Aires de revolución: nuevos desafíos tecnológicos a las instituciones económicas, financieras y organizacionales de nuestros tiempos. Группа авторов
y militar, los valores humanos serán colectivos y no individuales, y los individuos que lleguen a distinguirse se convertirán en una nueva élite de superhumanos que no cobijará a la masa de la población. Sin embargo, luego de plantear esta fría posición, vuelve Harari a su faceta optimista cuando enuncia que es verdad que “la humanidad parece sentenciada. Pero en el último momento, contra toda probabilidad, la humanidad triunfa gracias a algo que los alienígenas, los robots y los superordenadores no podían sospechar y son incapaces de entender: el amor” (p. 422). Esperemos que así sea.
En el segundo aspecto a partir del cual también estimo puede ser leído su libro, resalto los interesantes e impactantes datos que sirven para ilustrar la situación que se está presentado con la 4RI, y que Harari alcanza a calificar de “ciencia ficción”, a pesar de que ya muchos de ellos sean realidad. Así, por ejemplo, la ingeniería ciborg, que fusionará el cuerpo orgánico con dispositivos no orgánicos, como ojos artificiales, manos biónicas, cascos eléctricos que leen la mente y permiten realizar acciones como apagar las luces de la casa, chips incrustados al cerebro y a un computador para que se emitan órdenes energéticas débiles a fin de combatir la depresión severa, etc. No todos los avances se relacionan con la ingeniería ciborg, sino que se refieren también a la genética. Como se advierte en varios escritos de esta edición de la colección “Así habla el Externado”, es quizás allí donde se exteriorizan los mayores dilemas de los desarrollos tecnológicos. Es lo que puede ocurrir, nuevamente a nivel de ejemplo, con las alteraciones que se realicen al ADN mitocondrial para permitir superar enfermedades genéticas con el simple cambio de algunas mitocondrias en mal estado. Similares sorpresas se encuentran en la ingeniería robótica, gracias a la cual el Deep Blue de IBM venció en 1996 al campeón mundial de ajedrez Garri Kasparov, o en virtud de la cual el Robot Watson de IBM detecta actualmente un 90 % de cáncer de pulmón, frente al 50 % detectado por los médicos. Así mismo, emerge el concepto de “clase inútil o superflua”, en referencia a millones de empleados que –a diferencia de lo que ocurrió en la Primera Revolución Industrial, cuando las máquinas sustituyeron la fuerza física de los humanos– serán reemplazados en sus capacidades cognitivas por los algoritmos (Harari considera que en Estados Unidos se perderán el 47% de los empleos en los próximos años). En fin, la lista de Harari es muy extensa y podría cambiar las tendencias del consumo y, en general, las prácticas de los seres humanos: se podrá disponer de pulseras para medir el ritmo cardíaco o la calidad y duración del coito; de pañales inteligentes para prevenir enfermedades; de robots, como el Profesor Einstein, para ayudar a hacer las tareas a las niñas y los niños, descargando de dicha labor a sus progenitores; de ratones con chips instalados en el cerebro para que, teledirigidos, ayuden a encontrar sobrevivientes en los terremotos; etc.
Con independencia de las críticas que pueda suscitar su punto de vista11, que en países como el nuestro es bastante discutible, Harari ha sido un autor de relevancia en la última década. Sus reflexiones nos son de utilidad en este momento, no solo por la polémica que pueden generar sino por centrarse en la temática de la actual publicación.
Sigamos, como se había anunciado, con unos breves comentarios del libro de Oppenheimer. El autor es un conocido periodista que se dedicó a viajar a centros de investigación de tecnología y a entrevistar personas relevantes en el emprendimiento de la 4RI, durante más de cinco años. Su libro ofrece una amena exposición de la información recogida, con el propósito de mostrar la forma en que irán desapareciendo los empleos actuales y surgiendo otros nuevos para los cuales aún no estamos preparados, como lo evidencia el caso de los dos ingenieros japoneses que idearon “un robot llamado Michihito Matsuda, que presentaron como candidato para la alcaldía de Tama, una localidad de Tokio, prometiendo en su campaña que ‘la inteligencia artificial cambiará la ciudad de Tama’” (p. 35), propuesta con la cual obtuvieron 4.000 votos.
Indica el autor que está en máximo riesgo todo trabajo que se relacione con almacenamiento y procesamiento de información, o que concierna a oficinistas, áreas de ventas y servicios, labores mecánicas, etc., en lo cual, si bien sin mencionarlo de esta manera, coincide con la apreciación de Harari en el sentido de que habrá un notorio incremento de la “clase inútil y superflua”.
