Voces íntimas. Reina Roffé

Voces íntimas - Reina Roffé


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abuelo se dejó matar, mi padre se dejó morir. Lo de mi padre fue un acto de mayor valentía. En cambio, lo de mi abuelo, el coronel Borges, es caso aparte, ya que morir en una batalla debe ser bastante fácil. Pero renunciar, como mi padre, a todo medicamento, rehusar inyecciones, no comer durante sesenta días, tomar solo un vaso de agua cuando lo quemaba la sed, no permitir que lo atendieran es muy difícil. Me parece una muerte más heroica. Tenía una enfermedad incurable y estaba postrado. Por eso, ayunaba, rechazaba todo remedio. Un día, me dijo: «No te voy a pedir que me pegues un tiro, porque sé que no lo vas a hacer; pero no te aflijas, yo me las voy a arreglar». Al cabo de dos o tres semanas no quiso ya ni beber agua y se murió. Fue como un suicidio.

      ¿Cómo era el Buenos Aires de antes, el que usted conoció, cómo es ahora?

      No sé cómo es ahora, ya no lo conozco. El que yo alcancé era un Buenos Aires pequeño en el espacio, pero creciente, lleno de esperanza y ahora somos una ciudad muy grande y bastante triste, bastante descorazonada por hechos que son de dominio público. Creo que esa es la diferencia, algo pequeño, creciente y algo grande, que se desmorona.

      ¿Solo Buenos Aires o es el país entero el que está en crisis, en decadencia?

      Creo que sí, pero, bueno, tal vez los jóvenes, de ellos depende el porvenir, no piensen como yo. Sinceramente, me siento incapaz de una esperanza lógica, pero quién sabe si las cosas son realmente lógicas, por qué no creer en milagros.

      Recuerdo una nota, que desató una gran polémica en 1971, titulada «Leyenda y realidad», en la que usted manifestaba su posición en contra del peronismo.

      Claro, por razones éticas, nada más. Yo no soy político ni estoy afiliado a ningún partido.

      ¿Usted fue perseguido durante la primera etapa del peronismo?

      Más o menos. Me amenazaron de muerte, pero después se olvidaron. Mi madre, en cambio, estuvo un mes presa; mi hermana y un sobrino mío también. Conmigo se limitaron a amenazas telefónicas. Por eso, me di cuenta de que estaba perfectamente seguro; si alguien va a matar a otro, no se lo comunica por teléfono, ¿no?, por tonto que sea.

      Recuerdo otro de sus textos, «El simulacro», donde usted presenta a Perón como el dictador y a Eva Duarte como una muñeca rubia, y dice que crearon una crasa mitología.

      El hecho que yo refiero ahí, que no recuerdo muy bien ahora, era ese: el hecho de pasear una muñeca que simulaba ser el cadáver de Eva y un señor que simulaba ser Perón. Y ganaron bastante dinero haciendo eso. Esta historia me la habían contado dos personas que no se conocían entre sí, de modo que ocurrió en El Chaco, yo no la inventé, además no es una hermosa invención tampoco, es bastante torpe, bastante desagradable ver a alguien que se pasea con un ataúd, con una figura de cera, que está jugando a ser un cadáver; es una idea terrible y que se pague para ver eso y que la gente rece. Sí, crasa mitología viene a ser lo justo. Me había olvidado totalmente de esa página, pero tiene razón, yo la escribí y la escribí porque me había llamado tanto la atención.

      Usted descree de la democracia. ¿Cuál sería el gobierno ideal para Borges?

      Diría que las palabras gobierno e ideal se contradicen. Yo preferiría que fuéramos dignos de un mundo sin gobiernos, pero tendremos que esperar unos siglos. Habría que llegar a un estado universal, se ahorrarían los países, eso sería una ventaja y luego no habría necesidad de un Estado si todos los ciudadanos fuesen justos, las riquezas fueran bien repartidas, no como ahora que hay gente que dispone de muchos bienes espirituales y materiales y gente que no dispone de nada. Todo eso tiene que corregirse, pero quizá tengamos que esperar unos siglos para que se modifiquen las cosas.

      ¿Macedonio Fernández era anarquista?

      Yo le debo tanto a Macedonio... Sí, en ese sentido era spencereano. Creo que hablaba de un máximo de individuo y un mínimo de Estado.

