El fin del dragón. Eduardo Rosalío Hernández Montes

El fin del dragón - Eduardo Rosalío Hernández Montes


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se dispone a crearlo. Quizás le podría servir para protegerse de un ataque por parte de una bestia explosiva…, aunque lo duda mucho…

      Ya con el nuevo equipamiento tan sobresaliente y diferente a las variaciones de materiales inferiores, el hombre queda maravillado y con una gran alegría en el rostro, sobre todo por la hermosa, uniforme, reluciente y afilada espada de hierro de doble filo y para una sola mano que creó con gran facilidad en su mesa de trabajo. Simplemente, no puede esperar a probar sus nuevas creaciones… Y precisamente ahora, el destino actúa ante su impaciencia…, ya que, justo en el momento en el que termina de crear su escudo, la tranquilidad en su casa se ve interrumpida por fuertes golpes contra las puertas de su humilde morada. Por instinto, voltea hacia la entrada de su casa en busca de la causa de dichos golpes, pero en este mismo instante, mientras observaba a través de las ventanillas de las puertas con suma atención, estas sorpresivamente ¡se destruyen!, y con ellas la seguridad desaparece. Resultando en un gran agujero en la entrada por donde ingresaría con gran facilidad cualquier intruso.

      La sorpresa y miedo en el hombre son evidentes, pero sobre todo la incertidumbre de no saber cuál es la causa de tal atentado en su hogar. Al principio, imaginó que el culpable sería una bestia explosiva, pero, pensándolo mejor y tomando en cuenta los golpes consecutivos y el posterior destrozo de las puertas no correspondientes a una explosión, asegura que no es posible, principalmente porque en ningún momento escuchó el estruendo propio de una. No obstante, ahora que existe la oportunidad, no es de tardar que el causante se haga presente para profanar su hogar, y, como él ya sospechaba, aquel… o, mejor dicho, aquellos que invaden su aposento no constan de una bestia explosiva, y tampoco de un esqueleto (al menos por ahora)…, sino de dos criaturas aterradoras de apariencia similar al hombre, solo que de piel verdosa, ojos completamente blancos, con ropa simple, aunque desgarrada; con heridas de todo tipo por todo su cuerpo y sin algunas de sus extremidades…; en pocas palabras, de aspecto moribundo; los cuales se comportan de una manera muy extraña, incluso el traspasar la entrada les resultó muy complicado a pesar del gran agujero que hicieron, como si su cuerpo no les respondiera adecuadamente… Pero eso no quiere decir que sean inofensivos. De hecho, haber destrozado en pedazos las puertas de madera dice lo contrario. Además, sus movimientos un tanto torpes y lentos no son impedimento para que estos monstruos no hagan más daño del que ya hicieron.

      Aunque tembloroso y con bastante miedo, el hombre reacciona enseguida y reconoce que estos invitados no buscan nada bueno en su casa, los cuales, acompañados por un hedor putrefacto y gruñidos anormales, podrían ser más peligrosos de lo que aparentan. Por lo cual, antes de que ellos actúen primero, el hombre rápidamente empuña su nueva espada de hierro en una mano y su escudo en la otra, logrando detener a uno de estos monstruos con su escudo mientras ataca a otro con su espada, aunque con dificultad por la obvia falta de práctica, para luego repetir lo mismo con la anterior, acabando así con ambas con cortes precisos y facilitados por su letal arma. Aunque, por ser la primera vez que maneja una espada así, de peso, capacidad y calidad notables, tan diferente a las de madera y piedra que una vez empuñó; al mismo tiempo que usa un escudo con la otra mano, sus primeros ataques resultan ser torpes y poco letales, permitiendo que el primer monstro se le acercara los suficiente para rasguñarle el brazo con fuerza, causándole un poco de daño, además de que este seguía moviéndose incluso después de haber recibido varios espadazos.

      De cualquier manera, justo luego de acabar con esas criaturas, el hombre, todavía agitado, revisa su libro al reconocer que este reaccionó ante un nuevo descubrimiento, llenando una página con nueva información, esta vez acerca de estos monstruos que hasta ahora desconocía, a los que llama “Zombis”, y describe de esta manera: “No está ni vivo ni muerto, se mueve lento y con el estómago gruñendo, buscando a alguien indefenso. Pero solo con la ausencia de luz solar, pues su piel no es para broncear.”… Aunque ahora no es momento de distraerse, sino de centrarse en bloquear la entrada de su morada antes de que entren más monstruos, por lo que de inmediato guarda su libro y decide reparar el daño en la entrada de su casa…, aunque para este momento ya es tarde, pues, como si estuviesen esperando la oportunidad, comienzan a entrar más criaturas hostiles una tras otra, entre ellas más zombis, esqueletos e, inclusive…, una temible bestia explosiva.

