La naturaleza de las falacias. Luis Vega-Reñón

La naturaleza de las falacias - Luis Vega-Reñón


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C. Vaz Ferreira: una contribución a la discusión actual en torno a la idea de argumentación falaz”, Praxis, 10/13: 151-162. Entre los paralogismos de Vaz se encuentran tanto argumentaciones falaces como disposiciones o modos de proceder generadores de falacias.

      7 Por lo demás, la posibilidad —después reconocida (28 B 8 51 ss.)— del parecer de los bicéfalos o aturdidos sobre lo que es y no es, se refiere a otro género de fenómenos, el cosmológico, y pertenece a otro dominio cognitivo y expresivo, el de las opiniones de los mortales.

      8 Félix García Moriyón y otros, Argumentar y Razonar, Madrid: Editorial CCS, 2007; p. 13. El énfasis tipográfico de negritas y cursivas pertenece al original

      9 Una expresión más afortunada y desenvuelta de esta creencia podría ser lo que dice uno de los personajes de la película Los amigos de Peter [Kenneth Branagh 1992]: «Podemos pasar algún día sin beber y varios días sin comer, pero ninguno sin justificarnos». En la medida en que una justificación sea —o envuelva— una argumentación, no podremos pasarnos ni un día sin argumentar.

      10 Puede traerse a colación en este punto la crítica paralela de Popper a la pretendida autofundamentación del racionalismo ingenuo. «La actitud racionalista se caracteriza por la importancia que le asigna al razonamiento y a la experiencia. Pero no hay ningún razonamiento lógico, ni ninguna experiencia que puedan sancionar esta actitud racionalista, pues sólo aquellos que se hallan dispuestos a considerar el razonamiento y la experiencia y que, por lo tanto, ya han adoptado esta actitud, se dejarán convencer por ella. Es decir que debe adoptarse primero una actitud racionalista <…> y esa actitud no podrá basarse, en consecuencia, ni en el razonamiento ni en la experiencia», Karl Popper (1945, 1950), La sociedad abierta y sus enemigos. Buenos Aires, Paidós, 1957; pp. 413-4. En suma, el reconocimiento de la argumentación, con los compromisos y las obligaciones correspondientes, presupone la disposición a argumentar o la adopción de una actitud “pro-discursiva”, antes que a la inversa.

      11 Cf. mis libros (2003) Si de argumentar se trata, Barcelona: Montesinos, pp. 234-5; (2015). Introducción a la teoría de la argumentación. Problemas y perspectivas, Lima: Palestra, pp. 220-221.

      12 Recordemos el papel sociocultural de ciertos pares de opuestos como izquierda/derecha, estudiados hace tiempo por los antropólogos, o en un terreno cognitivo más concreto, el papel que las tablas de opuestos desempeñaron en unos primeros desarrollos del pensamiento griego, como la cosmología pitagórica o la teoría tradicional de los elementos. Puede verse a este respecto Geoffrey E.R. Lloyd (1966), Polaridad y analogía. Dos tipos de argumentación en los albores del pensamiento griego. Madrid: Taurus, 1987.

      13 En esta misma línea, investigaciones experimentales sobre el aprendizaje han mostrado que ciertos animales, tras una mala experiencia con determinados alimentos, descartan todos los que se ofrecen en análogas circunstancias: drástica medida que, si bien les depara más creencias o prevenciones falsas que verdaderas, puede contribuir a mejorar sus probabilidades de preservación y supervivencia.

      14 Ahora, al parecer, casi nadie se acuerda ya de Vaz Ferreira. Las primeras proyecciones de este punto de vista sobre el terreno de las falacias proceden de los años 90; cf. por ejemplo Sally Jackson (1995), “Fallacies and heuristics”, en F.H. van Eemeren, R. Grootendorst, J.A. Blair y C.A. Willard, eds. Procds. Third ISSA Conference on Argumentation, vol. II. Amsterdam: Sic Sat, pp. 257-269.

      15 El reconocimiento de casos de este tipo, bajo la forma de silogismos o refutaciones deductivas que resultan sofísticas en su contexto de aplicación, se remonta a Aristóteles (SE, 169b20-25). También cabe pensar, por poner otro ejemplo, en el uso de ciertas reglas deductivas clásicas como la que permite derivar una proposición cualquiera de una contradicción (“de una contradicción se sigue cualquier cosa”), con el propósito —así, infundado— de establecer una proposición concreta o una conclusión determinada. Valga recordar un famoso ejemplo medieval: “Sócrates corre y Sócrates no corre, luego tú estás en Roma”, que los lógicos de finales del s. XII empleaban para mostrar la validez de una regla y no, desde luego, para establecer el lugar donde alguien se encuentra —conclusión que sería obviamente falaz—.

      16 Aunque uno pueda transitar más o menos clara o confusamente entre los extremos del arco. Así como no se excluye la existencia de múltiples casos intermedios entre ambos extremos, el sofístico y el paralogístico, tampoco cabe excluir la de otros casos no infrecuentes en los que uno puede —e incluso a veces quiere— engañarse a sí mismo. Lo que no puede es hacerlo a la vez con plena deliberación y total inadvertencia: hallarse en uno y otro extremo al mismo tiempo. Todo esto supone cierta analogía de la idea de sofisma con una concepción clásica de la mentira, de raíz agustiniana, como luego veremos (en el § 4), y remite a la discusión abierta en torno al “autoengaño”, punto en el que ahora no puedo detenerme pese a su interés discursivo y cognitivo.

      17 Una observación de paso: vengo siguiendo la práctica habitual de referirme indistintamente a los agentes discursivos y a los argumentos como incursos en falacias. Sería más apropiado decir que un agente comete o incurre en una falacia, mientras que su argumentación contiene o consiste en una falacia. Pero supongo que esa práctica común es inocua y no representa una confusión mayor añadida.

      18 La necesidad de nociones y localizaciones claras es tanto más imperiosa en el momento actual de proliferación de los llamados “sesgos cognitivos”. Como muestra de cajón de sastre donde se amontonan sesgos, prejuicios y falacias, vid. el “Anexo: Sesgos cognitivos” del artículo “Sesgo” en Wikipedia.

      19 Las ilusiones inferenciales pueden considerarse una especie del género de las ilusiones cognitivas en la línea de las tratadas en Rüdiger F. Pohl, ed. 2004, Cognitive illusions: A handbook on fallacies and biases in thinking, judgement and memory. Hove (UK)/New York: Psychology Press.

      20 Philip N. Johnson-Laird y F. Savary (1999), “Illusory inferences: a novel class of erroneous deductions”, Cognition, 71: 191-229.

      21 Amos Tversky y Daniel Kahneman 1983, “Extensional vs. intuitive reasoning: the conjunction fallacy in probability judgment”, Psychology Review, 90: 53-68.

      22 Un estudio que contribuyó a la interpretación actual, más comprensiva, de esa presunta “falacia de la conjunción”, fue el de R. Hertwig y G. Gigerenzer (1999), “The ‘conjunction fallacy’ revisited: How intelligent inferences look like reasoning errors”, Journal of Behavioural Decisión Making, 12: 275-305.

      23 Cf. Luis Vega Reñón (2020), Fake news, desinformación y posverdad. Malos tiempos para el discurso público. Beau Bassin [Mauritius]: EAE.

      24 Tratado de Semiótica general, Barcelona: Lumen, 1977; p. 31 (cursivas en el original).

      25 Una caricatura de la suspicacia


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