La naturaleza de las falacias. Luis Vega-Reñón
podrían considerarse falaces así mismo ciertos procedimientos y elementos discursivos en la medida en que constituyeran o formaran parte de un proceso de argumentación o pretendieran tener valor o propósito argumentativo, como la apostilla antes examinada en la interpretación mayoritaria de sus lectores.
Además también será bueno recordar que nuestro término falacia proviene del étimo latino fallo, fallere, un verbo con dos acepciones de especial interés: 1/ engañar o inducir a error; 2/ fallar, incumplir, defraudar. Siguiendo ambas líneas de significado, entenderé por falaz el discurso que pasa, o se quiere hacer pasar, por una buena argumentación —al menos por mejor de lo que es—, y en esa medida se presta o induce a error pues en realidad se trata de un seudo argumento o de una argumentación fallida o fraudulenta. El fraude no solo consiste en frustrar las expectativas generadas por su aparición o uso en un marco argumentativo, de modo que las razones aducidas para asumir la proposición o la propuesta que se pretende justificar no tienen realmente el valor o la fuerza pretendida, sino que además pueden responder a una intención o una estrategia deliberadamente engañosas. En todo caso, representa una quiebra o un abuso de la confianza discursiva, comunicativa y cognitiva sobre la que descansan nuestras prácticas argumentativas. A estos rasgos básicos o primordiales, las falacias conocidas suelen añadir otros característicos. Son dignos de mención tres en particular: su empleo extendido o relativamente frecuente, su atractivo suasorio o poder de captación, su empleo táctico como recursos capciosos de persuasión o inducción de creencias y actitudes en el destinatario del discurso. De todo ello se desprenden la importancia y la ejemplaridad atribuidas a la detección, catalogación, análisis y resolución crítica de las falacias. Creo, en fin, que más allá de estos servicios críticos, la consideración de la naturaleza de las falacias también puede suministrarnos hoy noticias y sugerencias de interés en la línea de una teoría general de la argumentación.
Antes de este inciso sobre la noción de argumentación falaz, había aludido a la existencia de tres perspectivas fundamentales sobre la naturaleza de las falacia. Recibirán la atención debida en las tres partes respectivas que componen el libro. Adelanto que estas tres partes han sido objeto de un planteamiento y un desarrollo relativamente autónomo, en correspondencia con su modo peculiar de desarrollar la naturaleza de la argumentación falaz: etológico, histórico, teórico, así que pueden leerse en cualquier orden que se prefiera. El lector/a, como a veces le encantaba sugerir a Julio Cortázar, es muy dueño de rehacer su propio libro; puede tomar estas partes como piezas del modelo a armar o de la composición a montar. Pero ya va siendo hora de presentar someramente siquiera cada una de ellas.
Un supuesto primordial es la adopción de una perspectiva o un enfoque etológico de la naturaleza discursiva de las falacias. Esto supone de entrada afirmar la naturaleza viva del discurso falaz frente a la naturaleza muerta de los ejemplares apilados en las clases y clasificaciones tradicionales de las falacias. Como ya había sugerido, las falacias son frutos naturales o parásitos de nuestra interacción discursiva en la conversación, la información, la deliberación, el debate; usos discursivos concretos que se dan de diversos modos en distintos marcos y contextos, donde se distinguen por inducir a error, confusión o engaño. Pero están hechas de la misma materia lingüística o semiótica que los usos legítimos y correctos; no llevan en la frente una marca distintiva ni un estigma indeleble y, peor aún, a veces solo se dejan entrever antes que identificar. Una imagen que ilustra esta condición natural es la presentada en mi libro sobre la fauna de las falacias y representada por el famoso cuadro “Le rêve (El sueño)”, una fantasía onírica pintada por Henri Rousseau en 1910, el año de su muerte8. Invito al lector/a a su visión directa, mucho más elocuente desde luego que el remedo de descripción siguiente.
