Entre la filantropía y la práctica política. Sofía Crespo Reyes

Entre la filantropía y la práctica política - Sofía Crespo Reyes


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      La Iglesia no fue ajena del crecimiento de la ciudad. Conforme se expandieron los límites la ciudad [ver Plano 2],45 el arzobispado de México tuvo que ir reconfigurando la distribución espacial de las parroquias para adecuar el servicio eclesiástico a las trasformaciones urbanas.46 Para 1904, las parroquias ubicadas en la periferia extendieron sus límites hacia las colonias que estaban planificadas pero todavía no establecidas y hacia las zonas más marginales. Así, la parroquia de la Concepción Tequipechuca y la vicaría de San Francisco Tepito ubicadas en los dos primeros cuarteles, la parroquia de Santa Ana en el tercer cuartel y la vicaría de San Miguel Nonoalco en el quinto cuartel, ejercieron su influencia en el norte de la ciudad, justo donde se establecieron algunas colonias obreras. Al sur extendían sus límites la vicaría del Campo Florido ubicada en el sexto cuartel, la parroquia de Salto del Agua y la parroquia de Santa Cruz Acatlán ubicadas en el segundo cuartel.47

      En este sentido, el papel de párroco como guía de la vida asociativa católica femenina fue clave, incluso, una de las funciones centrales de las mujeres era “extender” la presencia pública del párroco. Las actividades que se promovían al interior de las asociaciones como la organización de peregrinaciones, fiestas parroquiales y kermeses, la instrucción del catecismo, la visita a hospitales, hospicios y cárceles para atender las necesidades espirituales de enfermos, moribundos y criminales, eran esenciales para ampliar el espacio de acción parroquial y dichas actividades fueron realizadas por mujeres.

      Obispos y arzobispos latinoamericanos decidieron, a partir del Concilio Pio Latinoamericano, poner en marcha una campaña publicitaria de defensa de la Iglesia y de la fe. El instrumento central de esta campaña fueron los católicos seglares; sin embargo, las mujeres no actuarían como electores y aspirantes a puestos públicos, tampoco divulgarían la postura política de la Iglesia en periódicos católicos48 como hicieron otras asociaciones masculinas. La participación femenina quedó constreñida a las actividades filantrópicas. Las mujeres tuvieron un papel fundamental en unificar la instrucción de la doctrina social y la educación religiosa, por ejemplo, impartir el catecismo, el cual tenía la función de ofrecer a los niños y jóvenes un sumario de todos los valores morales por medio de los cuales debían regir su vida.49 Las mujeres se convirtieron en las principales promotoras de nuevas devociones como el Sagrado Corazón de Jesús, las devociones marianas, el rezo del Rosario50 y la devoción a la Virgen de Guadalupe.

      Las resoluciones del Concilio Pio Latinoamericano rigieron la vida pastoral de las primeras décadas del siglo XX, pero además regularizaron, unificaron y centralizaron la defensa de la Iglesia frente al proceso de secularización, el liberalismo, la educación laica y la tolerancia de cultos. A partir de este momento, se reforzó la intervención directa del párroco, quien organizó el asociacionismo femenino a nivel local para sostener y fomentar el culto, la educación y la moral católica en su parroquia. Asimismo, se impulsó, a través de la militancia católica femenina, la intervención indirecta de los preceptos eclesiásticos en la vida pública.

      Durante las siguientes décadas, la Iglesia mexicana descubrió en las mujeres a sus más fieles “soldados” y aprovechó la influencia doctrinal que el párroco tenía sobre ellas para obtener una base de influencia social basada en el fomento de vínculos de sociabilidad horizontal de mujer a mujer. Se impulsó, mediante el asociacionismo católico femenino, un sistema de valores cuyo aspecto central era el modelo de mujer católica, abnegada, devota, defensora de su lugar en la vida doméstica, de su maternidad, de su necesidad de proteger a la infancia y así asegurar la formación de futuras generaciones de católicos comprometidos con la Iglesia. Al mismo tiempo, las mujeres adquirieron una identidad pública y un espacio de acción, la parroquia.

