El Campesino Puertorriqueño. Atiles Francisco Del Valle
para todo el mundo – otra cuya filiación caucásica pura no es discutible.
Últimamente, después que el hábito y la vida en el mismo suelo han suavizado las asperezas que existían entre personas de razas tan opuestas, luego que las castas han desaparecido, rota la línea de separación por el blanco, ménos escrupuloso en solicitar á la mujer negra, sobre todo si el consorcio es transitorio y obedece á caprichos pasajeros, los cruzamientos se han generalizado más en todas formas y la pureza de razas va siendo cada dia más rara; por lo cual, á causa del predominio que siempre tuvo y sigue teniendo en Puerto Rico el elemento caucásico, y atentos á los datos que la observación nos suministra, puede asegurarse que la raza negra, no engrosada por la inmigración, está llamada á desaparecer de la Isla por fusión dentro de la raza superior que la absorbe, modificándose á su vez. En este cruzamiento que presenciamos, el aniquilamiento de la raza negra no se produce ya porque las enfermedades ó el mal trato la hagan menguar, sino porque la raza blanca renueva constantemente sus representantes, mientras que la abolición de la trata cortó la corriente inmigratoria del negro, corriente que siempre fué muchísimo ménos activa que la determinada por el mejor mercado de la Isla de Cuba, además de que la tendencia natural que inclina al hombre á mejorar las circunstancias de orígen, obra en el mismo negro y principalmente en la mujer de color, facilitando la fusión.
Aún estamos á mucha distancia de la resultante de esa mezcla de razas, pues los caractéres comunes que aquella deberá tener, caractéres que – como es sabido – para significar su posesión deberán ser trasmisibles de un modo regular por la herencia, sólo se adquieren con lentitud y á fuerza de siglos; pero indudablemente, la adaptación al medio, modificando al europeo que logró y logra resistir á las condiciones climatológicas del país, su influencia sobre el negro y sobre el mestizo, influencia que hoy se hace ya extensiva al interior de los campos, deberán al cabo producir en la sucesión de los tiempos, si estos cruzamientos persisten bajo el mismo suelo y en mejores circunstancias para la vida, una raza apropiada á las necesidades del clima ó mejor del medio; raza que bajo la saludable influencia de una educación ajustada á los progresos que la civilización ha realizado, se podría encontrar en condiciones físicas, intelectuales y morales buenas para subsistir, sin tener que mirar con recelo á la familia anglo-sajona vecina. Poner al habitante de Puerto Rico en condiciones favorables para la lucha por la existencia, no es una utopia; todo es obra de la educación. Únicamente por medio de ella se puede alcanzar esa "acorde armonía del organismo con su objeto", esa condición de vida sine qua non para el hombre de todas las regiones habitables del globo.
GRUPO RURAL
En tésis general, afirman los higienistas "que la salud y vitalidad de las gentes del campo son muy superiores á las del grupo urbano." Esta verdad, que tiene por fundamento circunstancias sobradas que la justifiquen, como más adelante veremos, tiene, no digamos de un modo absoluto, pero sí de una manera general, su excepción en Puerto Rico. Pero ántes de explanar esta idea, y con el fin de evitar confusiones, conviene precisar lo que entendemos por campesino, voz en la que comprendemos al jíbaro, que es á quien nos referimos en las líneas anteriores.
Y por jíbaro entendemos, para todo lo que digamos en este estudio, "el campesino puertorriqueño sin instrucción" como lo define un querido amigo nuestro, (en un libro que su galana pluma nos ofrecerá pronto)1 ó sea el rústico, gañán, paleto, aceptando en esto el mismo criterio de otro ilustrado publicista de grata memoria.2 Esta aclaración que un reputado escritor creyó con fundamento que debía hacer en su erudito estudio de reciente publicación,3 la repetimos y á ella nos atenemos, entre otras razones, porque creemos que el estudio solicitado por el Ateneo puertorriqueño, sólo puede referirse al jíbaro. Aplícase en general la palabra campesino á los habitantes del campo, pero la índole del estudio y el objetivo que es de suponer se propuso aquel centro en el tema elegido para el certámen de 1886, nos autorizan á limitar la acepción de la palabra al concepto expresado.
