El Campesino Puertorriqueño. Atiles Francisco Del Valle
hechos que observamos.
El hombre no puede llamarse cosmopolita, en el sentido de poder habitar impunemente para su salud este ó aquel lugar del globo; es sabido que el negro no prospera sacándole de los trópicos, y si hemos de atenernos á las observaciones de los higienistas americanos, si por acaso resiste físicamente al frio, es en menoscabo de su inteligencia; en la provincia de Maine parece que se encuentra 1 loco por cada 14 negros; estadística horriblemente dolorosa, que demuestra que en las regiones del Norte no puede prosperar esta raza.
Las mismas enfermedades tienen sus estaciones y hasta sus países; algunas no salen de ciertos límites, como, por ejemplo, la fiebre amarilla que no se ha observado más allá de los 928 metros de altura, ni el cretinismo á más de 1000 metros. Otras no se conocen en algunas regiones. El paludismo, por ejemplo, tan común en nuestra Isla, no se encuentra en el cabo de Nueva Esperanza.
Las mismas relaciones mútuas de los hombres entre sí, modifican la patología de una región, y en este particular conviene señalar el hecho de la desastrosa influencia que ejerce la raza blanca sobre las razas inferiores cuyo país invade. Todo el que se dedique á estudiar estas cuestiones de patología étnica, sabe que en las islas Sandwich, en Nueva Zelandia, en las Marquesas, en toda la Polinesia, tanto en la oriental como en la occidental, la presencia del europeo ha sido seguida de una despoblación notablemente rápida, hecho que nos hace recordar la cuestión del número de habitantes que, según los primitivos historiadores, tenía Puerto Rico en la época del descubrimiento. Posible es que existiese aquí tan crecido número de indígenas, y fundamos nuestra creencia en los ejemplos análogos que nos ofrece la historia contemporánea.
El capitán Cook en 1778 encontró en la Nueva Zelandia 400.000 maorís; el año 1858 no quedaban sino 56.049; Porter en 1813 encontró 19.000 guerreros en las Marquesas, y en 1858 M. Jouan sólo halló 2.500; Forster calcula en 20.000 almas la población de Taïti, y en 1857 la estadística oficial sólo arroja 7.212. Estas elocuentes cifras de hechos ocurridos en nuestros dias dan apoyo á dicha opinión.
Puerto Rico pudo ser despoblado en tan poco tiempo, no obstante ser numerosísima su población indígena. Ya ántes hemos enumerado rápidamente multitud de causas que lo explican; pero además de ellas existe esa extraña influencia de que hablamos, ejercida por la raza blanca, influencia que se traduce por una mayor mortalidad y por el descenso de la natalidad que llevan al aniquilamiento la raza inferior.
Despréndese de todo cuanto llevamos dicho, que la morbosidad en la especie humana es variable según numerosas causas; por lo que se refiere al campesino borinqueño nos habremos de ocupar de las entidades morbosas que lo afectan actualmente desde la niñez, consagrándole atención preferente á las que de un modo general actúan sobre el total del grupo que estudiamos.
Hay en esta cuestión involucrada otra primordial para el porvenir de este país. ¿Cuál es la raza que puede vivir en mejores condiciones en él? Cuestión ajena á este trabajo, pero á la cual la patología puertorriqueña lleva un contingente de datos preciosos.
Abordémos este análisis de la patología puertorriqueña dentro de los límites que á nuestro problema interesa.
PATOLOGÍA DE LA INFANCIA
Existe un cierto número de enfermedades que, por ser de las que invaden al hombre durante los primeros dias de su existencia, constituyen un grupo patológico especial de la infancia. Acerca de esta parte de la patología general expondremos algunas breves consideraciones que juzgamos pertinentes al asunto que nos ocupa.
El acto fisiológico más importante de cuantos verifica el organismo de la mujer, aquel en que la vida misma está comprometida, es, sin duda, la maternidad. Entre algunos pueblos salvajes, el solemne momento de dar vida á un nuevo sér no parece que tenga mucha mayor importancia para la mujer que para las hembras de los animales irracionales; no solamente carece de sérios peligros y no exije precauciones, sino que el tempus puerperii en nada se diferencia de las épocas comunes; pero tratándose de la mujer civilizada las circunstancias varían radicalmente. La civilización que ha hecho de la mujer algo más que la hembra del hombre, la ha rodeado de un medio, artificial si se quiere, y criticable bajo otros aspectos, al cual se ha amoldado su organismo, y por ello, la que va á ser madre, debe ser objeto de ciertas atenciones, sinó queremos comprometer su vida y la de su hijo.
