En Equilibrio. Eva Forte
vez los hijos la necesitaban menos.
1 — No, estoy fuera con mis amigos, les saludaré de tu parte esta noche, cuando vuelvan.
Siempre sale un poco de egoísmo sano en estas situaciones. A lo mejor Sara esperaba encontrárselos a todos en casa, reunidos alrededor del teléfono esperando su llamada. En vez de eso, su marido hacía planes y sus hijos estaban fuera, sin preocuparse tanto por la madre, lejos, en paradero desconocido. Pensando en ello, una lágrima le resbaló por la cara hasta que cayó en un pequeño sueño reparador tras horas de emociones intensas. La despertó el sonido del teléfono, cerca de la cama. Era Paolo, que pasaba a buscarla para ir a la oficina y presentarle a su jefe.
La visita a la oficina fue rápida y menos impactante que todo el vórtice de emociones experimentadas durante las primeras horas del día. Enseguida se vio fuera del pequeño edificio, lista para volver al hotel. Durante las presentaciones con los compañeros, Paolo la dejó a merced del jefe, que le llenó la cabeza de datos, números y nombres de cada uno de los trabajadores con los que se cruzaron. Cuando al final salió al aire libre, la luz ya casi había dado paso al brillo de la luna y el sonido del teléfono hacía eco en la plaza que tenía delante. Lo desbloqueó y leyó el sms: «¿Quieres hacer un descanso? Pero antes cerveza y cena típica por aquí. Paolo. Pd: estoy aquí delante… mira a tu derecha».
En ese momento no hubiera querido leer otra cosa, ni oír a nadie más, ni ver nada diferente. Se giró y ahí estaba, apoyado sobre el respaldo de un banco de madera. Ambos sonrieron y asintió
para aceptar la invitación a la cena. Y ahí estaban de nuevo juntos, en un restaurante familiar cercano, con dos jarras de cerveza en mano y las risas más escandalosas mientras hablaban de todos los compañeros y de su forma de ser. Existen personas que conocemos de toda la vida pocos minutos después del primer encuentro. Fue entonces cuando Sara entendió qué significaba la empatía, la simbiosis, la afinidad… y quiso creer en todo ello aunque solo fuera por el hecho de que al fin se sentía bien.
1 — Gracias por este precioso día, no me sentía así de bien desde…
Ni siquiera recordaba cuánto tiempo hacía que no se sentía tan bien, y su largo silencio hizo que ambos prorrumpieran en risas. Empatía.
1 — Buenas noches, Sara, yo también me lo he pasado muy bien, espero poderte hacer de guía mañana también, puede que durante la pausa de la comida.
No añadió nada más. De repente sintió una mano sobre la mejilla, los labios de él cerquísima de los suyos, apenas rozándolos, y luego se fue sin mirar atrás. Un beso insinuado que la dejó de piedra, inmóvil durante unos minutos, hasta que decidió volver a entrar antes de que se congelara, arropada por el recuerdo de aquel pequeño gesto de gran intimidad.
A la mañana siguiente no podía levantarse, saturada de las sensaciones del día anterior. Mientras se giraba y regiraba entre las sábanas, oyó el sonido de mensaje entrante en el teléfono, que se había quedado encendido toda la noche, e invadida por una inesperada curiosidad, en cuestión de segundos saltó de la cama, descalza, intentando encontrar el teléfono en la completa oscuridad de la habitación. El mensaje era de Paolo, que quería enseñarle algo antes de ir a la oficina. Estaba a punto de descartarlo, cuando empezó a oír el tic-tac del reloj que marcaba la cuenta atrás de la hora señalada para la póxima reunión.
Leyó el mensaje y encendió la luz. Se miró al espejo y experimentó un momento de pánico. Después se tiró sobre la maleta, que dispersó por el suelo, buscando su neceser y una camiseta limpia que había reservado para el primer día de trabajo. En cuestión de segundos se metió en el baño, bajo la ducha aún fría, y de nuevo fuera, sobre la alfombra suave de color crema. Le dio tiempo a disfrutar por un instante de la calidez del albornoz, que reposaba sobre el radiador,
lista para darse unos toquecitos de maquillaje y ponerse la ropa. Mientras se abrochaba el último botón llegó otro mensaje: «Estoy aquí abajo… ¿bajas?».
