Proceso de industrialización en Colombia. Carlos Alberto Restrepo Rivillas

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target="_blank" rel="nofollow" href="#fb3_img_img_7c1bc956-e622-5a01-bb6d-64b4045365bb.png" alt="image"/> es elasticidad ingreso de las importaciones estimada por OLS.

      |t| es el valor absoluto del estadístico t.

      ca es el balance en la cuenta comercial como porcentaje del PIB.

      Fuente: Cálculos propios a partir de Banco Mundial, Banco de la República y Dane.

      Para hacer el ejercicio se examinaron 44 períodos traslapados, con una ventana de 15 años (tabla 4). En dos momentos, 1987-2001 y 1992-2006, no se puede aceptar la hipótesis de igualdad de las elasticidades y, por tanto (image ≠ π). Unicamente en estos dos casos no se cumpliría la ley de Thirwall. Los resultados de la técnica de traslape corroboran que el crecimiento de la economía colombiana ha estado restringido por la balanza de pagos, por lo menos desde 1960 hasta hoy.

      En la figura 1 se hace la comparación de dos series traslapadas. La correspondiente a la elasticidad (image) y la del producto (γB). Cuando la elasticidad cae, tiende a aumentar el producto. La elasticidad de la demanda de importaciones llegó a su punto más bajo en el traslape 1972-1986 (0,76), y durante estos años creció el ingreso estimado de manera significativa. En los traslapes de los años posteriores, las elasticidades de las importaciones no disminuyen. Como se observó antes, el desbalance de la cuenta externa ha frenado la dinámica del producto. Y este peso notable de las importaciones ha reducido la dinámica del producto.

image

      El eje vertical izquierdo corresponde a la elasticidad y el derecho, a la tasa de crecimiento del producto.

      Fuente: Tabla 4.

      4. COMENTARIOS FINALES

      Coincidiendo con hallazgos anteriores (García & Quevedo, 2005; Márquez, 2006), la ley de Thirwall tiene validez en Colombia, tanto en el largo plazo (1960-2016), como en períodos más cortos. El comercio internacional tiene un claro impacto en la economía doméstica. La apertura es positiva si las exportaciones aumentan a un ritmo mayor que las importaciones. Además, es necesario considerar la estructura de las exportaciones. Si sus efectos multiplicadores son bajos, como los de petróleo y minería, la incidencia sobre la actividad económica no es significativa. Incluso puede ser negativa cuando se presenta la enfermedad holandesa. En lugar de mejorar la productividad, el mal uso de las bonanzas se ha reflejado en un crecimiento de las importaciones y en pérdidas de competitividad. Dicho de otra manera, las exportaciones no han tenido el impacto deseado.

      En el estudio se diferenciaron dos períodos. Uno, que va desde 1960 hasta 1990, y el otro, que va desde 1991 hasta 2016. Entre estos dos períodos existe un claro contraste. Entre 1960-1990 la dinámica del producto, con una tasa de crecimiento anual de 4,48 %, fue superior a la del segundo período (1991-2016), o de apertura, cuando el producto apenas creció 3,35 %. En el primer período, la tasa de crecimiento de las exportaciones (4,65 %) fue mayor que la de las importaciones (3,77 %). En el segundo, la tendencia se revirtió y las importaciones tuvieron una dinámica (4,68 %) considerablemente mayor que las exportaciones (1,6 %). No hay duda de que la apertura posterior a los años noventa fue “hacia dentro”. Además, en el primer período, las exportaciones tuvieron una composición industrial mayor que en el segundo período. Las exportaciones del primer período fueron relativamente mayores y de mejor calidad. Estas dos características se reflejan en un ritmo de crecimiento del producto mayor que el del segundo.

