La leyenda negra en los personajes de la historia de España. Javier Leralta

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esa tengo el escudo,

      tenellas yo no podía,

      ponédmelas en la boca,

      que sin embarazo iba”.

      Una vez resueltos de forma drástica una parte de los problemas internos, el rey se dispuso a pensar en la retirada. Como el tiempo apremiaba porque había que buscar a un heredero, inmediatamente le buscaron esposa y se casó con Inés de Poitiers, de noble linaje y buenas referencias, pues era hija de los condes de Toulouse. La boda, celebrada el primer día del año 1136, se realizó antes de que llegara el permiso papal para que pudiera consumarse el matrimonio, cosa que debió hacer sin más dilación porque a los nueve meses de la ceremonia nació Petronila, destinada a heredar el trono paterno de forma inmediata. Y así fue pues antes de cumplir los dos años la casaron con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, que contaba con veinticuatro años en el momento de los esponsales, celebrados en Barbastro el 11 de agosto de 1137.

      Tres meses después, el monarca aragonés decidió abdicar en su yerno y regresar a su lugar de origen, el monasterio de San Pedro el Viejo, joya del románico aragonés, donde vivió hasta su muerte. A pesar del retiro, siempre mantuvo el título de rey mientras su yerno, en un signo de inteligencia política, se reservó el nombramiento de príncipe de Aragón. El enlace sirvió para unir definitivamente las tierras de Aragón y Cataluña en un solo reino, una sola unidad territorial pero con tradiciones y leyes diferentes.

      “Mientras estudia el cielo y observa los astros, perdió

      la tierra”.

      Padre Juan de Mariana

      Alfonso X (Toledo, 1221-Sevilla, 1284), rey de Castilla (1252-1284), hijo primogénito de Fernando III el Santo y Beatriz de Suabia, reyes de Castilla y León. Se casó con Violante (1246), hija de Jaime I de Aragón, con la que tuvo diez hijos, entre ellos a Sancho IV. Se da la curiosa circunstancia de que Alfonso repudió a su esposa por estéril y decidió casarse con la princesa noruega Cristina, pero cuando llegó a Burgos para la boda (1254) la reina había dado a luz a Berenguela. Al final tuvo que arreglar el problema casando a la joven nórdica con su hermano Felipe. Alfonso X y Violante descansan en la catedral de Sevilla, menos el corazón del rey que reposa en la catedral de Murcia.

      La vida de Alfonso X es una de las más paradójicas de los reyes de España. Su sobrenombre de Sabio ha transmitido la idea de un monarca con un talento especial para sacar adelante empresas culturales, y con ese semblante literario ha pasado a la historia, a la memoria profana del conocimiento; en cambio, su biografía profunda dista mucho de la imagen de un buen rey en todos los ámbitos de gobierno y no solo en el cultural. En la gestión política de Alfonso X debió pesar mucho la referencia paterna de Fernando III, un monarca ejemplar y que marcó el camino político de Alfonso, para lo bueno y para lo malo, para asemejarse al rey santo y para superarle a pesar de las limitaciones políticas del hijo.

      Aunque no lo parezca, Alfonso tuvo una vida dramática, un reinado lleno de problemas de toda índole como el fracaso por alcanzar la corona imperial, las invasiones africanas, el levantamiento de los nobles, el sufrimiento padecido por las gravísimas enfermedades que tuvo, la muerte de su primogénito o, su peor pesadilla, la rebelión familiar que le persiguió parte de su vida hasta el punto de ver como su hijo Sancho le despojaba del trono de Castilla ayudado por una parte de la nobleza y la Iglesia. Durante un largo periodo de su gobierno, Alfonso X estuvo preocupado por alcanzar el sueño de la corona imperial alemana, cargo ofrecido al monarca en 1256 por su descendencia directa materna con el duque de Suabia, abuelo del monarca y dinastía que había gobernado mucho tiempo en Alemania. El “fecho del Imperio”, como aparece recogido en los libros, acabó oficialmente en 1273 con la elección como emperador de Rodolfo de Habsburgo, a pesar de que Alfonso X insistió en su demanda hasta el verano de 1275, cuando tuvo lugar la entrevista con Gregorio X en la ciudad francesa de Beaucaire, cerca de Montpellier. Aquella reunión terminó con la derrota moral del soberano de Castilla ante los argumentos y la firmeza demostrada por el papa, contrario a la presencia de la dinastía Suabia en el trono imperial.

