Río torrentoso. Lawrence M. Friedman

Río torrentoso - Lawrence M. Friedman


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llevarlo a cabo; o para demostrar que eran capaces de cometer el crimen perfecto. Pero resultó que el crimen estaba muy lejos de ser perfecto. La sospecha cayó sobre ellos con bastante rapidez: un par de anteojos, que se dejaron en la escena del crimen, fueron fácilmente rastreados hasta Leopold. Enfrentados con la evidencia, ambos confesaron. Como habían admitido su culpa, no se realizó un juicio común, ya que el verdadero problema se encontraba en el castigo que recibirían. ¿El juez sentenciaría a muerte a Leopold y Loeb? Las familias de los acusados contrataron a Clarence Darrow, quizás el abogado litigante más famoso de la época, para representar a Leopold y Loeb. Las audiencias fueron una sensación mediática. Darrow hizo un apasionado argumento contra la pena de muerte. Y, por alguna razón, el juez les perdonó la vida a los dos hombres, imponiéndoles una condena de cadena perpetua. Tiempo después, Loeb fue asesinado mientras estaba en prisión por otro preso; mientras que Leopold fue finalmente liberado y vivió tranquilamente por el resto de su vida en Puerto Rico.

      El juicio de Loeb y Leopold cautivó al público. A diferencia, por ejemplo, del caso de Lizzie Borden, no había ningún misterio sobre el crimen en sí: Loeb y Leopold eran claramente culpables y habían admitido ese hecho. Lo que hacía fascinante al caso fue un rompecabezas diferente relacionado con en el corazón de los hechos. ¿Cómo pudieron los dos hombres haberse desviado tanto? Respecto a ello, había un parecido con el caso de Lizzie Borden. La pregunta en ambos casos era: ¿quiénes eran realmente los acusados? ¿cuál era su identidad encubierta? En el caso de Lizzie, ¿podría ser culpable de tal crimen? Si fue así, debía haber habido una especie de podredumbre seca debajo de la superficie de la sociedad burguesa. Para Loeb y Leopold, el problema de su identidad era menos misterioso pero igualmente trascendental. Hombres jóvenes, con todas las ventajas en la vida; estudiantes brillantes, hombres con un futuro brillante: ¿cómo podrían haber seguido un camino tan vil y oscuro? ¿cuál era la fuente de su segunda personalidad, el Mr. Hyde dentro de sus almas?

      Pero, ¿por qué alguien sospecharía tal cosa? Quien los había acusado inicialmente, Judy Johnson, era una mujer enferma: esquizofrénica paranoica y alcohólica crónica. Murió de enfermedad hepática unos años después de haber puesto en marcha todo el juicio. ¿Por qué alguien le creyó? En cierto modo, el caso McMartin era bastante diferente a los casos de Lizzie Borden, Loeb-Leopold, de las niños asesinas de Nueva Zelanda. En esos casos, el crimen, el asesinato, eran lo suficientemente creíbles. Se plantearon preguntas fundamentales sobre la verdadera identidad de los acusados; sobre sus motivos; y, más allá de eso, preguntas sobre la sociedad misma. En el caso de McMartin, sin embargo, casi con certeza el ‘crimen’ nunca llegó a ocurrir en absoluto. Al final, después de este insólito juicio, todos los acusados en el caso McMartin fueron absueltos. Sin embargo, en un aspecto, el juicio de McMartin compartió un rasgo importante con, por ejemplo, el caso de Lizzie Borden: un olfato, una sospecha oscura, una noción de que algo estaba mal y podrido en el orden social. El caso McMartin es, por supuesto, más reciente que los crímenes de Jack el Destripador, o el juicio de Lizzie Borden. Las fuentes del malestar son diferentes; pero tiene como un factor en común el cambio en el papel social de las mujeres, las tensiones de la vida familiar, la crisis en las relaciones de género. Todo ello se cernió sobre los juicios como una neblina química mortal. En nuestros tiempos, millones de mujeres han ingresado a la fuerza laboral, por elección o necesidad. Muchas de estas mujeres tienen hijos; y muchos de estos niños son demasiado pequeños para ir a la escuela. Alguien debe cuidar a estos niños. La guardería es una solución al problema; pero muchos padres (madres y padres por igual) pueden sentirse atormentados por sentimientos de culpa e inseguridad. Los niños, durante horas y horas, cinco días a la semana, quedan al cuidado de extraños. Estos trabajadores de guarderías parecen tan inocentes, amorosos, dedicados a los niños, pero ¿cómo podemos estar tan seguros? Los padres se hacen la misma pregunta que se plantea en los juicios: estos acusados, estas personas a quienes hemos confiado a nuestros hijos ¿quiénes son realmente?

      El juicio McMartin fue un episodio insólito. Y fue particularmente insólito ya que ocurrió, no en el pasado distante, sino en los años recientes. La pregunta sobre la identidad —y, específicamente, la dicotomía Jekyll/Hyde— fue, en muchos sentidos, una cuestión propia de la vida discurrida durante la era de la revolución industrial. Pero McMartin también nos recuerda que los temores sobre la brujería, las fuerzas oscuras y malvadas, del satanismo, no solo tienen una larga historia en el pasado; sino que han sobrevivido hasta cierto punto, a pesar de los avances en ciencia y tecnología, y de la disminución de la creencia en lo sobrenatural. Es importante no exagerar la discontinuidad, pensar que nadie cree en Satanás ni exagerar la continuidad.


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