Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez
sana?». Los experimentos científicos y las prácticas tecnológicas son hoy de tal calibre y sus consecuencias de tal trascendencia que la ética individual ya no es suficiente para gestionarlos.
Las propuestas transhumanistas están reclamando una ética política. Aquí cobra especial importancia la ética de las instituciones políticas, económicas, sociales, educativas... Los líderes de estas instituciones tienen hoy la especial responsabilidad de mantener un diálogo permanente con científicos y técnicos y un diálogo entre ellos para tomar decisiones firmes sobre lo que es lícito y lo que es conveniente para la humanidad en el ámbito de la ciencia y la tecnología. Si este diálogo ha de estar respaldado verdaderamente por una ética política, debe situarse por encima de intereses meramente económicos o de simple poder. No les resulta fácil a los líderes mundiales acudir al diálogo despojados de intereses partidistas, de criterios prioritariamente económicos o de políticas de corto alcance. Las luces cortas de los propios intereses prevalecen sobre las luces largas de la ética política.
Termina aquí esta primera meditación sobre los distintos caminos que han precedido al transhumanismo en la búsqueda de la mejora humana, sobre las propuestas de mejora humana hechas por el transhumanismo y sus consecuencias y sobre los desafíos que estas propuestas presentan a la humanidad.
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Ni tecnofilia ni tecnofobia
El punto número cinco del Manifiesto transhumanista denuncia los riesgos de la tecnofobia y de la tecnofilia. Dice así: «De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas». Son advertencias muy sensatas que invitan a adoptar una postura ecuánime y prudente sobre el progreso científico y el desarrollo tecnológico.
Ni la tecnofilia exagerada ni la tecnofobia apocalíptica son buenas para la mejora de la humanidad, que es lo que todos deseamos, transhumanistas y no transhumanistas. La tecnofilia puede convertirse en una idolatría o una fe absoluta en la ciencia y la técnica, cual si fueran la única vía de salvación para la humanidad. Paradójicamente E. Fromm considera que la fascinación por lo mecánico es una especie de necrofilia, de aprecio por la muerte. Por su parte, la tecnofobia puede convertirse en un rechazo absoluto de todo progreso científico-técnico, renunciando a mejoras legítimas, necesarias y convenientes para la humanidad. Refiriéndose concretamente a las propuestas transhumanistas, Luc Ferry cuestiona por igual el miedo apocalíptico y el optimismo exagerado. Escribe: «Hablar de la pesadilla transhumanista es tan profundamente estúpido como hablar de la salvación transhumanista».
El transhumanismo ofrece, a través de la ciencia y la tecnología, mejoras de la vida humana que otras tradiciones culturales y religiosas han ofrecido con otros medios y otros criterios. Un ejemplo singular es la oferta de una inmortalidad terrena. Esta propuesta transhumanista evoca la permanente búsqueda de la planta de la eterna juventud o de la inmortalidad. Evoca el esfuerzo de diversos sistemas filosóficos por diseñar un paraíso terreno. Evoca, por supuesto, la promesa de inmortalidad hecha por la mayoría de las religiones en forma de inmortalidad del alma, reencarnación, resurrección...
De alguna forma el transhumanismo promete solventar los fallos de la modernidad. Ciertamente esta ha dejado cuentas pendientes. Desde Descartes prometió un conocimiento basado en la certeza y la evidencia absoluta, pero a la larga ha ido creciendo el relativismo. Prometió igualdad y paz basadas en la democracia y ha cosechado profundas desigualdades y dramáticas violencias. Prometió progreso científico y técnico y ha cosechado un peligroso cambio climático, entre otros riesgos mayores. La lógica del mercado y los intereses políticos tienen mucho que ver con estos fallos. Pero, ¿se podrán solventar solo a golpe de ciencia y técnica?
Como he indicado en el capítulo anterior, hace algunos años publiqué un libro titulado Creer en el ser humano, vivir humanamente. Antropología en los evangelios. Allí se hablaba, por supuesto, de la propuesta de mejora humana que hace la antropología cristiana. Lo escribí sin referencia alguna a las propuestas posthumanistas. Me pregunto qué habrán pensado algunos posthumanistas si han tenido la paciencia de leerlo. Yo, por mi parte, tras varios meses dedicado a leer sobre el posthumanismo, podría añadir algunas reflexiones a lo que entonces escribí, pero no cambiaría demasiado lo escrito. Ciertamente, tendría que relacionar muchos de los temas allí tratados con las propuestas transhumanistas.
