La araña negra, t. 7. Blasco Ibáñez Vicente
había algo en tal escena que preocupaba a la niña y la hacía dudar, sobre la maldad de aquel hombre: era el cariño, la ternura que la había demostrado.
Intentó besarla, estrecharla entre sus brazos con un enternecimiento visible… pero, ¡bah! Ella, a pesar de su poca malicia, adivinaba lo que tales manifestaciones podían significar. Quería halagarla con su dulzura, para así arrebatarla mejor, llevándosela lejos, muy lejos del colegio y de las buenas madres, a sus antros horribles, donde perpetraba seguramente toda clase de maldades. Pero… había hecho algo más que ella ya no podía explicarse tan fácilmente.
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