Su recuento de las profesiones o empleos que alimentarán esta nueva clase es impactante y se refiere prácticamente a todas ellas, como recuerdo de forma desordenada e incompleta: en hotelería y en turismo se acabarán la gran mayoría de empleos, desde recepcionistas, meseros y meseras hasta chefs, que ya son robots en muchos restaurantes; en el sector financiero se anota que el ex CEO del conocido Banco Barclays anunció en el año 2015 que había iniciado el despido de 19.000 empleados para adaptarse mejor a la virtualidad que se apoderará cada vez más del sector; los vendedores de propiedades inmuebles ya no serán personas sino plataformas de inteligencia artificial, que tienen la ventaja de buscar más rápidamente compradores, mostrar en tres dimensiones las propiedades en venta y cobrar sobre la transacción el 2 % en lugar del 6%; la medicina general se podrá venir a menos con aplicaciones como Siri o Alexa, en lo relacionado con plataformas médicas, y las especialidades también, porque, por ejemplo y sin dejar de recordar los récords en diagnóstico de cáncer de Watson citados por Harari, en algunos países ya se está autorizando que robots hagan procedimientos médicos, como puede ser la no exenta de polémica sedación anestésica proporcionada por Sedasys de Johnson & Johnson, que abarata costos y genera eficiencia; la profesión de abogado no escapa a lo descrito, porque muchos de ellos que hacían labores contractuales rutinarias están siendo reemplazados; y los sustanciales cambios también se presentarán en la guerra y en la seguridad nacional, porque, según Oppenheimer –al referir la entrevista con Hugh Herr, director de laboratorio de biomecánica del Laboratorio de Medios de MIT–, las prótesis biónicas hacen que quienes las usan sean más veloces y fuertes que quienes no, y porque en adelante serán los robots soldados los combatientes.
La lista sería de no acabar y basta, para concluir con la pequeña reseña de este libro, indicar que el autor expresa puntos de vista y análisis sobre el futuro de la humanidad, estableciendo que respecto de la 4RI existe la corriente de los “tecnooptimistas” y la de los “tecnopesimistas”. En lo que a él respecta, se estima “medianamente pesimista a mediano plazo y optimista a largo plazo” (p. 403). Lo primero, porque considera que en las próximas dos décadas tendremos “un terremoto social ocasionado por la aceleración de la automatización”, lo cual será más problemático en países latinoamericanos por contar con gran cantidad de trabajadores manufactureros y prestadores de servicios que serán fácilmente reemplazados; lo segundo porque, al igual que Harari lo afirma para un periodo más largo, opina que la humanidad en los últimos 200 años ha mejorado, en términos de expectativa de vida, pobreza, mortalidad infantil, educación, calidad de vida, libertades y conflictos bélicos, también gracias a la automatización que ayudará a seguir en esa proyección.
La breve reseña de los dos libros anteriores sirve para ambientar la nueva realidad que está produciendo la 4RI, de cara a las numerosas implicaciones que está generando en el entendimiento de lo que significan la divinidad o las divinidades, la felicidad, la democracia, la cultura, la igualdad, la ética, la intimidad, las organizaciones, la producción o el éxito, para citar solo algunos aspectos que interesan a las CSH. Problemáticas que pueden observarse desde el punto de vista de la manera como se realiza la investigación, pero que involucran también la incidencia práctica que puede tener tal revolución en áreas sociales específicas. La forma como se conciba la resolución de las tensiones que se presentan a nivel social permitirá concluir si se está ad portas de una situación beneficiosa o no para la humanidad.
No se trata, entonces, de temas menores. Nos hallamos ante un mundo que casi nos hace alucinar. Nos recuerda a Julio Verne, pero, mejor aún, a Black Mirror, pues lo que está aconteciendo no tiene las dimensiones de lo que ocurrió en épocas anteriores, por ejemplo, con la llegada de la televisión, y ni siquiera con la llegada de Neil Armstrong a la luna, ni mucho menos con la primera vez que el aquí y el ahora se unieron, como ocurrió con el telégrafo, por mucho que estos eventos hayan marcado generaciones enteras. Es cierto que la invención de la escritura revolucionó al mundo hace ya más de cuatro mil años, y que con anterioridad lo hizo la de la rueda, pero los periodos históricos no son comparables ni la sociedad de entonces tenía la complejidad que ahora