      Mientras los zombis se acercan lentamente al hombre, los esqueletos atacan desde la retaguardia disparando flechas hacia él, quien, arrinconado en su propio hogar, como última opción, decide pelear de frente contra todos los monstruos. Entonces, superando su pavor, se abalanza contra los zombis para acabar rápidamente con ellos y de alguna manera acercarse a la entrada para intentar bloquearla con piedra lo antes posible. Aunque, desgraciadamente, pese a que son solo un par, los esqueletos frenan sus movimientos con flechas certeras y veloces. Para empeorar la situación, al entretenerse demasiado en acabar con los zombis y sin poder avanzar, de entre todos los monstruos aparece la bestia explosiva, la cual entra al interior de la casa y se acerca al hombre sin complicación alguna…, e inmediatamente… ¡comienza a inflarse! igual al primer encuentro que tuvo con otra de su especie…, e, indiscriminadamente, esta horrible criatura ¡explota! en cuestión de segundos, matando a la gran mayoría de los monstruos dentro de la casa. Pero antes de que esto sucediera, el hombre, quien ya había experimentado un encuentro así, pudo reaccionar a tiempo para cubrirse con su escudo, el cual, afortunadamente, bloqueó gran parte del daño provocado por la devastadora explosión, mas no es así con la inmensa potencia producida, la cual lo golpea directamente, lanzándolo contra la pared de piedra de detrás.

      De cualquier forma, aunque aturdido y un poco adolorido, el hombre pudo soportar el devastador ataque de la bestia explosiva, mientras que los monstruos cercanos no corrieron con la misma suerte… Pero eso no quiere decir que el peligro haya pasado. La entrada sigue expuesta y debe hacer algo para que no entren más monstruos a su casa. Para lo cual, inmediatamente después de recuperarse de la repentina detonación, se esfuerza por levantarse del suelo y corre hacia el hueco agrandado de lo que queda de su hogar, quitándose del camino a las pocas criaturas que sobrevivieron a la explosión y a las que había afuera. Y de la misma forma en la que construye, cubre todo el agujero de la pared con la poca piedra que le quedaba, evitando así que más monstruos irrumpan en su hogar, aunque con bastante dificultad… y miedo.

      Pero no recupera la calma y seguridad de antes sino hasta estar completamente seguro de que no hay ni un solo hueco por el que puedan pasar más monstruos, y de que todos los que están adentro están “muertos” (si es que se les puede decir así).

      Ya habiendo pasado lo peor, el hombre revisa cuánto daño recibió su casa, encontrando, además de un gran agujero en el suelo y pedazos de madera y piedras por todas partes, unos cuantos huesos de los esqueletos, algunas tiras de carne podrida nada apetecible entre los cuerpos de los zombis y una pizca de destrucción por parte de la bestia explosiva, pero también una gran cantidad de orbes brillantes alrededor de todos los cadáveres esparcidos por el piso.

      Después de todo el alboroto, el hombre se sienta en un rincón de su casa aún con miedo, aferrándose a su espada y escudo como única protección, intentando asimilar lo que acaba de suceder. Para tranquilizarse un poco, intenta apartar su mente de los temibles monstruos de este mundo desviando su atención en su libro, encontrando en él que con los huesos que consiguió de los esqueletos podría crear “Polvo de hueso”, que no sabe para qué sirve, pero es bueno saberlo; de la carne putrefacta, parte del cuerpo de los zombis, solo señala que se trata de “Carne podrida”, y que para lo único que sirve es para comérsela…, aunque no debería ser una alternativa.

      Cuando ya parecía estar más calmado, el hombre, luego de pasar por un día agotador y de diversas emociones, poco a poco va cerrando los ojos, hasta quedar completamente dormido.

      Al día siguiente, cuando el hombre por fin despierta, traumatizado por la experiencia de ayer, lo primero que hace es mirar a todos lados con detenimiento, temeroso y con una mirada rígida, aparentemente por haber escuchado


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