El caso de Betty Kane. Josephine Tey

El caso de Betty Kane - Josephine Tey


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del amanecer la despertó al día siguiente tendida en una carriola, en un austero y diminuto ático. Solo llevaba puesta su combinación y no pudo ver por ningún lado el resto de su ropa. La puerta estaba cerrada y la pequeña ventana redonda por la que se colaba la luz no se abría. En cualquier caso…

      —Una ventana redonda —dijo Robert, algo incómodo.

      En esta ocasión, sin embargo, fue Marion quien respondió.

      —Así es —dijo—. Un tragaluz en el tejado.

      Dado que su último pensamiento justo antes de entrar en la casa lo había dedicado precisamente a esa diminuta ventana redonda y tan mal dispuesta, se arrepintió de haber hecho el comentario. Grant prolongó aún unos instantes su habitual pausa de cortesía y continuó.

      —Enseguida se presentó en la habitación la mujer joven con un bol de gachas de avena. La muchacha lo rechazó y exigió que le devolvieran su ropa y que la dejaran marchar. La mujer le respondió que ya comería cuando tuviera hambre y se marchó, dejando las gachas. Estuvo sola hasta el anochecer, cuando la misma mujer le trajo un poco de té y un platillo de galletas recién hechas e intentó convencerla de nuevo para que aceptara el trabajo a modo de prueba. La joven volvió a negarse y durante días, siempre según su historia, se vio sometida en repetidas ocasiones a ese juego de engatusamientos e intimidaciones, llevado a cabo alternativamente por ambas mujeres. Entonces pensó que, si lograba romper la pequeña ventana redonda, sería capaz de trepar hasta el tejado, protegido por un pretil, para tratar de llamar la atención de algún transeúnte o un vendedor que por casualidad se aproximase a la casa. Desafortunadamente, el único instrumento a su disposición era una endeble silla, con la que tan solo logró quebrar el cristal antes de que la mujer más joven irrumpiera en la habitación hecha una furia. Le arrancó la silla de las manos y golpeó a la muchacha hasta que se quedó sin aliento. Después se marchó llevándose la silla, y la joven pensó que había llegado el final para ella. Sin embargo, minutos después la mujer regresó empuñando lo que a la joven le pareció una fusta para perros y nuevamente la golpeó hasta que perdió el conocimiento. Al día siguiente, la anciana se presentó en el ático cargada con varios juegos de sábanas y le dijo que si no estaba dispuesta a trabajar, al menos cosería. Si no cosía no habría comida. Estaba demasiado dolorida para coser, por lo que se quedó sin comer. A la mañana siguiente volvieron a amenazarla con otra paliza si no cosía. De modo que remendó algunas sábanas y le dieron un cuenco con estofado para la cena. El acuerdo perduró varios días, pero si su costura les resultaba inadecuada o insuficiente, de nuevo la golpeaban o la privaban de alimentos. Hasta que una noche la anciana subió a llevarle su cuenco de estofado y al marcharse olvidó cerrar la puerta con llave. La joven esperó, pensando que se trataba de una trampa que terminaría con una nueva paliza. Pero pasado un tiempo se aventuró a salir hasta el rellano. No oyó nada, por lo que bajó apresuradamente el tramo de escaleras sin alfombrar y a continuación el segundo tramo hasta el primer rellano. Desde allí pudo escuchar a las dos mujeres hablando en la cocina. Se arrastró hasta la planta baja y corrió con desesperación hacia la puerta principal. No estaba cerrada y sin pensarlo dos veces huyó tal como estaba, perdiéndose en la noche.

      —¿Vestida con las enaguas? —preguntó Robert.

      —Olvidé mencionar que la combinación había sido sustituida de nuevo por su vestido. No había calefacción en el ático y vestida únicamente con una combinación es posible que hubiera muerto o caído enferma.

      —Si es que alguna vez estuvo en el ático —dijo Robert.

      —En efecto. Si, como usted dice, estuvo en el ático — consintió el inspector con suavidad. Y, sin su acostumbrada pausa de cortesía esta vez, continuó—: No recuerda gran cosa después de eso. Caminó durante mucho tiempo en la oscuridad, según dice, por una carretera. Pero no había tráfico y no se encontró con nadie. Largo rato después, en la carretera principal, un camionero la vio dando tumbos ante sus focos y se detuvo para recogerla. Estaba tan cansada que se quedó dormida de inmediato. Despertó mientras alguien la ayudaba a ponerse de pie en la carretera. El camionero se rio de ella y le dijo que parecía una muñeca de trapo que había perdido todo el relleno. Aún era de noche. El camionero le dijo que estaba en el lugar donde le había pedido que la llevara y acto seguido se marchó. Después de un rato reconoció la esquina. Estaba a menos de tres kilómetros de su casa. Oyó un reloj señalar las once. Y poco antes de la medianoche llegó a casa.

      __________

      2

      Hubo un breve silencio.

      —¿Y esta chica es la que está ahora mismo sentada en un coche a las puertas de La Hacienda? —dijo Robert.

      —Sí.

      —Imagino que tiene sus motivos para traerla hasta aquí.

      —Así es. Cuando la chica se recuperó lo suficiente, pudieron convencerla para que contase su historia a la policía. Fue transcrita por un taquígrafo mientras lo hacía. A continuación leyó la versión escrita y la firmó. En su declaración había dos aspectos que ayudaron especialmente a la policía. Estos son los fragmentos más relevantes:

      «Después de un rato pasamos junto a un autobús con un letrero iluminado que ponía milford. No, no sé dónde está Milford. No, nunca he estado allí.»

      —Ese era uno. Este es el otro:

      «Desde la ventana del ático podía ver un muro alto de ladrillo con un gran portón de hierro justo en el centro. En el lado exterior del muro había una carretera, pude ver incluso los postes de telégrafo. No, no podía ver pasar el tráfico porque el muro era demasiado alto. Sí, la parte superior de la carga de algún camión, en varias ocasiones. No es posible ver nada a través del portón porque está cubierto con planchas de hierro desde el interior. Dentro de la propiedad, el camino discurría en línea recta durante un trecho y después se bifurcaba en dos hasta terminar frente a la puerta principal. No, no había jardín, solo hierba. Sí, césped, supongo. No, no recuerdo ningún arbusto. Solo la hierba y el sendero.»

      Grant cerró el pequeño cuaderno de notas que había estado leyendo.

      —Hasta donde sabemos, y siempre de acuerdo a los avances de la investigación a día de hoy, no hay ninguna otra casa entre Larborough y Milford que se ajuste a la descripción de la muchacha salvo La Hacienda. Más aún, parece ajustarse al detalle. Cuando la chica vio el portón y el muro al llegar esta tarde aseguró que sin duda este era el lugar. Aunque por supuesto, aún no ha reconocido el interior. Antes debía explicarle los particulares a la señorita Sharpe y averiguar si estaba dispuesta a ver a la chica. Enseguida sugirió que debía estar presente algún testigo.

      —¿Comprende ahora por qué necesitaba ayuda con tanta urgencia? —dijo Marion Sharpe, volviéndose hacia Robert—. ¿Se puede imaginar una pesadilla más absurda?

      —La historia de la muchacha es sin duda la más extraña mezcla de hechos y dislates que pueda escucharse. Comprendo que es difícil hoy en día encontrar un buen servicio doméstico —dijo Robert—, pero, ¿acaso tanto como para llegar a secuestrar a un potencial sirviente?


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