Juramento Vaquero: Parte Tres. L.G. Castillo
pequeña como podía.
Quería desaparecer.
—No hables así. Nadie merece lo que te pasó —Willa Mae entró en la habitación y arrastro una silla a mi lado. Una mano cálida acaricio la parte superior de mi cabeza.
—Emma es una buena enfermera. Sé que te ayudará. Recuerda, dijiste que harías esto por Cody. Pero es más importante que hagas esto por ti misma.
Mire a los ojos amorosos de Willa Mae. No había juicio en ellos en absoluto.
—¿Te quedaras conmigo?
—Si eso es lo que tú quieres.
—Lo es.
—Muy bien entonces. Vamos a ponerte en la mesa examinadora. Señor, ¿por qué hacen estas malditas sillas tan incomodas? —La silla chirrió cuando ella se levantó— Emma ya puedes entrar.
Emma se deslizó dentro de la habitación, sonriendo cálidamente. Incluso a través de sus ojos era amable y Willa Mae dijo que podía confiar en ella, en el momento en que me tocó, me quedé aturdida. Apenas lo sentí cuando Willa Mae tomó mi mano en la de ella. Estaba en la niebla cuando la suave voz de Emma me explicó lo que estaba haciendo. Intrépidamente seguí sus instrucciones: respiré hondo mientras el metal frío se colocaba en mi pecho y luego hacia atrás; tragando mientras fríos dedos se apretaban contra mi garganta; tumbarse mientras los dedos tocaban suavemente mi abdomen, sondeando.
Emma me miró disculpándose mientras sacaba dos barras de metal de un lado de la cama. Me preparé mientras colocaba suavemente mis piernas sobre los estribos cubiertos de calcetines.
Luego todo se volvió negro.
Y música suave se filtró en la habitación.
La sala de examinación desapareció y me encontré parada en el medio del gimnasio de la escuela secundaria. Parpadeé, confundida. Bajé la vista y un largo vestido rosa sin tirantes reemplazó la triste bata de examen. Toqué la cinta rosada y sedosa atada a mi cintura y luego moví mis manos sobre el encaje que cubría el vestido ondulante. Y lo recordé. Fue mi vestido de fiesta de graduación.
Las voces llenaron el gimnasio y vi a mis compañeros de escuela bailando. Nic hizo girar a Mandi, su vestido rojo ondeando mientras se movía. Luego chilló cuando Nic la sumergió. La música cambió a un vals country. Fue mi canción favorita de Anne Murray. Era el mismo al que Cody y yo bailamos bajo la lluvia.
Alguien toco mi hombro, y una voz de barítono susurró en mi oído. —Señorita, ¿me permite este baile?
Me giré para ver a Cody con esa sonrisa ladeada, destellos de hoyuelos. Su palma estaba hacia arriba, invitándome a tomar su mano.
Miré con asombro al verlo. Era impresionantemente guapo con su esmoquin. Su cabello estaba peinado hacia atrás, haciendo que su castaño claro fuera oscuro y brillante. Y sus ojos…esos hermosos ojos, que paraban corazones, me miraron como si fuera la única persona en la habitación. Podría ahogarme en ellos para siempre.
—Por el resto de mi vida —dije sin aliento, colocando mi mano sobre la suya.
Nos deslizamos con la música. Con cada paso, me acercaba más a él. Antes de darme cuenta, mi mejilla se presionó contra su pecho. Inhalé su delicioso aroma a almizcle y cuero. Mi corazón se aceleró cuando su mano se deslizó por mi espalda y se enredó en mi cabello. Sonreí ante el sonido de su corazón golpeando violentamente contra su pecho. Los labios suaves presionaron mi cabeza y suspiré, deseando poder estar así para siempre.
Su pecho vibró mientras tarareaba junto con la canción. Bailar con él fue magia. No había otro lugar en el que prefiriese estar que en sus fuertes brazos, viéndolo delirantemente feliz y cantando en clave. Él era todo lo que necesitaba. Él era mi piedra.
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