Cómo casarse bien, vivir felices y comer perdices. Ana Otte de Soler
otra persona, e incluso se le añaden adornos que no existen. No se ven aún los defectos...
El amor auténtico es más realista. Es querer y aceptar a alguien tal como es, con sus defectos y limitaciones. Para comprometerse con alguien para toda la vida hay que poner la cabeza para valorar con inteligencia si será posible la convivencia, y hay que poner voluntad. No bastan los sentimientos, para aguantar y superar conjuntamente las dificultades. Lo más importante y fácil de contestar: aparte de quererse mucho, si ambos se sienten a gusto juntos y cada uno puede ser como es, sin fingir nada, entonces seguramente podrán atreverse a iniciar una vida en común.
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Solo tú, para siempre
«Amor es un regalo sin fecha de caducidad».
(D. Schwaderlapp)
Por lo comprometido que es el tema de la sexualidad en el noviazgo, ahondemos un poco más en él. Para vivir la sexualidad en plenitud se necesita madurez física y psíquica. Compromiso y fidelidad. Hay que decir con el alma lo mismo que con el cuerpo; si no, todo es una mentira.
¿Y qué hay decir con el alma y con el cuerpo? Que se quiere vivir una entrega total, tanta, que transmite vida. Esto no se da en los novios: el compromiso no es perfecto todavía, y la relación sexual no suele estar abierta a la vida.
La situación no es la misma cuando aún no hay un compromiso serio y hay miedo de ser abandonado. “Si solo quiere una parte de mí, cuando encuentre algo en otra persona que le atraiga más, ¿me dejará?”.
Normalmente la vivencia sexual no trae mayores problemas. Para alcanzar una actividad sexual satisfactoria no se necesita adquirir experiencia antes de casarse; hay toda una vida por delante para ir aprendiendo y enriqueciéndose mutuamente. No tiene que ser todo perfecto desde el primer momento. No hay que caer en el error de pensar que la experiencia “técnica” va a resolver problemas.
Para estar tranquilos, los novios pueden someterse a un examen médico.
La chica consulta a un ginecólogo si tiene irregularidades del ciclo menstrual. Son relativamente frecuentes los ovarios poliquísticos y la endometriosis, y ambos tienen tratamiento.
Los hombres pueden tener disfunciones eréctiles, es decir, problemas de impotencia. En ese caso, habrá que consultarlo con el urólogo. Cuando se descubre alguna deficiencia, habrá que comunicarlo a su pareja: nadie debe ir engañado al matrimonio.
Salvando estas circunstancias, el acto sexual en sí no exige que haya que acostarse antes de casarse. Si existe alguna anomalía afectiva en alguno de los dos, se percibirá en su comportamiento; una cierta frialdad, o una ausencia de caricias con el pretexto de vivir la castidad, resultaría sospechoso.
Muchos jóvenes no son conscientes de que se trata de un acto que corresponde propiamente a los cónyuges. Creen que es normal relacionarse íntimamente porque ya se quieren. Y que también es normal incluso sin quererse, o sin conocerse siquiera.
Cuando las parejas acuden a un cursillo prematrimonial, ya suelen tener fecha de boda, están montando su piso, o incluso ya viven juntos. Por justicia por las pocas parejas que van vírgenes al matrimonio, en estos cursos hay que hablarles a todos como si no supieran nada.
La experiencia con matrimonios que acuden a la consulta de terapia de pareja demuestra que muchas veces no viven bien la sexualidad. Se habla mucho de sexo, y los jóvenes creen que no les queda nada por aprender; pero a menudo los hombres no saben cómo tratar a las mujeres. Llegados a un cierto punto, ellas no llegan a disfrutar del acto sexual y empiezan a poner pegas. “Mi marido me ataca. Eso es todo”, me decía una mujer joven.
