Voces íntimas. Reina Roffé
que fuera a buscarlos a su casa. Le indicó que estaban sobre el piano, debajo de una calavera. Por supuesto, la muchacha regresó sin encontrarlos. Pienso que André Breton tuvo mucha voluntad y poca representación, igual que el surrealismo, del que fue su principal progenitor. En aquella ocasión, en aquel viaje, de quien me hice muy amigo fue del chef de un restaurante del sur de Francia. Me interesan más las personas que los personajes públicos.
¿No todos son lo que parecen?
Claro, en varios sentidos. Por ejemplo, Hardy, el escritor inglés, tenía el aspecto de un contable y, sin embargo, era excelente. Fue el último escritor que mandó sus manuscritos a la imprenta redactados de su puño y letra, y con una caligrafía impecable.
¿Cómo es usted?
Soy un hombre de gustos sencillos. Siempre estoy tratando de engordar. Un poquito demasiado basta para mí. Puedo llegar a tomar de tres a cuatro tazas de té con cuatro o cinco miñones o felipes. Me gusta mucho el pan y soy muy exigente en esto. Después, solo las comidas esenciales: papa, carne, agua y, desde luego, pan.
¿Qué me puede decir de su vida pública?
Que es prácticamente nula. No se imagina lo que sufro cuando me piden que dé una charla o una conferencia. Si algunas veces acepto, después de muchos retaceos, es porque pienso en mi madre. Pienso en ella y, entonces, me sobrepongo y hablo en público. Pero siempre tengo la sensación de que los demás reciben poco de mí. Qué les puedo dar yo, que digo tantas estupideces. Lo que reciben, suma cero. Es mejor evitarme este sufrimiento y que yo les ahorre el tener que oírme. El escritor no tiene por qué ser un orador. Su campo de acción es la palabra escrita. Por otra parte, las apariciones públicas no redundan en un mayor aprecio. Y, para los que ya te aprecian, las actuaciones públicas no añaden nada. Incluso, como dice Hardy, uno es un pensamiento pasajero en la mente de la gente que más nos quiere.
¿Cómo se llega a ser Bioy Casares huyendo de la publicidad?
Mis defectos me salvaron de la promoción. Tengo poca facilidad de palabra y nunca pude convertirme en difusor propio. Antes existía un editor, un distribuidor y un librero; ahora quieren que el escritor sea todo eso.
¿Qué significa para usted la fama?
Una situación falsa. Se admira a la gente por prodigios no logrados, porque los libros están llenos de defectos, aunque uno intente siempre escribir obras maestras.
¿Aborrece usted de los escritores demasiado profesionales?
A veces es más decoroso el escritor profesional que el genio vanidoso. También puedo decirle que, como miembro de varios jurados en concursos literarios, los originales más malos son los que llevan el sello del registro de la propiedad intelectual.
Casi todo es otra cosa
Álvaro Mutis
Entrevista realizada en Madrid el 29 de enero del año 2002.
Álvaro Mutis (Colombia, 1923-México, 2013)
No resulta azaroso que el ensayista Blas Matamoro calificara a Alvaro Mutis como «el gran impertinente» de los escritores latinoamericanos que surgieron en la segunda mitad del siglo XX por estar a contracorriente en materia literaria y política. Si en la poesía de los 50 se ejercita «un coloquialismo sembrado de experimentos verbales a la sombra de un maestro: César Vallejo», señala, o, por el contrario, se sigue la propuesta nerudiana de «americanismo telúrico», Mutis se decanta por una «poesía versicular», con atisbos cultos y cierta exuberancia contenida y trabajada hasta el paroxismo. Más tarde, a la hora de narrar, y cuando el boom impone una línea de experimentación formal y la mirada atenta a la especificidad geopolítica, el autor colombiano prefiere afianzase en la tradición y componer «una larga saga en clave de aventura caballeresca» presentando a su héroe, Maqroll, como un personaje errático y desencantado, una especie de exiliado natural que vaga por el mundo. Su lento viraje hacia la prosa culminó en siete novelas reunidas bajo el título genérico de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.
