad”. Acá no hablamos de esas cosas de la misma manera.

      Las iniciativas de dar vuelta las miradas es algo que forma parte de otro de mis grandes temas políticos de los últimos años. Algo que yo llamo “descentrar el centro”. Hay ahí algo que, desde los márgenes, incluyendo a las mujeres, cuestiona los paradigmas dominantes y la geopolítica de los flujos del conocimiento.

      Derechos humanos y memoria

      — Hablando de los temas de derechos humanos y memoria, ¿cuál ha sido tu contribución sobre esos temas?27

      — Mi entrada al tema de memoria se dio, si recuerdo correctamente, en el 88, cuando pasé un semestre en la Universidad de Chicago. Yo llegué a este campo siguiendo movimientos sociales, siguiendo al movimiento de los derechos humanos de una forma muy empírica. El movimiento de derechos humanos empieza, poco antes de la transición, a decir “recordar para no repetir” y “nunca más”. Y yo me pregunto, ¿qué quiere decir eso? Entonces me pongo a estudiar qué es lo que se había hecho en Europa en relación a la Shoá,28 y qué es esto de “memoria.”

      Pasé unos meses en el 91 en Holanda, y me dediqué a leer como loca. Leí cosas como Modernidad y Holocausto, de Zygmunt Bauman (1998), donde todos los principios de la racionalidad moderna están puestos en cuestión. Una cosa que me golpeó muy fuerte personalmente fue un libro de Helen Epstein, Los hijos del Holocausto (Epstein, 1979). Eran testimonios de gente nacida en la posguerra, de padres sobrevivientes. Como yo tenía esa carga familiar –como te dije al comienzo, mi mamá tenía una forma especial, quizás vicaria, de ser sobreviviente– me identifiqué totalmente. Fue un periodo en que estaba sola, durante dos meses o algo así. Había días en los que no salía de la casa, leyendo y trabajando sobre estos temas.

      Desde aquel momento, de fines de los ochenta, se ha desarrollado un campo de estudios sobre memoria con una autonomía y todos los rasgos de profesionalización que uno quiera imaginar: revistas


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