1 — Ayer, mientras hablábamos durante la comida, me acordé de un sitio que seguro que te gustará. Veamos si tengo razón.
Siguieron caminando por las pequeñas calles del pueblo que la hospedaba, con un viento que a veces la despeinaba y a veces gemía entre las callejuelas, estrechas y llenas de flores rosas y blancas. Se limitaron a escuchar el viento, caminando en silencio a paso ligero sin separarse el uno del otro hasta que, ante ellos, se abrió paso un valle acantilado por un río que fluía ruidosamente al otro lado de un parapeto de piedra antigua. Se encontraban en una terraza natural, pequeña y abierta por todos lados ante las montañas. Ahí arriba la luz era cegadora y los ojos tardaron en acostumbrarse tras haber recorrido las calles en la penumbra.
Costaba respirar allí arriba, y no por la altitud. Los colores se quebrantaban para seguidamente fundirse, el agua del río parecía llamarles. Llegados a ese punto, Paolo le soltó el brazo y se acercó al muro de piedra. Ella le siguió lentamente hasta volver a su lado, mirando el vacío que se abría ante ellos. Todo era tan nuevo y lejano, diferente a lo que estaba acostumbrada, que se sintió mareada y por miedo a caer se cogió a él con ambas manos, retrocediendo a pasos cortos hasta verse a una distancia prudencial. El tiempo se detuvo, grabando por siempre el perfume de los árboles que les rodeaban y el sonido del aire frío cortándoles los labios entreabiertos. Sin darse cuenta había cerrado los ojos. Cuando los abrió seguía allí, aferrada a su brazo, con las manos sobre las suyas y él con la mirada fija en ella.
1 — ¿Va todo bien? Por lo visto tenía razón, este sitio tenía que ser tuyo antes que cualquier otra cosa, aquí arriba.
En ese momento tuvo la sensación de que al sonido de sus palabras se convertía en la dueña del mundo, de la naturaleza que la envolvía y que de pronto era suya. Ante tanta belleza parecemos insignificantes pero, grandes o pequeños, mujeres u hombres, somos solo un respiro mezclado con el viento que, soplando fuerte de nuevo, acaricia cada parte de nosotros. Que él quisiera traerla a ese
rincón del mundo, compartiendo con ella tanta belleza, era mucho más bonito e importante que cualquier regalo material, y como si hubiera recibido un obsequio de su amante. Sintió el impulso irreflenable de besarle. El vuelo de un pájaro cercano a ellos la despertó de esa situación irreal, y por miedo a hacer algún paso en falso se apartó de él, y tras minutos y minutos de un largo silencio empezó a hablar.
Se encontraba en vilo entre dos «yo» que se habían creado en las últimas horas. No sabía qué hacer o a cuál de los dos debía escuchar. Faltaba poco para volver al trabajo, así que decidieron volver por donde habían venido, recorriendo en sentido contrario el camino de ida. Cuando vuelves, el camino parece más breve y se desvanece la curiosidad de lo desconocido. Te sientes como en casa cuando vuleves a ver detalles ya descubiertos y analizados. Las macetas de las ventanas continuaban mirándoles como si les estuvieran esperando desde el paseo anterior. El viento había dejado de soplar y se había disipado el ímpetu que los abrazara minutos antes.
Sara se sorprendió al ver que aquellos lugares conocidos en menos de dos días empezaban a parecerle cercanos y familiares. Pensar que volvería a encerrarse en una habitación, renunciando al sol, tan cálido y afín, la hizo estremecerse, quizás esperando que surgiera un imprevisto que la alejara del primer día de trabajo, atrapada en aquellas montañas, acompañada del viento que la habría mecido con sus canciones. Ahí arriba la ciudad no era más que un recuerdo sofocado y le pareció imposible sobrevivir en medio de la polución, entre bloques de pisos altos y agobiantes. Su mente se desvió de repente hacia sus hijos y a lo bien que vivirían allí.
1 — Sí que estás pensativa hoy, ¿ya te has cansado de la vida en la montaña? ¿O empiezas a echar de menos a alguien que dejaste en la ciudad?
1 — No, a nadie; es más, estaba pensando en lo duro que será volver a Roma después de estos tres días en perfecta harmonía con la naturaleza.
La sonrisa volvió a iluminarle el rostro, ocultando pensamientos distantes que no pertenecían a aquél momento.
20
CAPÍTULO