Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin. Sergio Caggiano
— ¿Y cómo reaccionaron?
— Yo creo que ellos sabían que me tenían que aguantar. Nunca hablé con ellos sobre esto después. Pero estaba claro que estaba la figura de Kalman por detrás. No tengo la menor idea de cuánto respeto podían tener por mí, cuánto sabían de mí de antes. Me preguntas qué sabía yo de ellos, pero también habría que preguntarles qué sabían ellos de mí. Más allá de que Kalman les dijo que tenían que incluirme. No creo que se los haya impuesto, pero les debe haber dicho que, tal como estaban las cosas en la Ford, les convenía porque iba a ser más fácil si el equipo incluía una mujer.
A partir de ahí se fue formando un vínculo bastante personalizado. Conocer las familias, las casas, cenar en un lado o en otro, no era una cuestión solo laboral. Había una integración del mundo personal y profesional.
— Y los proyectos de investigación, ¿cómo se manejaban?
— No teníamos un tema o trabajo conjunto. Cada uno trabajaba su tema. Pero teníamos la posibilidad de juntarnos a discutir un texto de alguno.
Ya entrada la dictadura, después del golpe del 76, los seminarios en que se invitaba a gente de afuera se tornaron más difíciles; estaba todo el tema del cuidado y la seguridad sobre quiénes participaban. Tengo memorias sobre esos cuidados, sobre mirar quién es cada persona que venía. Al mismo tiempo, pasaban otras cosas. Una vez la secretaria llegó en la mañana y no encontró su Rolodex de tarjetas; alguien había entrado durante la noche, y fue una cosa de pánico. Cuando armamos el CEDES en el 75, armamos un comité académico internacional compuesto por gente que algunos de nosotros conocíamos. La idea era que si pasaba algo, estas personas iban a poner el grito en el cielo. Touraine, Cardoso, Hirschman y otros más. Hubo un operativo de “seguridad,” y había además una red informal de centros o de gente en los centros de investigación en Argentina para comunicarse si pasaba algo en algún lugar.
— Con el correr de los años, se incorporaron más personas al CEDES.
— Sí. Creo que el primero que entró al CEDES fue Adolfo Canitrot. Luego se juntó Oscar Landi. Jorge Balán vino un poco después. En algún momento se unió Roberto Frenkel.
— ¿Había mujeres en el CEDES?
— El CEDES, como el CISEA, era un mundo casi totalmente masculino. Yo era la única mujer al principio. Luego llegó María del Carmen Feijoó, en el 76. También Beatriz Schmukler. Más tarde llegó Silvina Ramos. Todas ellas en posiciones de ayudantes o investigadoras asistentes. Liliana de Riz se incorporó recién en 1984.
— ¿Cómo recordás el rol de O’Donnell en el CEDES?
— Internamente, la figura de O’Donnell no era tan dominante como aparecía hacia afuera. Oszlak tenía una presencia muy importante. Hacía consultorías para Naciones Unidas, estaba más vinculado a la gente de CISEA, y tenía trabajos de políticas públicas que tenían que ver con la reforma de la administración pública. En cambio, lo de O’Donnell era más estrictamente académico. No había equipos de investigación; cada uno de ellos hacía su trabajo.
— Te convertiste en directora del CEDES en el 78.
— Primero, a fines del 76, nos fuimos con Jorge por un año a Oxford. El 77 yo no estuve en Buenos Aires. En Buenos Aires seguía con mis propias investigaciones, trabajando sobre las huelgas en el período 1974-76. Tenía en mi casa toda la colección de Descamisados y todas las revistas de Peronismo de base. Con mucho miedo después del golpe terminé recortando los artículos vinculados a la huelga y quemando las revistas. Ese archivo me lo llevé a Oxford. Nunca volvió.
Luego fui directora del CEDES del 78 al 80. Pero te cuento algo. Yo entré como directora, pero con un comité de otros dos colegas “asesores,” Guillermo Flichman y Adolfo Canitrot. Yo lo acepté como algo normal en ese momento, pero luego me puse a pensar cuán machista era ese gesto.