      En 1965, cuando apenas comenzaba el modelo de sustitución de importaciones, el 73,4 % de las exportaciones eran alimentos (café, flores, banano, etc.), y la participación de petróleo y minerales era del 17,7 %. La industria, que apenas representaba el 4,2 %, llegó a su punto más alto en 1990, con 16,4 %. Esta evolución de la manufactura fue el resultado positivo de la aceptación en el país de las políticas diseñadas por la Cepal, de estímulo a la industria y de sustitución de importaciones. Con razón se le dio prioridad a la intervención del Estado en la economía y se creyó en la capacidad de liderazgo de la inversión pública. El panorama ha cambiado de manera sustantiva. Recientemente, en 2016, en la estructura de las exportaciones, el peso de la industria se redujo al 6,2 %, y el del petróleo y los hidrocarburos subió al 66,3 %. Este rubro, más el de alimentos, suman 82,3 % (Center for International Development at Harvard University, 2017). Dichos porcentajes no dejan duda sobre la evidente reprimarización de las exportaciones del país.

      La situación actual se aleja de los sueños cepalinos de los años cincuenta y sesenta. A pesar del aumento considerable del valor de las exportaciones de petróleo e hidrocarburos, el déficit en la cuenta comercial se ha mantenido y el considerable peso de las importaciones ha impedido que la demanda externa sea un motor de crecimiento del producto. En lugar de aprovechar la bonanza para mejorar la competitividad de la industria y de la agricultura locales, la abundancia de las importaciones ha ido en contra de la producción nacional. Es inaceptable que en los últimos 10 años la importación de alimentos básicos haya pasado de 1 millón a 14 millones de toneladas año.

      Colombia no puede continuar manteniendo déficits externos. Como bien lo describe Thirlwall (2011):

      los desequilibrios en la balanza de pagos son malos para la salud de la economía. Dan lugar a flujos de capital enormes, volátiles y especulativos; contribuyen a la inestabilidad de la moneda y la necesidad de que los países mantengan grandes reservas de divisas para intervenir en los mercados de divisas cuando sea necesario, y conducen a una reasignación arbitraria de recursos entre países con superávit y con déficit, a menudo de países pobres a países ricos [...] los desequilibrios globales pueden causar graves dificultades para las personas y países, particularmente para aquellos en déficit, y además ejercen un sesgo deflacionario en toda la economía mundial. Hay un límite hasta el cual los países deficitarios están dispuestos a financiar sus déficits, y dicho límite puede restringir el crecimiento considerablemente por debajo de la tasa que lo haría conseguir el pleno empleo de los recursos. El signo más preocupante de la balanza de pagos restringida son los déficits en cuenta corriente y los recursos domésticos desempleados (p. 343).

      La diferencia entre los dos períodos se explica, entre otras razones, porque la política económica responde a dos concepciones muy diferentes. Es claro que las visiones estructuralistas tuvieron mucho que ver en el éxito relativo observado durante el primer período.

      Para corregir la reprimarización en la que ha caído no solamente Colombia, sino también el conjunto de América Latina, la Cepal (2016 y 2018) ha propuesto conjugar tres dimensiones: la innovación schumpeteriana, la demanda keynesiana y la sostenibilidad ambiental. La primera dimensión es micro, la segunda es macro y la tercera cubre aspectos globales, que van más allá de cualquier consideración micro o macro. La segunda dimensión es la más cercana a los enfoques cepalinos de los años sesenta. Prebisch (1981) fue muy crítico de la visión austriaca, que es la fuente de inspiración de Schumpeter. Y los enfoques ambientales no hacían parte de las discusiones de los años sesenta.

      Como en Colombia, en América Latina también hay preocupación por el avance de la reprimarización de las economías. Pero no es clara la forma como la articulación de las tres dimensiones mencionadas por la Cepal podría llevar a una recomposición de la actual estructura productiva. No se están tomando decisiones de política económica que permitan modificar esta tendencia. De manera específica, en Colombia, el Plan Nacional de Desarrollo muestra la necesidad de reducir la dependencia del petróleo y de los minerales, pero no precisa la forma como se debe llevar a cabo este proceso. Apenas se plantean ideas generales,


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