La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey


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      Plataforma Gisaid en 2020

      En enero de 2020 investigadores de China divulgaron la primera secuenciación del genoma del virus que hoy nos amenaza. Los científicos unen esfuerzos a nivel global en otra tarea monumental: descubrir cómo está mutando el virus que causa la enfermedad. Según la BBC de Londres, hasta la fecha, más de 18 000 genomas del SARS-CoV-2 han sido secuenciados por investigadores en diferentes países. Y entonces hemos decidido aprovechar una fabulosa plataforma pública —que se había construido en Internet para conocer mejor la evolución del virus de la gripa—; la plataforma Gisaid, que permite comparar estos genomas y analizar sus diferencias. Se trata de una base de datos de acceso abierto creada en 2008: la Iniciativa Global para Compartir Datos sobre Influenza. Hoy nos servirá (probablemente) para saber de dónde vino, y para dónde va la Covid-19.

      Pero, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es otra plataforma global de gestión de un conocimiento técnico y específico. Fue creado en 1988 para que facilitara evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta. Una plataforma colaborativa del más alto nivel científico que mereció el Premio Nobel de la Paz en 2007. Ha preparado cinco informes de evaluación de varios volúmenes. Actualmente se encuentra en su sexto ciclo de evaluación. Me pregunto si no será esta la hora de utilizar esta plataforma para estudiar colaborativamente y desde todas las perspectivas posibles el impacto de la crisis de la Covid-19 en la crisis climática global y su evolución inminente hacia un punto de bifurcación que muy probablemente se encuentre entre 2020 y 2030. Me pregunto si una de las probables evoluciones de esta crisis, que estamos empezando a transitar, no será la de un escenario completamente nuevo pero definitivo: la mutación de la sociedad del Antropoceno en una sociedad en proceso de bifurcación. Entonces será preciso (ya lo es) una plataforma global para compartir pensamientos y datos, percepciones y acciones, sentires y previsiones, anhelos y aprendizajes sobre la evolución de esta nueva realidad. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), concebido para darnos a conocer la índole y magnitud de la crisis climática, hoy podría adecuar sus estructuras para facilitar al mundo la búsqueda sistemática de esta nueva respuesta.

      Como civilización contemporánea ya hemos ensayado el camino de los grupos colaborativos conformados por expertos para enfrentar grandes problemas. Y el resultado de estos grupos arroja resultados muy positivos. Creo útil recordar que en 1968 dos empresarios visionarios, Alexander King y Aurelio Peccei, preocupados por el futuro de otra crisis: la ambiental, consiguieron fondos de las empresas y fundaciones Fiat, Ford, Volkswagen y Rockefeller, para convocar a 35 personalidades de 30 países (académicos, científicos, investigadores y políticos). ¿Cuál era el objetivo de esta convocatoria? Interesar a los funcionarios de gobiernos y grupos influyentes sobre las respuestas que debían preparar frente a la crisis en formación. Fundaron el Club de Roma, quizá una de las experiencias más exitosas de estos grupos de expertos. Uno de los científicos convocados fue Ervin Laszlo. Me propongo hablar de él en este texto de manera recurrente, debido a que años después abordaría un tema que hoy debería ocupar la mesa de esa plataforma colaborativa global que en este trabajo invoco. El tema de la bifurcación. El Club de Roma alcanzó a durar 30 años, y generó un documento aún vigente, sobre el cual volveré más de una vez: Los límites del crecimiento (1972). ¿Qué dice? Que no se puede seguir creciendo de manera ilimitada, teniendo en cuenta que este planeta es finito. Otro buen ejemplo de grupo colaborativo es el Grupo de Investigación de Evolución General ya nombrado, y el Club de Budapest. Recordemos sus fines: “Unir fuerzas para cambiar el rumbo de nuestro mundo (insostenible, polarizado e injusto) y encaminarlo hacia la ética y el humanismo”. Lazlo, creador de estos dos grupos, señaló con una claridad y sentido de la anticipación y la audacia valorables asaz el punto de inflexión que nos esperaba, como civilización y como cultura, si no deteníamos el paradigma del crecimiento ilimitado y lo reemplazábamos por una economía global centrada en el cuidado de la casa común, el oikos, y no simplemente en la crematística, hoy llamada economía del mercado, pero caracterizada por Tales de Mileto como el arte de hacerse rico, la habilidad para adquirir riquezas que definía una actividad contra natura, según Aristóteles. Pues bien, esta actividad de tan común ocurrencia en todas nuestras culturas acaba por deshumanizar a quienes se dedican a ello. Así lo escribió Aristóteles y lo corroboraron, en época más reciente, el teólogo Hans Urs von Balthasar y el escritor Ernesto Sábato. El modelo mental del crecimiento ilimitado, ayudado por la creencia sacralizada por la sociedad de la acumulación y el capitalismo: el dinero es el poder supremo, su acumulación nos hará libres y felices; ese modelo mental nos ha deshumanizado hasta tal punto que hemos devenido en piezas de una poderosa máquina de producción y de consumo. Piezas, nada más, del monstruo posmoderno, cifras de una estadística feroz y letal. Balthasar dijo: “Hemos fracasado, sobre los bancos de arena del racionalismo demos un paso atrás y volvamos a tocar la roca abrupta del misterio”26. Ernesto Sábato advirtió: “Todo corrobora que en el interior de los tiempos modernos, fervorosamente alabados, se estaba gestando un monstruo de tres cabezas: el racionalismo, el materialismo y el individualismo”27. Hoy no necesitamos de mucho esfuerzo para identificar las entrañas del monstruo: es el mercado y el mercado está ahí, en cada esquina y en cada nueva notificación de nuestro computador. Al acecho de cuanto hagamos, sabe de antemano nuestras preferencias. Actúa según su lógica crematística insoslayable para vender, vender, vender.