Del apuntamiento etnológico hecho anteriormente podemos deducir que entre los campesinos puertorriqueños los hay pertenecientes á la raza blanca, á la negra, y á la mezcla de las dos, por lo que habría necesidad de estudiar cada uno de estos grupos por separado; pero como el género de vida es igual para los indivíduos de las tres agrupaciones, ya pertenezcan á una ó á otra raza, y como el predominio de la blanca es todavía notable en el interior, sólo en conjunto estudiaremos las condiciones físicas, intelectuales y morales de los tres grupos étnicos referidos, pues algunas cualidades de estas les son comunes, sin perjuicio de señalar las características de raza y algún detalle que los distinga cuando así lo creamos necesario. Desde luego podemos decir, hablando en general, que el campesino blanco puertorriqueño de nuestros dias se parece bastante al criollo que describía Fray Íñigo Abad en su Historia de Puerto Rico, anotada por nuestro respetable amigo el conspícuo escritor Don José Julián Acosta. Decia Fray Íñigo: "los criollos son bien hechos y proporcionados, su constitución es delicada y en todos sus miembros tienen una organización muy fina y suelta, propia de un clima cálido; carecen de viveza regular en las acciones, y tienen color y aspecto de convalescientes; son pausados, taciturnos. Las mujeres son de buena disposición, pero el aire salitroso del mar les consume los dientes y priva de aquel color vivo y agradable que resalta en las damas de otros países… Los mulatos son de color oscuro y bien formados, más fuertes y acostumbrados al trabajo que los blancos criollos."
Muchas de estas cualidades caracterizan hoy todavía al criollo, pero pueden aplicarse de un modo más especial y concreto al campesino, pues por lo que respecta al habitante de las poblaciones, ya sean estas del interior y mejor si son de la costa, ha ganado en condiciones físicas desde que los progresos de la civilización le han dado medios de vivir mejores que en aquellos tiempos á que se refiere el discreto historiador citado. No queremos decir que hoy el criollo puertorriqueño viva dentro de las más exquisitas y apropiadas condiciones para su mejoramiento, sino que algo ha ganado, mucho tal vez, como era lógico esperar, desde aquella época hasta nuestros dias. Que necesita aun mejorar, es evidente; y á ello llegará, así lo esperamos, si el cultivo intelectual aumenta como debe; pero dejemos este asunto que nos apartaría por el momento del motivo principal de estas líneas.
Para ser exactos, respecto de las condiciones físicas, intelectuales y morales que ostenta el campesino puertorriqueño, conviene hacer una distinción dentro del grupo rural, distinción que no es arbitraria, y sobre todo que está justificada por ciertas diferencias de que haremos mención. Para nosotros el campesino de los alrededores de las poblaciones y haciendas se diferencia bastante del que habita en los barrios más lejanos, cultivando en pequeños predios de su propiedad los frutos menores y dedicado á la crianza de animales útiles, ó bien agregado á alguna heredad mayor.
El jíbaro del primer grupo, nómada por lo que respecta al lugar donde trabaja, no puede atender tan cumplidamente á su subsistencia, por razones que no son del caso examinar ahora; es un jornalero expuesto á todas las fluctuaciones del trabajo y con mayores necesidades y vicios.
El del segundo grupo, pequeño propietario, (si el suelo que ocupa no es estéril y si el fisco no le arruina) puede alimentarse, vestir y aposentarse mejor, por lo cual podemos distinguir mayor fortaleza de organización, más saludable aspecto en los últimos que en los primeros y un carácter moral más elevado.
Todo el mundo ha oido hablar de ciertos jíbaros que, aun viejos, montan á caballo, trabajan y cumplen todas sus obligaciones, siendo modelos de honradez; que viven internados, distantes de las poblaciones; jíbaros de color blanco por lo común, de aspecto sano, y cuya familia huirá de seguro al ver aproximarse una persona extraña y no aparecerá en la sala del bohío, dejando que el padre, ó la madre si aquél no está, reciba al visitante; si éste se detiene, verá, así que la desconfiada rusticidad de la familia cesa, cómo poco á poco irán apareciendo caras nuevas, muchas de ellas jóvenes bonitas, que le sorprenderá encontrar entre las selvas, no bien vestidas, acaso sin calzado, pero frescas y sanas, gracias á una alimentación medianamente regularizada, tal vez al ozono en que abunda la atmósfera sana que rodea á la casa, y á la dulzura de un clima distinto del de la costa, según tendremos ocasión
1
Don Manuel Fernández Juncos. –
2
Don José Pablo Morales. –
3
Don Salvador Brau. –