Ahora bien, la campesina puertorriqueña dá á luz sus hijos rodeada de pésimas condiciones. Ninguna persona idónea la asiste; á lo sumo recibe los cuidados de alguna curiosa, con pretensiones de comadrona, cuya ignorancia suele correr parejas con su atrevimiento para propinar brebajes inconvenientes, y que es incapaz de servir debidamente á la madre en el doloroso trance, ni al niño en los primeros momentos, momentos difíciles y delicados á veces, en que la criatura que viene al mundo necesita solícito y racional tratamiento sin el cual aquella nueva vida quizá se extinguiría en sus albores.
Prescindamos, por ahora, de los inconvenientes que acarrea esto á las madres; en cuanto á los niños atañe, se comprende fácilmente la perniciosa influencia de semejantes circunstancias; pero si á ellas añadimos la ignorancia de las madres campesinas, mucho mayor ha de ser el riesgo que corran las criaturas que vienen al mundo en nuestros distritos rurales.
La asfixia de los recién nacidos, por ejemplo, esa muerte aparente en que la respiración está detenida, ó se verifica de un modo incompleto ó irregular, debe ocasionar bastantes víctimas; sobre todo la asfixia que depende de las enfermedades debilitantes de la madre, ó es la consecuencia de la debilidad orgánica de los padres, que por cierto son los casos en que el proceso morboso es más grave.
Otra dolencia que exije científica solicitud, es la hemorrágia umbilical, accidente que no debe ser raro entre los hijos de los campesinos, que por lo general heredan de sus progenitores una organización pobre.
Entre ellos hemos tenido oportunidad de observar, si no con más frecuencia que en otras clases sociales con la misma al ménos, casos de supuración y ulceración del ombligo. Lo mismo decimos de la hernia umbilical; si bien es preciso anotar que esta enfermedad es mucho más común en la raza de color; casi es general entre los negritos. Sábese que las criaturas flatosas, á causa del dolor que experimentan durante los cólicos ventosos de que sufren, lloran con violencia y á menudo; á esta causa obedecen algunos casos de hernias; pero otros son debidos á la lentitud con que se desarrollan las paredes abdominales, y tal vez á esto se deba la predisposición mayor con que las padece la raza negra.
Pero de todas las enfermedades que el niño puede adquirir en los primeros dias de su nacimiento, el tétanos, mocesuelo, es la que mayor mortalidad ocasiona en la población infantil: puede decirse que el padecimiento es endémico en Puerto Rico.
Hasta ahora se ha venido atribuyendo su producción á cambios atmosféricos, á irritaciones nerviosas, etc.; hoy comienza á señalarse otra causa, parasitaria, que se ha creido encontrar en el suelo de las cuadras y lugares análogos en donde habita el caballo. No hemos de discurrir en este momento acerca de la procedencia equina del tétanos en general, limitándonos á señalar la nueva hipótesis; pues sea de esto lo que quiera, el hecho es que tanto al influjo de los cambios atmosféricos, cuanto á la infección del suelo por la vecindad de sitios frecuentados por caballos, está más expuesto el recién nacido en el pobre bohío del jíbaro, que el que viene al mundo rodeado de otras comodidades.
Citaremos la ictericia por ser enfermedad frecuente entre los niños, y la oftalmia purulenta, de desastrosas consecuencias cuando no se cuida; afección esta última propia de los hijos de madres linfáticas y de constitución débil, y que es, por lo tanto, muy común en la familia rural puertorriqueña.
Las enfermedades de que hemos hablado hasta ahora no son todas las que puede padecer el niño; por desgracia éste no sólamente tiene su morbosidad propia, sino que dicha morbosidad es considerable. El niño es un tipo fisiológico especialísimo, que tiene una salud muy quebradiza; las estadísticas lo demuestran, enseñándonos que el obituario de la infancia suma cifras mucho más altas que el de los adultos. Si esto es cierto en general, ¿cuánto más no lo será tratándose de personas que por su modo de vivir y por su posición social están más expuestas que otras á enfermarse?
Hemos visto en la enumeración anterior,