Siempre he dicho que todo poeta debe ser un visionario. De lo contrario, no es poeta. La condición es revelar un mundo distinto al de la realidad y, al mismo tiempo, tan real como la realidad; aquello que tenemos generalmente escondido y revuelto en el alma.
Álvaro Mutis
Las voces de Proust, Conrad, Faulkner, Joyce, Eliot, Saint-John Perse resuenan en su escritura. ¿Estos autores son sus interlocutores cuando escribe?
Nunca pienso en ellos cuando escribo. Proust, ciertamente, es uno de los autores que más quiero y más leo. Y a Conrad lo disfruté mucho, sobre todo de joven. La presencia de estas voces en mi escritura corre por parte del lector. Yo escribo lo que va saliendo, de una forma un tanto sonámbula, y no veo esas presencias que usted menciona.
Algunos escritores dialogan con otros escritores cuando escriben, ¿usted no?
Yo solo dialogo con mis fantasmas y no me acuerdo de Faulkner cuando lo hago. Pero se lo digo con mucha sinceridad, no estoy tratando de defenderme de nada.
¿Los ríos son sus patronos tutelares, sus protectores como se deja intuir en el poema V de su libro Un homenaje y siete nocturnos?
Sí, lo digo allí. Y hablo de una visión que tuve cuando llegué a Nueva Orleans y me subieron a la habitación de un hotel que daba sobre el Mississippi y no pude dormir, me quedé en el balcón, puse una silla y ahí pasé toda la noche. Y después escribí el poema. Nuestros ríos son las vidas que van a dar a la mar, que es el morir, ya sabemos todos ese poema maravilloso, las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Nuestras vidas son los ríos... Para mí es una imagen maravillosa del destino humano, fuera de la voz de la naturaleza, que me dice tantas cosas, que me acompaña siempre.
En su obra, tanto poética como narrativa, usted ha descrito enfermedad, muerte, cárcel, corrupción, deslealtad, exilio. Hay una suerte de percepción onettiana del mundo. ¿Estoy equivocada?
No, para nada. Es decir, no tengo nada que ver con Onetti, pero en verdad yo veo así el mundo. Veo el mundo y a la especie humana como un desastre. Escribí un artículo cuyo título es «Fallamos como especie». Es lo que siento. Estamos destruyendo el mundo, el mal es uno de los deportes favoritos del hombre, pero hay que dejar que sea así y no tratar de arreglarlo ni ponerse de salvador ni de apóstol, porque eso es perfectamente inútil.
¿Es un descreído como lo fue Borges?
Yo nunca he participado en política, no he votado jamás y no me interesa la política. Y no sé si soy un descreído como Borges, pero estoy totalmente de acuerdo con él cuando decía que la política es una de las formas de la superficialidad.
Sin embargo, usted fue amigo de gente a quien le preocupaba mucho la cuestión política. Por ejemplo, Luis Buñuel.
La amistad con Luis fue muy valiosa para mí y muy llena de gratificaciones magníficas, sentimentales y también gustativas, porque preparábamos cócteles y discutíamos largamente sobre surrealismo, sobre ciertos escritores que a él le interesaban y sobre la novela gótica inglesa. Además, cuando yo estuve en la cárcel de Lecumberri, en México, encerrado durante quince meses, él me iba a visitar a la cárcel, iba todos los domingos a verme, y lo quise mucho. Una amistad, pues, una amistad lo es todo.
En la colección de poemas narrativos que aparece bajo el título Summa de Maqroll el Gaviero, usted nos habla de su antigua pasión por la historia. Vuelve, digamos, a Homero, a Virgilio.
En todo caso, retorno a mis obsesiones y mis intereses de siempre. Desde niño, fui un aficionado a leer libros de historia. Casi le puedo decir que leo más historia que literatura. Me interesa mucho ver el destino del hombre a través de la historia. En Crónica regia y alabanza del reino también aparece lo histórico; y de vez en cuando surge Bizancio, que es otra de mis obsesiones.
¿Como la infancia, que tanto emerge en sus escritos?
Desde luego, porque yo sostengo que se debe mantener vivo al niño que fuimos, y no tratar de matarlo para convertirlo en esa