      No obstante, entender lo que significaría ‘dar un paso atrás’ para liberarnos de él, y tocar esa roca abrupta del misterio que abandonamos con el racionalismo, son los dos desafíos a que nos ha conducido, de manera un tanto abrupta, la pandemia del coronavirus. O mejor: el desafío, puesto que es uno solo: si somos capaces de admitir el misterio (todo aquello no necesariamente dominado por la razón), podremos también dar ese paso atrás para construir en adelante una economía más humana y sostenible: la economía de la crisis climática. Pero Lazlo señaló el punto en el que estábamos (estamos) y desde el cual podíamos (podemos) tomar la decisión de pensar de nuevo, o no pensar. Lazlo dijo que ese punto de inflexión señalaba una bifurcación.

      El desmoronamiento de las cosas

      El poeta irlandés ya nombrado en este texto, William Yeats (1865-1939), escribió, como ya dije: “Las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir”. Pero Theodore Roszak, teórico de la contracultura, supo luego, en 1987, que este desmoronamiento de las cosas sería un hecho inminente una vez acabado el siglo XX. Roszak coincidió (aquel año de 1987) con Joseph Pelton en la Universitat d’Estiu de Gandía y propuso “un nuevo diálogo con la naturaleza”28. Y Pelton, en aquella ocasión, nos habló de asuntos que hoy están en nuestra mesa diaria. Afirmó que la humanidad “ya camina desde la aldea global de la que habló McLuhan hacia el cerebro global”. Se refirió al siglo XXI como una época en que 10 000 millones de personas necesitarán vitalmente de la tecnología. El mundo se caracterizará entonces por la existencia de “teleciudades”, la creación de superestados, la fusión de las grandes empresas de computadoras con las dedicadas a las telecomunicaciones, y por el desarrollo de la “teleeducación y la telesanidad”29.

      Roszak, por su parte, le ha seguido la pista al pensamiento de Yeats (que no es simplemente poético) sobre el desmoronamiento de las cosas. Y escribió que (algunas veces) ese desmoronamiento puede señalar un punto de bifurcación debido a que existen allí energías afirmadoras de vida. Le preguntaron en una reciente visita a Buenos Aires30: ¿cómo explica la convulsión actual? Y contestó: “Como parte de la dinámica de la evolución, cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse”. Y estamos en ese punto crítico. Agregó: “La Tierra es como una nave espacial con una tripulación de 7000 millones de personas; recibe energía del Sol, pero no materia; por tanto, la regla es sencilla: hay que reciclar, vivir en armonía entre nosotros y con el planeta, crear una cultura más ética”. El ser humano y el planeta están en peligro por el mismo enemigo (había dicho): la grandeza de las estructuras industriales y económicas, las burocracias, y los ejércitos.

      En este


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