      Precisamente fue la prolongada ausencia del monarca de la Península la que facilitó una nueva invasión árabe, esta vez a cargo de los benimerines, herederos directos de los almohades. Los nuevos africanos, apoyados por el reino de Granada, ocuparon varias plazas (tierras de Cádiz, Sevilla, Jaén y Córdoba) hasta que unos y otros firmaron varias treguas a la espera de mejores tiempos. Unos tiempos turbulentos, ni mejores ni peores, llenos de crisis porque la nobleza se levantó contra su rey. No aceptaban las reformas legislativas que limitaban su poder y aumentaba el de la realeza, ni tampoco el espíritu del Fuero Real, dado por Alfonso a las villas y ciudades de Castilla y la Extremadura con el fin de regular las relaciones entre monarquía y nobleza. También hubo momentos de satisfacción. Uno de sus aciertos como gobernante fue la política repobladora que se extendió a gran parte del territorio castellano, desde Galicia a Huelva y desde Asturias a Murcia. En fin, un rey docto en sabiduría y torpe en administración pública. ¿Un buen monarca? Intentaré responder a la pregunta en las próximas páginas.

      Pueden parecer consideraciones independientes y no relacionadas, dos situaciones más de su vida, quizá inconexos, pero me ha llamado la atención que las etapas en que sufría graves enfermedades coincidían con momentos de intensa labor literaria. El carácter creador de Alfonso se manifestaba de manera gloriosa cuando se apartaba de la corte por razones de salud y dedicaba todo su tiempo a la producción cultural. Solo desde la soledad y alejado de las responsabilidades de gobierno se puede entender la magna obra del Rey Sabio. Son varios los estudios que sostienen que su carácter errático, que su posible desequilibrio mental, que sus enfermedades y males, que sus crisis de dolor sirvieron, no solo para deponerle del reino ante la incapacidad de reinar con equilibrio y razón, sino para fortalecer sus inquietudes literarias, científicas y legislativas.

      Quizá desde este argumento se puede entender cómo un rey de Castilla pudiera disponer de tiempo para sacar adelante sus extensos proyectos culturales. En cambio, también he advertido lo poco conocidas que resultaron las enfermedades del rey, aún así, en las Cantigas, uno de los mejores trabajos directos de Alfonso, encontramos algunas citas (Cantigas 200, 209, 235, 279, 366 y 367) que hablan de las desdichas del rey, de sus males físicos y de los malos momentos sufridos que el monarca quiso trasladarlos a su obra más ambiciosa, más autobiográfica. Para muchos investigadores, este maravilloso documento literario es más fehaciente y real que cualquier otro testimonio escrito legado por los cronistas de la época. El rey padeció varias enfermedades que fueron agravándose con el paso de los años, desde una hidropesía, que le afectó a las funciones renales, hasta fiebres generales, descompensaciones cardiacas, trastornos mentales y un cáncer maxilar que le produjo la pérdida de un ojo. Un empeoramiento general que le obligó a ceder a su hijo Sancho una parte de sus responsabilidades.

      Cuando Alfonso X estableció en su obra Espéculo y luego en las Partidas el “derecho de representación” que otorgaba a los hijos del heredero al trono el derecho a la corona, no sabía muy bien en qué enredo se estaba metiendo, ni se lo imaginaba. Este principio hereditario alteraba notablemente la costumbre castellana según la cual, el hijo primogénito, nacido de un matrimonio legal, sucedía al padre y, en caso de ausencia por fallecimiento, era sustituido por el segundogénito y así sucesivamente. Después de la muerte del príncipe Fernando (Ciudad Real, 1275), primer varón del rey castellano, la nueva norma alfonsina dejaba el trono de Castilla en manos del nieto de Alfonso X, el infante Alfonso de la Cerda, para más señas sobrino de Felipe III, rey de Francia, hermano de su madre.

      Algunos estudiosos entienden que una de las condiciones para la celebración de la boda entre el príncipe Fernando y su futura mujer Blanca, hija de san Luis IX de Francia, tío de Alfonso X, fue que los descendientes del matrimonio gobernaran en Castilla, cláusula renovada por el nuevo rey francés Felipe III que subió al trono en 1270. Según parece, todos los implicados en los derechos hereditarios


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