Aires de revolución: nuevos desafíos tecnológicos a las instituciones económicas, financieras y organizacionales de nuestros tiempos. Группа авторов
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Fuente: elaboración propia a partir de Díaz-Foncea et al., 2016; Durán-Sánchez et al., 2016; Mendes & Giménez, 2015; Navio et al., 2016; Sacristán, 1971.
De esta forma se evidencia que la génesis de economía colaborativa se encuentra antes del desarrollo de aspectos tecnológicos (Sundararajan, 2016). Pero la versión desde el desarrollo digital incluye los componentes de comunidades de innovación que plantea Teece (2018) y mercados basados en múltiples grupos de usuarios y gestores que son cubiertos por plataformas multilaterales (Lima & Carlos Filho, 2019; Pereira, 2018; Tirole, 2017), llevando a la creación de ciudades colaborativas y como un camino viable para atender las diversas crisis sociales y ambientales de la sociedad (Pereira, 2018), que puede conducir a disminuir la importancia de la propiedad, cambiándola por acceso e introduciendo servicios en línea y comunidades como mediadores (Miguel & Tomás, 2018), bajando los costos de operación, eliminando intermediarios y trabajando con grandes escalas dada su accesibilidad a través de plataformas y la tendencia a la baja en precios de la tecnología, lo que permite que grupos marginados que carecen de capital e infraestructura puedan participar del negocio (Castor, 2016; Hira & Reilly, 2017).
En cuanto a su definición, existen muchas propuestas, pero no hay un consenso sobre qué es economía colaborativa. En muchos casos las definiciones están sujetas a determinar los diferentes aspectos del modelo de negocios (Castor, 2016). Bostman la define como “redes dispersas de individuos y comunidades conectados –frente a instituciones centralizadas– que transforma la manera en la que podemos producir, consumir, financiarnos y aprender” (Botsman, 2013, p. 3), y permite a individuos compartir e intercambiar servicios o bienes a cambio de una compensación pactada entre las partes (Durán-Sánchez et al., 2016). La Comisión Europea en la comunicación al Parlamento Europeo ofrece como definición: “modelo de negocio en el que se facilita actividades mediante plataformas colaborativas que crean un mercado abierto para el uso temporal de mercancías o servicios ofrecidos a menudo por particulares” (Durán-Sánchez et al., 2017), que se orienta hacia la “desconcentración productiva por encima de los modelos de integración vertical u horizontal, mediante trabajadores polivalentes, tecnología multifuncional para la producción simultánea de varios productos (just in time) y una línea de empuje” (Ramis, 2017, p. 230), con procesos de descentralización, holocracia, manejo de bienes compartidos y procesos de producción compartida como el código abierto (Acquier, 2018, p. 13).
Ante tal diversidad, proponemos la siguiente definición integrando los elementos comunes de algunas de las más citadas3. La economía colaborativa es un modelo económico que promueve modelos de negocio soportados en plataformas, orientados al intercambio y al acceso temporal a recursos y activos subutilizados, en lugar de a la propiedad, con participación de usuarios multi-rol, construcción colectiva de trabajo en red, altos volúmenes de operaciones, mediada por un gestor y bajos costos de operación, cuyo interés se orienta al bienestar de los participantes, a un estilo de vida colaborativo y a resultados económicos, sociales y ambientales.
Gazzola afirma que en la década 2007-2017 “el concepto de compartir ha progresado y la economía compartida ha crecido en escala y alcance, dada la transformación tecnológica, llevando a un cambio en la evolución del capitalismo, pasando de ser propietarios de activos a desarrolladores de plataformas inteligentes de vinculación de personas” (Gazzola, 2017, p. 77)
Por su parte, Rinne plantea que el crecimiento real ha estado subestimado, se proyectaba muy grande en el 2009, pero en ese año existían pocas plataformas, en comparación con el 2019 cuando se han multiplicado y se han creado plataformas que no cumplen con los principios de compartir para disminuir el hiperconsumo y generar comunidades en red, orientando las iniciativas hacia precios y transacciones eficientes, llevando, más que a una comunidad, a una comodidad para el usuario (Rinne, 2019). Para el 2019 se analiza el impacto de la entrada de estas empresas en la bolsa, y cómo se logra el sostenimiento de las mismas, proyectando la quiebra para varias de las empresas; su crecimiento corresponde más a un interés por parte de gobiernos como el chino que a un logro de las empresas, lo que lleva a la necesidad que empresas como Uber y Lyft desarrollen un modelo de negocio que permita su crecimiento sin incrementar precios (World Economic Forum, 2019).
La economía colaborativa se ha consolidado tanto que el informe GEM 2019 por primera vez incluyó esta categoría, como iniciativas de GIG Economy, con una participación de 27 países, y reconoció que las tasas de actividad emprendedora más altas en esta economía surgieron en Corea del Sur, con un 20 % de la población adulta interesada, seguido por Israel, Chile, Irlanda y los Estados Unidos. Este surgimiento y crecimiento de la economía colaborativa es cada vez más visible en el mundo, con presencia de empresas globales y también de iniciativas locales, que ofrecen nuevas iniciativas a los trabajadores de contrato, que no generan vínculo laboral permanente (Bosma & Kelley, 2019).
Sin embargo, algunos críticos dicen que el modelo es demasiado incluyente, lo que lleva a que su finalidad real sea difusa (Buckland, Val, & Murillo, 2016; Codagnone & Martens, 2016; Ramis, 2017; Stępnicka & Wiączek, 2018a), por lo cual han surgido algunas plataformas que tratan de emular el modelo, pero que corresponden a empresas comerciales, lo cual genera más confusión sobre el manejo que se da a las mismas y aumenta las críticas a las iniciativas (Codagnone & Martens, 2016; Ramis, 2017). Codagnone & Martens afirman que la mayoría de las iniciativas que se han incluido en la economía colaborativa no pertenecen allí, solo son negocios que se han llevado a plataformas, pero que no son de la filosofía de compartir; según ellos, es la interacción directa entre los lados lo que diferencia a las empresas colaborativas de los revendedores y las empresas totalmente integradas verticalmente, que se define principalmente en términos del grado de control que los usuarios de la plataforma conservan en algunos de los términos clave de esta interacción, como “fijación de precios, agrupación, entrega, comercialización, calidad de los productos o servicios ofrecidos, términos y condiciones” (Codagnone & Martens, 2016).
Por su parte, Miller afirma que el modelo colaborativo crece a partir de la falta de gastos generales e inventarios, aumentando su eficiencia y transfiriendo así valor a sus accionistas y socios de la cadena de suministro con modelos de operación más simple y de fácil vinculación (Miller, 2019). Esa disminución de costos dada por la externalidad aumenta el volumen de negocios, pero no ha sido tan analizado el sentido social y ambiental, en el sentido que, si bien para la empresa disminuye los costos, no es claro quién los asume; puede ser el usuario, el gestor, sus efectos en el fisco y la relación que puede tener esto con el gasto público, lo que hace reflexionar sobre el tipo de empresas que se pueden dar, si deben ser empresas con fines de lucro, o deberían orientarse hacia el modelo cooperativo (Hira & Reilly, 2017)