La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel

La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel


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de qué adolecia esa princesa? preguntó con indolencia la dama que conceptuando que la relacion seria larga, puso la lámpara en un nicho calado y se sentó en un divan.

      – La princesa africana adolecia de tristeza, contestó el príncipe sentándose á los pies del lecho: del mismo mal de que adolezco yo.

      – Ocupémonos ahora de la dolencia de la princesa, que tiempo tendremos de llegar á la tuya. Continúa.

      – La princesa, mejor dicho, la sultana6 Leila-Radhyah7 habia ido á Córdoba acompañada por uno de los wacires de su padre, Mohamet Al-Mostansir-Billah, rey de Tlencen y servida por un número considerable de hermosas esclavas.

      – Por lo que veo tu padre el poderoso Nazar tiene harto presente el nombre de esa sultana. ¿Cuándo te refirió tu padre esa historia?

      – Hace un año, al proclamarme su heredero, y hacerme su partícipe en el gobierno del reino.

      – Continúa.

      – Ya te he dicho que la sultana Leila-Radhyah, habia ido desde Tlencen á Córdoba, á buscar alivio á su dolencia: pues bien, la noche antes de que la princesa llegase á las fronteras de Córdoba, un buho entró por la ventana del aposento donde dormia mi padre, batió las alas sobre su cabeza y le despertó.

      – ¿Y qué desgracia aconteció al noble Al-Hhamar?

      – Mi padre vió huir al buho por la ventana, y se acordó del buho que habia girado en derredor de su cabeza la noche antes de la batalla en que tan peligrosamente le hirieron, y de aquel otro buho que apagó las luces en las fiestas de su nacimiento. Pero lo tuvo á casualidad y sin pensar mas en ello se durmió de nuevo, cuando hé aquí que le despertaron las voces de sus soldados. Levántase mi padre, sale de su aposento y pregunta al primero que encuentra. – Las atalayas de la frontera hacen señal de que los cristianos han entrado por la tierra y la llevan á sangre y fuego: entre las sombras de la noche se ven las llamas de las alkarias incendiadas: – Y el que esto le contesta corre á donde están ya sus compañeros armados. – Mi padre llama á sus esclavos, se arma tambien, reune á sus soldados alrededor de su bandera y parte con ellos de Córdoba el primero, con su valiente taifa de ginetes, en busca del cristiano. – Otros muchos walíes salen tambien de Córdoba con sus gentes armadas, pero mi padre les lleva la delantera y al amanecer encuentra á los cristianos.

      – ¿Y qué desgracia aconteció á tu padre?

      – Mi padre venció en la primera embestida á los infieles, los puso en fuga y les quitó la presa que habian hecho. Entre la presa iba una doncella mora de maravillosa hermosura. Aquella doncella era la sultana Leila-Radhyah.

      – ¡Ah! ¡era la sultana!

      – Sí; al llegar á la frontera, la encontraron los cristianos, mataron al wacir del rey de Tlencen, á los esclavos que la acompañaban, y la hicieron cautiva con sus esclavas. – Mi padre mandó que la condujesen en un palanquin á Córdoba, y fué conversando con ella todo el camino. – Era tan hermosa, tan pura y tan resplandeciente como un dia sereno en un valle del Hedjaz. – Mi padre se enamoró de ella…

      – ¿Y ella?

      – Amó á mi padre.

      – ¡Murió sin duda la desdichada! dijo la dama blanca con una profunda amargura; porque de no, tu padre que es noble y generoso la hubiera hecho su esposa.

      – No, dijo el príncipe bajando los ojos.

      – ¡La envió sin duda á su padre el rey de Tlencen!

      – No; mi padre la amaba demasiado para no temer perderla, y mi padre entonces no podia aspirar á que una sultana fuese su esposa. – Nuestra familia es humilde: mis abuelos fueron labradores, y este es el mayor orgullo de mi padre: haber llegado á tan alto habiendo nacido tan bajo. – Mi padre cuando se apoderó de la sultana Leila-Radhyah, era walí; tenia riquezas y una bella casa en Córdoba.

      – ¿Pero qué hizo tu padre de la sultana Leila-Radhyah?