Hace apenas un año elaboraba un ensayo sobre la salvación desde la teología cristiana. Ha sido publicado con el escueto título La salvación (San Pablo, 2020). Al escribir estas meditaciones con motivo del transhumanismo no puedo menos de comparar aquel ensayo sobre la salvación cristiana con las propuestas del transhumanismo sobre la mejora de la humanidad. En cierto modo, ambos ensayos giran en torno a la categoría salvación, aunque sea con diferentes lenguajes. Ambos ensayos intentan apurar el tema de la mejora de la humanidad, uno desde la perspectiva religiosa, el otro desde la perspectiva científico-técnica. Se trata de dos perspectivas muy distintas sobre la salvación: la perspectiva religiosa y la perspectiva secular.
De entrada, ambos ensayos parten en una dirección similar y tienen un objetivo análogo: la mejora humana, la búsqueda de la plenitud. Ambos discurren en un principio por vías paralelas buscando la mejora de la salud física, psíquica e incluso espiritual de las personas. Ambos persiguen el ideal de la felicidad y la eliminación del dolor, del sufrimiento, de la muerte. E incluso se mantienen cerca en el intento de eliminar el sentimiento de culpa bien sea por la vía del perdón o bien por la terapia psicológica.
Los itinerarios se distancian cuando en el ensayo religioso sobre la salvación aparecen las categorías de pecado, redención, justificación. Aquí comienza la confusión de lenguas entre la religión y la ciencia, entre teólogos y científicos. Vuelve a suceder aquí lo que sucedió ya en la famosa historia de la torre de Babel. El relato bíblico subraya la confusión de lenguas como la expresión suprema del caos social. El fenómeno se repite hoy: hay una confusión de lenguajes cuando la teología y el transhumanismo hablan de mejora humana, de salvación, de inmortalidad.
El divorcio de los dos ensayos se va intensificando a medida que aparecen las cuestiones sobre lo que significa el ser humano, la mejora humana, la calidad de vida, la verdadera felicidad. Pero el divorcio es casi total cuando se trata de abordar el desafío de la muerte o de hacer propuestas sobre la vida más allá de esta vida. La diferencia entre la inmortalidad terrena preconizada por algunos representantes del transhumanismo y la resurrección confesada por las iglesias cristianas es muy grande. Esta distancia es un desafío para el diálogo entre la razón y la fe, la ciencia y la religión. Aquí el salto es verdaderamente cualitativo.
Hoy es frecuente hablar de «giro copernicano» en referencia a los cambios radicales que se están produciendo en la ciencia y la tecnología y, por consiguiente, en la sociedad. Se trata de cambios tan radicales que cuestionan tradiciones seculares y visiones del mundo otrora consagradas. Dichos cambios dan lugar de forma casi inmediata e insensible a nuevas visiones de la realidad, a nuevas cosmovisiones. Debido al progreso científico y al desarrollo de las nuevas tecnologías está teniendo lugar un verdadero «giro copernicano» en la visión de la realidad, sobre todo, en la visión de la identidad humana.
La teoría heliocéntrica de Copérnico ha dado nombre a la expresión «giro copernicano». Efectivamente, fue un punto de inflexión en la historia de la ciencia, punto de arranque para la astronomía moderna. Cambió la visión del mundo, supuso una verdadera revolución científica. Fue un giro radical de la ciencia. Desde entonces una revolución científica, un giro radical en el conocimiento y en la ciencia se suele calificar como «giro copernicano». Así se calificó a la filosofía de E. Kant, porque suponía un salto cualitativo en el pensamiento filosófico occidental, en la interpretación del conocimiento y de la realidad. En el prólogo a su Crítica de la razón pura, el mismo E. Kant compara el giro que supone su obra en filosofía al giro que supuso la teoría heliocéntrica de Copérnico