Cuando uno tiene dudas de asumir una unión definitiva —lo que es muy legítimo y humano—, debe esperar y ponderar la situación. Pero esa espera no le otorga el derecho a vivir con la otra persona como si estuvieran casados. Entre cristianos, el consentimiento ante el altar concede un carácter definitivo al matrimonio y confirma ante Dios y ante la sociedad que la persona elegida va a ser la única en recibir ese amor exclusivo. Entre no cristianos, también debe defenderse esa exclusividad, pues la unión matrimonial es una institución natural, que nace con el hombre. El matrimonio es un regalo; como un regalo recibido nunca se devuelve, así tampoco se devuelve a la persona con la que uno se ha comprometido.
Es, como todo regalo, irrevocable.
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La luna de miel
«El matrimonio debería ser como la antesala del cielo».
(Kierkegaard)
En el pasado, la luna de miel tenía un significado diferente al actual. Era en la noche de bodas cuando tenía lugar el primer encuentro sexual de la mujer con su amado. Suponía el fin de la virginidad, para casarse con el amor de su vida y tener hijos con él. Aún está vigente en muchos países la mentalidad que relaciona la virginidad de la mujer con su honestidad. A esto se asociaba una idea de la luna de miel como gozo y felicidad garantizada.
Hoy, en general, no se da tanta importancia a la virginidad física, porque el amor exige que el pasado no cuente. Aunque, si existe esa virginidad, se considera como un tesoro. Cuando se habla de luna de miel, hoy se piensa más bien en el viaje de novios que suele seguir a la fiesta de la boda, cuando por fin la pareja puede retirarse y comenzar su vida sin espectadores.
Es recomendable no esperar demasiado de la noche de bodas. Después de la celebración, los nervios y el cansancio, este encuentro no siempre se vive como lo que se había soñado durante tanto tiempo. No hay que desanimarse. En las primeras relaciones íntimas puede haber dificultades, pequeñas molestias, miedo de no hacerlo bien. No es un acto donde él tenga que demostrar su virilidad. Se necesita un poco de paciencia, delicadeza, comprensión. Y, sobre todo, buen humor.
Una chica llevaba viviendo ya cuatro años con su pareja cuando finalmente decidieron casarse y experimentar lo que experimentan los jóvenes cuando se casan bien, incluyendo la luna de miel. Luego me contó, decepcionada, que su luna de miel no había sido romántica. ¿Qué esperaba? No se trata solo de ver castillos y paisajes bonitos. Ya lo habían experimentado todo, y la vida sexual ya era rutina.
Para los no experimentados, la luna de miel es un tiempo maravilloso. Por fin poder viajar solos, tener tiempo para disfrutar juntos día y noche, y soñar con un futuro compartido.
A veces hay pequeñas discordias ya en la noche de bodas. Ella está rendida y se cae de cansancio después del trajín de la fiesta, que para la novia es más agotador, por su vestimenta pomposa y el protagonismo que ha tenido todo el tiempo. Él, sin embargo, todavía está con ganas de salir a bailar. Gana ella, que se echa en la cama sin esperar más de la fiesta. Él tiene preparada una sorpresa, una joya preciosa que ella casi ni mira, pues no puede con su alma.
¿Empezamos mal, en la mismísima noche de bodas?
No hay que desanimarse. Todo tiene arreglo, con comprensión y una pizca de humor.
4
Imprevistos
«La convivencia, como casi todo, es algo que hay que aprender».
(J. J. Javaloyes)
Desde la perspectiva de un hombre:
«En esta primera fase de la convivencia aprendemos qué significa compartir un cuarto de baño entre dos. Aprendemos con qué agilidad y seguridad consigue una mujer arreglarse, sin equivocarse ni una sola vez al echarse encima los más potingues más inverosímiles. A nosotros nos basta —no siempre, que la cosmética hoy va siendo patrimonio común— con nuestra espuma de afeitar y nuestra loción. Ocupan un espacio mínimo en las baldas, comparado con el escaparate de potingues de ella. En el reparto de armarios, estanterías y cajones, el que más necesita tiene derecho a más...
Y es ella quien necesita muuucho sitio para bolsos, zapatos, ropa de diario, vestimenta normal, para las gangas, para los vestidos que se pone para el trabajo, para la ropa menos formal, pero elegante,