Una de las cosas que me tocó fue negociar con la agencia de cooperación para el desarrollo de Suecia, SAREC. En el 76, una misión de SAREC vino a ver qué pasaba en el Cono Sur, y quien vino fue Ulf Himmelstrand, que también era presidente de la Asociación Internacional de Sociología. Himmelstrand estaba organizando el Congreso Mundial de Sociología en el 78 en Upsala. Recuerdo que, a pesar de que había dado a luz a Manuel en junio, me fui a Suecia por unos días en agosto, al congreso, donde había una mesa plenaria a la que me había invitado Ulf. En verdad, en ese período me dediqué bastante a la negociación con SAREC. Hacia 1978, en el CEDES ya habíamos tenido subsidio de SAREC y había que ir a negociar con SAREC. Aproveché la invitación a la mesa del Congreso, y ahí fui.
— ¿Eras consciente en ese momento de la relevancia estaba teniendo el CEDES en las ciencias sociales argentinas?
— En un sentido, sí. Yo tenía conciencia de que el CEDES era un centro de investigación de peso.
— En esos años también se acercan muchos jóvenes al CEDES.
— En un momento que no podría fechar, quizás 78 o antes, Canitrot dijo que no podíamos permitirnos que el promedio de edad de la institución aumentase un año por año. En medio de la dictadura, frente al cierre de las ciencias sociales en el ámbito de la formación universitaria, entre Ford y IDRC (la agencia de cooperación para el desarrollo de Canadá), armamos el programa de formación de investigadores jóvenes. Yo dirigí ese programa y lo coordiné durante ocho años. Mi presencia estuvo ahí, armando diez mil cosas distintas, desde cursos de escritura hasta discusión de avances de investigación; lo que se pudiera para que se formara gente joven. Trataba de mezclar disciplinas y establecer diálogos. No era que los economistas estaban con los economistas, sino que el programa fuera de intercambio. Desde entonces, la formación de nuevas generaciones es para mi una de mis tareas centrales. No solamente la formación en saberes académicos, sino un sentido más amplio de trayectorias intelectuales, de investigadoras e investigadores compenetrados y comprometidos con su realidad.
Si se mira la cantidad de gente que pasó por el programa, y dónde están ahora, podrías decir que fue un súper éxito del CEDES. Tenés a Luis Alberto Quevedo dirigiendo FLACSO en Argentina, Silvina Ramos, Mónica Gogna, Claudio Lozano en la política, Pablo Vila enseñando en Estados Unidos. La cantidad de gente que se formó en ese programa es muy grande. Es una generación de académicos, intelectuales y políticos que están muy presentes hoy. Eso, para mí, es una satisfacción institucional enorme, pero también personal. Yo puse todo mi esfuerzo y mi entusiasmo en la canasta de la formación. Y eso es algo que sigo haciendo.
— El rol del CEDES cambia con la llegada de la democracia en 1983. ¿Cómo fue ese cambio?
— Yo pienso los primeros años en CEDES como un periodo de resistencia, donde la mirada mía estaba puesta en la comparación con CEBRAP y con Chile, especialmente. FLACSO se mudó de Chile a Buenos Aires. Recuerdo una larga conversación con Enzo Faletto sobre qué quería decir quedarse en Chile durante la dictadura, cómo se manejan las cosas, qué hacer cuando sentís que un colega se tiene que ir y no hay manera de convencerlo, u otro que te dice “me muero de miedo, ayúdame a irme” y lo minimizás. Entonces, recuerdo su frase diciendo “cuando alguien se quiere ir, ayudalo a irse”.
Recuerdo también que una de las cosas que yo traía de CEBRAP era que frente a la amenaza de la censura, había maneras diferentes de decir lo mismo; que había que saber cómo usar terminologías que no despertaran tanta posibilidad de censura.
En 1978, cuando yo era directora, hubo una evaluación del CEDES pedida por la Fundación Ford. Vinieron Adam Przeworski, Dudley Sears y Richard Fagen. En medio de la dictadura, no era posible hacer trabajos de investigación de campo. De hecho, algunos investigadores del CEDES –por ejemplo, Oszlak y Balán– volvieron sus ojos a la investigación más histórica. Ahí, en conversaciones con los colegas que habían venido, se me ocurrió pensar en la posibilidad de un trabajo de campo limitado, fragmentado, pero que pudiera servir para tener alguna información sobre cómo se vivía cotidianamente la vida en dictadura. Ahí se armó la investigación longitudinal con familias populares. Eran pocas familias, en distintos barrios (para no provocar sospechas al estar siempre en