      ¿Usted piensa lo mismo?

      Sí, claro. Ahora estamos over-ridden, estamos haunted por el Estado, el Estado se mete en todo. Cuando fuimos a Europa en el año 14, viajamos de Buenos Aires hasta Bremen sin pasaportes, no había pasaportes; estos vinieron después de la Primera Guerra Mundial, la época de la desconfianza. Antes se recorría el mundo como una gran casa con muchas habitaciones. Ahora usted no puede dar un paso sin demostrar quién es. El Estado está constantemente abrumándonos.

      Usted ha recibido muchos premios y ha sido postulado para el Premio Nobel varias veces...

      Sí, pero los suecos son muy sensatos, yo no merezco ese premio.

      ¿Cuál sería el premio que usted desearía recibir?

      El Premio Nobel, desde luego, pero sé que no lo recibiré, lo cual lo hace aún más codiciable.

      Vivir de glamour

      Manuel Mujica Lainez

      Esta entrevista es la versión completa del diálogo mantenido

      con el autor argentino en 1977, en la casa que tenía

      en Buenos Aires, en el barrio de Belgrano.

      Manuel Mujica Lainez (Argentina, 1910-1984)

      Dotado de un ingenio mordaz y de una prosa rica en inflexiones clásicas, casticismos y voces arcaicas que remiten a la escritura de los maestros del Siglo de Oro, Manuel Mujica Lainez, conocido entre sus amigos como Manucho, es el creador de una obra que despunta con biografías, continúa con volúmenes de cuentos y con novelas que revelan una mirada reflexiva y profunda sobre la literatura y el arte. Novelas como Bomarzo (1962) y El unicornio (1965), entre otras, dan cuenta de ello y ponen de manifiesto el conocimiento del historiador en la reconstrucción de ambientes y personajes del Renacimiento y la Edad Media. Dedicó, además, muchas páginas a lo que se dio en llamar su «saga porteña», compuesta por numerosos volúmenes entre los cuales destacan dos de sus obras capitales: el libro de relatos Misteriosa Buenos Aires (1950) y La casa (1954), novela de inspiración fantástica.

      Detrás de cada cuadro veo muchos otros cuadros de los que he visto en galerías y museos, detrás de cada ser humano reconozco a muchos otros que he visto en libros de Balzac, Dickens, Shakespeare, Mark Twain.

      Manuel Mujica Lainez

      En la Argentina, usted es más conocido por su apodo Manucho que por su nombre.

      Cierto, se ha popularizado Manucho; apodo que surgió de un círculo de amigos íntimos.

      Manucho es un personaje social provocador, usa chalecos vistosos y monóculos, además le encanta actuar.

      Sí, en el gran teatro de la vida. Ese teatro tiene un lado atractivo, vistoso, como usted dice refiriéndose a mis chalecos, que me divierte y también divierte a los demás.

      ¿No le da miedo que el glamuroso Manucho eclipse al Mujica Lainez escritor?

      No, para eso están mis libros. Cuando escribo, Manucho queda de lado.

      Hace unos meses atrás, Bioy Casares me dijo que empezó a escribir muy pronto, cuando era un niño, para despertar la admiración de sus primas y conquistar a una de ellas. ¿Cómo fue en su caso?

      En mi caso también existió, dentro del grupo familiar, alguien que tuvo mucho que ver con mi iniciación literaria. Esa persona fue mi madre, aunque mi vocación viene de más lejos, porque en mi familia hay toda una tradición literaria.

      ¿Cómo era Lucía Lainez Varela, su madre?

      Mi mamá era una mujer bonita; pero más que bonita, tenía mucho encanto. Yo siempre le decía, por las fotos de cuando era muy joven, que se parecía a la protagonista de una novela rusa. Usaba el pelo con raya al medio como las bailarinas, y unas blusas con mangas anchas y faldas tableadas. Su encanto consistía, además, en que sabía narrar, contar historias con mucha imaginación. Murió hace dos años, a los 91; y lo sorprendente fue que, mientras las viejitas se mueven entre recuerdos y repiten siempre lo mismo, ella continuaba inventando historias. Hablaba siempre en imágenes, decía: «Es como tal cosa, se parece a tal otra». Pertenecía


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