Cómo casarse bien, vivir felices y comer perdices. Ana Otte de Soler
alitas cortadas, alitas sin cortar, alitas familiares. Manda una foto a su mujer: ¿Cuál de las tres alitas quieres? Y lo mismo sucede si son muslitos de pollo: los hay con hueso, sin hueso… Dilema.
Por eso la mujer dice que prefiere hacerlo todo ella, porque así acaba antes. No quiere esto decir que el hombre sea un muñeco manipulado por la mujer, sino simplemente que no le importan las mismas cosas, y por eso no le molesta un montón de ropa en el rincón. Por la misma razón, ella se queja de que el marido no valora que la casa está limpia. Pero él dice: «Prefiero que ella me reciba con una sonrisa, a que el cuarto de baño huela a hierbabuena».
A veces las mujeres no nos damos cuenta de todas las tareas que lleva a cabo el marido: arreglar los asuntos del banco, poner gasolina al coche, llevarlo a limpiar, traer una caja de cerveza, llevar una alfombra a la tintorería, colocar un cuadro, cambiar una bombilla. Decía J. Burggraf: «…y matar arañas».
Un poco de sacrificio por la otra persona es la mejor prueba del amor verdadero.
7
La suegra
«Cuando te casas con una persona, te casas con su familia».
(A. Vallejo-Nágera)
La relación con familiares próximos al principio puede ser problemática.
Con frecuencia se oye: mi suegra no me acepta. Las madres siempre esperan algo mejor para su príncipe y aceptan de mala gana a la futura nuera. Esto suele mejorar con el tiempo, más aún cuando llegan los primeros nietos. En la situación actual, en la que ambos trabajan fuera de casa, se recurre muy agradecidamente al apoyo de los abuelos.
No se puede ni se debe apartar a nadie de su familia. Cuando uno se casa, no se casa solo con su marido o con su mujer, sino con la familia del otro. Los abuelos tienen derecho a ver a sus nietos, y los nietos tienen derecho a estar con sus abuelos. Una mujer había prohibido a su marido ver a su madre, y este tenía que acudir a visitarla a escondidas, pues la mujer tenía celos.
Los abuelos ejercen una gran influencia sobre los nietos.
Ir a comer todos los domingos a casa de los suegros, o de los padres, puede resultar pesado, más aún cuando lleva consigo pasar también la sobremesa y media tarde en su casa. Las parejas jóvenes a lo mejor este día lo quieren disfrutar solas, o tienen tareas que hacer en su casa, después de una semana entera de trabajo fuera del hogar. Y el problema se agudiza cuando las dos familias políticas compiten por la presencia de los jóvenes, sobre todo cuando llega la Nochebuena, Fin de Año, el Día de la madre, etc. Esa tensión puede originar verdaderas peleas en el seno de las familias. Por no hablar de las conversaciones en la mesa, cuando algún comentario desafortunado de la suegra ha herido profundamente a la nuera. «Y no me has defendido cuando tu madre ha dicho…». El pobre marido ni se da cuenta: no percibe ninguna maldad, porque está acostumbrado a la forma de hablar de su madre.
No hay que dar importancia a estas cosas, ni tomarse todo a la tremenda, como una tragedia. Es más razonable pasarlo por alto y comprender al marido, que tampoco quiere indisponerse con su madre.
Hay suegras que se meten demasiado en la vida de los recién casados. Van con su hija a elegir los muebles, compran las ropitas del bebé que va a nacer, se preocupan del colegio al que tendrán que ir sus nietos. O no son justas con la nuera. Todo es para los hijos de su hijo, sin dejar espacio a la nuera. A esta no le importa este desaire porque no necesita nada de su suegra, pero le duele.
Estaría bien, aparte de preparar a los novios para su futuro matrimonio, formar a las futuras suegras sobre cómo comportarse con sus hijas o hijos políticas.
Consejo: tratar de hacerse querer. Una llamadita telefónica de vez en cuando a la madre del esposo para preguntar cómo está, para pedirle algún consejo sobre una compra que hay que hacer (sea o no necesaria), meterse con ella en la cocina e interesarse por la receta de la comida favorita de su hijo...
Cosas así le sientan bien a él. Y también a ella.
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