      La promoción del asociacionismo estuvo ligado a profundos y dolorosos cambios que experimentó la Iglesia católica mexicana a partir de la adición de las Leyes de Reforma a la Constitución de 1857,51 pues en ellas se materializó la separación entre la Iglesia y el Estado. Se prohibieron la práctica pública del culto e instrucción, la recolección de limosna y las manifestaciones religiosas fuera de los templos, las congregaciones masculinas y el reclutamiento de monjas. Con ello, la religión fue reservada para la conciencia individual y la práctica interior.52 Este proceso de secularización significó también la transferencia de la tutela de los individuos de la Iglesia al Estado, los individuos se convirtieron en sujetos de derecho,53 y de esta manera se limitó el papel de la Iglesia a la esfera privada, quedando excluida de validar los nacimientos, matrimonios, defunciones, herencias, propiedades, etcétera.

      A fin de defender sus espacios de acción social, económica y política tradicional, entre 1857 y 1870 el clero mexicano adquirió un protagonismo especial al “convocar a los católicos a tomar las armas y rebelarse contra los gobiernos para frenar los ‘ataques’ al catolicismo”.54 De acuerdo con Silvia Arrom, este enfrentamiento ha sido analizado historiográficamente como una lucha entre el bien y el mal, entre “liberales” y “conservadores” y ha dejado fuera del análisis aquellos aspectos que trasformaron las relaciones sociales frente al proceso de nacionalización de hospitales, orfanatos, asilos y demás servicios que anteriormente administraba la Iglesia.55 En los últimos años se ha estudiado el papel de las mujeres al interior de las miles de asociaciones católicas que desde el laicismo defendieron la fe mediante el constante trabajo que realizaban al interior de las parroquias, pero también con grupos gremiales y sectores vulnerables fuera del espacio parroquial.56

      El interés de la Iglesia por forjar una militancia católica bien preparada para la defensa de sus intereses políticos frente a la secularización, estuvo acompañado de un proceso de “concientización laica”, los sectores más devotos de la sociedad actuaron conforme a su fe, de concebirse no sólo como ciudadanos ni como católicos, sino como actores sociales con una postura ideológica antimoderna y antiliberal. En este sentido, el proceso de concientización laica se une a una necesidad de asociación que abarcó diversos aspectos de la vida social, al grado que para el último tercio del siglo XIX se puede dividir en tres grupos. El primer grupo se formó con aquellas organizaciones piadosas dedicadas a algún culto religioso en particular, como por ejemplo la Asociación de Hijas de María, o bien la Asociación de los Hijos e Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. El segundo incorporó a las organizaciones de corte gremial, aquellas que pretendían congregar a obreros y artesanos como la Liga Católica. Y el tercero integró a las asociaciones caritativas o filantrópicas dedicadas a las obras de auxilio social como las Sociedades de San Vicente de Paul.57

      El programa asociativo que impulsó la Iglesia para las mujeres estaba encaminado a exaltar su papel doméstico, en este sentido, el espacio de la participación que se concibió como propio y adecuado para ellas quedó constreñido a la labor filantrópica y caritativa. Es importante rescatar estas experiencias, pues en ellas se expresa el ideal de mujer católica que fomentó la Iglesia y que será retomado años más tarde por la Asociación de Damas Católicas.

      Las organizaciones piadosas, como cofradías, hermandades y otras asociaciones de origen colonial habían decaído en tamaño y organización debido a la desarticulación del clero regular. Sin embargo, hacia el último tercio del siglo XIX, la Iglesia buscó renovar este tipo de asociacionismo y convocó a los feligreses a agruparse para organizar las actividades anuales del culto y de esta forma revitalizar la vida parroquial, tanto urbana como rural. Este tipo de organizaciones ayudaron a fomentar la nueva pastoral y a adaptar el sistema devocional a las necesidades de su tiempo que sirvieron para transformar la religiosidad popular y dotar al culto de un discurso uniforme contra la modernidad.58

      Aun cuando no existen estudios específicos sobre el papel de la mujer en estas organizaciones, al revisar detenidamente los nombres de las más de treinta asociaciones piadosas59 que recupera Cecilia Bautista en su tesis doctoral, podemos notar que existía una fuerte participación femenina, esto no es de extrañarse, como ya mencionamos las prácticas religiosas atravesaron un proceso de división del trabajo por género con lo que se reforzó


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