En “El sueño” asistimos a un amplio espectro de matices y figuras que van desde los seres animados más expuestos hasta los apenas entrevistos cuando parecen fundirse con la espesa jungla del fondo. En primer plano resalta una mujer desnuda de largas trenzas, recostada en un diván en actitud incierta: como si soñara y observara su sueño. Hay dos pájaros sobre ella, en la parte alta a la derecha del cuadro. En segundo plano y casi confundido con la espesura, se vislumbra por encima y a la izquierda de la mujer un elefante con la trompa levantada. Por el centro del cuadro asoman dos leonas. Tras ellas viene un mono con delantal multicolor que toca una especie de flauta. Más atrás y por encima, contra un raro trozo de cielo, se perfila un pájaro de larga cola. Sobre él, a su izquierda, apenas se deja ver un mono pequeño colgando de una rama. En la parte baja, a la izquierda del cuadro, zigzaguea una cola de serpiente. Al fondo y por diversas partes, fundidos con la vegetación, parece haber otros animales no identificables, quizás monos o pájaros. Creo que esta es una buena imagen, exótica pero cabal, de la fauna de las falacias como seres vivos que habitan en la jungla del discurso: unas falacias se muestran nítidas y flagrantes, otras se hallan medio escondidas hasta a veces confundirse con la espesura y las hay, en fin, que parecen dejarse sentir antes que definir como ocurría a los llamados en el s. XVI “espíritus animales”. El cuadro es, en suma, una viva estampa de lo que cabe encontrar en la animada etología de la argumentación falaz antes de adoptar otras perspectivas de discusión y revisión analítica.
Los problemas suscitados por esta condición natural son, en fin, los relacionados con la detección y el tratamiento de las falacias, habida cuenta de que no hay procedimientos efectivos de identificación, menos aún de prevención de toda suerte de usos discursivos falaces. La primera parte de este libro se centrará en esta perspectiva de la naturaleza discursiva de las falacias.
Pero las falacias, además de su condición natural como productos de nuestra interacción discursiva, también tienen historia9. En efecto, la idea misma de falacia es una construcción histórica a través de dos tradiciones principales, una más bien discursiva y pendiente de la argumentación falaz, la otra más bien cognitiva y pendiente del error. Pues bien, en ambas líneas a veces separadas y a veces complementarias de desarrollo cabe apreciar tanto los aspectos estables y distintivos de la idea de falacia como los mudables y cambiantes, relacionados con su empleo en diversos marcos y contextos discursivos. La segunda parte del libro tratará de hacer justicia a esta naturaleza histórica de las falacias tanto en el plano de las ideas como en el plano de los propios textos, seleccionados a guisa de documentos.
La tercera parte, en fin, abordará algunas cuestiones sustanciales para la comprensión y explicación de las falacias que han ido apareciendo en el curso actual de la investigación empírica y del estudio analítico y conceptual de las falacias. Se plantean en el marco de su posible —o al menos pretendida— contribución no solo a una teoría de la argumentación falaz sino, en cierto sentido a una teoría de la argumentación, pues las dos son saberes que se buscan —como decía Aristóteles de la metafísica—. Me limitaré a mencionar dos problemas capitales. Uno, diríase metateórico, es el de la integración de las diversas perspectivas teóricas desde las que cabe contemplar las falacias, a saber: lógica, dialéctica, retorica, socio-institucional. El otro, de muy distinta índole, es la cuestión de por qué deberíamos renunciar a las facilidades engañosas y a las estratagemas ventajistas que nos deparan las falacias en nuestras interacciones discursivas comunes o especializadas; en definitiva: ¿por qué hacerlo bien si se trata de argumentar?
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No sería justo despedir esta introducción sin el colofón de los debidos reconocimientos. Este libro es un ensayo de revisión y actualización de planteamientos ya avanzados en La fauna de las falacias, tratados ahora en un marco más amplio y preciso, y más atento a los malos tiempos del discurso público que hoy nos tocan vivir. Agradezco en principio al prof. Pedro Paulino Grández por haberme sugerido esta reelaboración e invitarme a publicarla en la editorial de su dirección, Palestra Ediciones, que actualmente lidera a través de su colección Argumentación & Derecho las publicaciones sobre teoría de la argumentación en español. En otro orden de cosas, algunos puntos, en especial de las Partes I y III, han sido objeto de consideración y discusión desde hace años, en varios foros y ante diversos auditorios: en el marco de másteres y simposios en las universidades de Alicante, Valencia, Salamanca, Santiago de Compostela, UNED, Nacional de Colombia (Bogotá), Francisco Mallorquín (Guatemala) y en el curso de congresos y seminarios en Cambridge (UK),UAM-Iztapalapa,