      – La llevó á su casa.

      – ¡Ah! tu padre dijo: los cristianos se llevaban esta doncella para hacer con ella una ramera: ¿por qué no he de hacerla yo mi esclava? lo que el guerrero encuentra en el campo es suyo. ¡Hizo tu padre bien! Pero continúa: la sultana, por mejor decir, la esclava, debió morir de vergüenza.

      – No: un año despues de sus amores con mi padre desapareció de su casa, encontróse sangre en su aposento, y mi padre, que la amaba, lloró su pérdida y la llora todavía.

      – ¿Y no te ha contado tu padre mas acerca de la sultana esclava?

      – No; pero cuando me contó esos amores cuya desgracia anunció sin duda el buho, mi padre lloraba.

      – ¿Y qué otras desgracias le anunció ese buho tan terrible?

      – Le vió la noche antes de la funesta batalla de Hins-Alacab8. Le vió la alborada en que Córdoba cayó en poder de los cristianos: la noche que precedió al dia de la pérdida de Sevilla, le vió tambien, y por último, la misma noche en que murió asesinado por el walí de Almería el desdichado Aben-Hud.

      – ¿Y no ha vuelto á ver tu padre á ese terrible buho?

      – Sí, hace poco tiempo: precavido ya con las desventuras que le habian acontecido, mi padre llamó á sus sabios y les consultó.

      – Ese buho te anuncia una nueva desgracia, le dijeron los sabios.

      – ¿Y qué desgracia es esa?

      – Necesitamos consultar las estrellas para responderte.

      – Consultadlas, pues, dijo mi padre.

      Los sabios pasaron tres noches mirando el cielo, y dijeron á mi padre.

      – Aparta de Granada al príncipe Mohammet Abd'Allah.

      – ¿Y por qué? preguntó mi padre.

      – Apártale, contestaron los sabios.

      – ¿Pero qué tengo que temer acerca de mi hijo?

      – Las estrellas nos han dicho que amenazan á tu hijo y á tí lo mismo, grandes desgracias si el príncipe continúa en Granada durante la luna de las flores.

      Mi padre mandó á los sabios que consultasen de nuevo las estrellas.

      Pero una, dos y tres veces, las estrellas guardaron un profundo misterio acerca del peligro que nos amenazaba, y solo repitieron que debia yo huir de Granada.

      Entonces mi padre me envió á Alhama.

      Yo estaba triste. Mi corazon tenia sed. Mi alma anhelaba un misterio: pasaron para mí los dias sin luz y las noches sin reposo. Yo me sentia morir.

      En vano mis ginetes lidiaban toros, y justaban y corrian cañas y sortijas: mi enfermedad, mi misteriosa enfermedad crecia: la tristeza me mataba: mis esclavos no lograban arrancarme una sonrisa; ni sus danzas me alhagaban, ni sus cantos me entretenian, ni como otras veces, me adormia en su regazo: hasta me olvidé de la oracion, llevando solo mi cuerpo á la casa de Dios, pero no mi alma.

      Yo palidecia, yo enlanguidecia.

      – ¡Como la sultana Leila-Radhyah!

      – Sí; como la sultana. Súpolo mi padre, y vino á Alhama sin que yo lo supiese y preparó grandes fiestas para ver si yo me distraia. En el mismo punto en que mi padre entró en Alhama, segun supe despues, un buho entró en mi retrete y apagó la lámpara.

      – Veamos la desgracia que te anunciaba ese buho.

      – Al dia siguiente me sorprendió bajo mis ventanas una inusitada y alegre música de dulzainas, guzlas y atabaljos que tañian en un son concertado. Abrí un ajimez, entró por él un dorado rayo de sol de la mañana. Era el primer sol de la luz de las flores. El jardin parecia reir: parecian reir sus fuentes; parecia que sus flores, y sus árboles, y sus


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<p>6</p>

Llámanse desde muy antiguo sultanas entre los musulmanes, á las hijas de los reyes reconocidas por ellos.

<p>7</p>

Noche apacible.

<p>8</p>

La batalla de las Navas de Tolosa, en que Juzef Amyr-al-Mumenin fué vencido por el rey don Alonso VIII.