En Equilibrio. Eva Forte
Durante el trayecto habían permanecido en silencio, como si hubieran dejado parte de ellos en aquel acantilado sumergido en la naturaleza más pura. Cuando volvió a ver uno a uno a los nuevos compañeros que le habían presentado la tarde anterior sonrió por lo bajo, recordando el intercambio de impresiones con Paolo, y también él, al cruzar la vista con ella, le hizo una mirada cómplice, llevándose un dedo a los labios para sellar el secreto de lo que dijeron. Pasaron las próximas horas en la oficina del jefe de personal, que le enseñó todo lo relativo a su nuevo trabajo. Tras muchos datos, estadísticas y procesos burocráticos llegó la primera buena noticia desde que había pisado el edificio. Mañana Paolo y ella tendrían que ir a una pequeña feria de pueblo no muy lejos de allí para recoger datos significativos en el terreno sobre la venta de leche no pasteurizada en fiestas por parte de los comerciantes. Si hace unos meses le hubieran dicho que llevaría a cabo una investigación de ese calibre le hubiera dado un ataque de risa; en cambio, en ese momento le pareció la cosa más emocionante del mundo.
Cuando acabó la reunión se pasó el resto del día recopilando información relevante sobre el tipo de búsqueda que debería realizar al día siguiente. A media tarde llegó el primer mensaje del día de Luca, que Sara respondió al instante, y quedaron en llamarse por la noche. En aquel momento Roma quedaba al margen, lejos de aquella nueva realidad tan tangible y perfumada de pan recién hecho al horno. Un aire que le llegaba de la ventana ajustada mientras el sol iniciaba su descenso, dando paso al cielo rosado y a la brisa fresca que siempre llega al anochecer. Las campanas de la plaza principal recordaban a todo el mundo que era hora de volver a casa y las voces se volvieron fervorosas en los pasillos hasta dispersarse por las calles. En el silencio de la oficina, ya vacía, sonó un teléfono, que rompió el hechizo y le hizo pegar un bote en la silla.
«¿Sigues en el trabajo? Mañana por la mañana te paso a buscar y vamos juntos a la feria. Cerveza a voluntad, que duermas bien…¡debes descansar! P.». Encendió el teléfono esperando encontrar otra invitación de cena por parte de su compañero. La idea de pasar la velada sola había apagado parte de su entusiasmo inicial.
Cuando al fin decidió marchar vio que la panadería seguía abierta. Tras haber respirado durante toda la tarde la fragancia de los alimentos recién hechos no pudo evitar pararse a comprar un poco de pan. Al entrar en la tienda el perfume se hizo embriagador y se le antojó comprarlo todo y saborear cada tipo de harina y dulce recién salido del horno que descansaba en el escaparate. Sara escogió tres tipos diferentes de pan, uno con nueces, uno integral y otro con aceitunas. Para acabar, un dulce típico del lugar adornado con glaseado de limón. Nada más salir, sin poder evitarlo, abrió la bolsa de papel para probar algo de su contenido. El pan, crujiente, se rompió entre sus dedos, liberando el humo y un perfume insaciable de nueces. Siguió caminando a paso lento, saboreando cada migaja como si fuera la última, intentando averiguar si el pan tenía el mismo sabor en la ciudad. El único sonido perceptible de la calle era el de sus tacones que resonaban sobre el suelo húmedo y lo único que ocupaba su mente era Paolo. Quién sabe qué hacía en ese momento. Tras un intenso día de simbiosis y el fresco despertar de la mañana, empezó a notar la soledad del pan consumido por las frías calles del pueblo y aceleró el paso, deseosa de volver al hotel e irse a dormir sin demora para llegar al trabajo lo antes posible a la mañana siguiente. Estaba tan concentrada en ello que casi se olvidó de llamar a Luca. Cuando entró en la habitación, dejó a un lado la bolsa, casi vacía, y colgó el chaquetón en la puerta, listo para cogerlo por la mañana. El cansancio acumulado durante el día se hizo presente de golpe. Se apresuró a llamar a casa por miedo a quedarse dormida antes incluso de sentarse. Marcó el código de desbloqueo del teléfono y miró si tenia algún mensaje. Seguidamente marcó el teléfono de Luca, el único que se sabía de memoria. Los primeros tonos le parecieron una nana y los ojos empezaron a cerrársele, pero la voz fuerte de su marido la volvió a la realidad.
1 — ¡Hola, por fin! Estamos todos a la mesa, espera que los niños te quieren saludar.
Al sentir sus voces, oírles hablar de los días de colegio y escuchar las pequeñas confidencias que le hacían en voz baja tuvo la sensación de que habían pasado meses desde su partida en Termini. Echó de menos la gran metrópolis, con su familia, un lugar al que podría regresar en menos de veinticuatro horas.
A la mañana siguiente el despertador sonó antes de que los primeros rayos de sol entraran por la ventana. Por miedo a quedarse dormida, Sara también había puesto la alarma del móvil, pasando del silencio absoluto de la habitación a una pequeña orquesta de sonidos en la mesita de noche. Después de apagar todas las alarmas se sintió despierta del todo y lista para salir de la cama y darse un baño bien calentito. Sumergida en el jabón perfumado de lavanda, Sara había decidido dedicarse quince minutos de relax antes de bajar a desayunar. Entonces le llegó el primer mensaje del día. Afortunadamente tenía el teléfono a mano y pudo cogerlo sin salir de la bañera.
«¿Estás despierta? Hoy te recomiendo tejanos y jersey. Nos vemos en nada. P.».
Por primera vez desde que estaba casada al leer esas palabras pensó en otro hombre. Imaginó que oía abrirse la puerta de su habitación y veía a Paolo, frente a la puerta del baño, sonriendo mientras la miraba, desnuda en la bañera y vestida solamente con pompas de jabón que dejaban entrever sus pechos, sobresaliendo del agua. Después él se desnudaba lentamente, dejando caer la ropa en el suelo hasta quedar completamente desnudo ante ella. Lentamente se metía en la bañera, a sus espaldas, la abrazaba y la estrechaba de forma que era imposible liberarse. Después empezaba a besarle el cuello, deslizando sus manos hasta perderse bajo el agua. Fue un sueño tan real que se excitó sólo de pensarlo y renacieron en ella sensaciones que ya había olvidado.
Posó la mirada sobre el reloj que se veía a través de la puerta entreabierta de la entrada. Cuando se dio cuenta de que ya casi era la hora de la reunión salió volando de la bañera, desbordando
agua y jabón por el suelo, dejándolo todo inundado. Cogió rápidamente la toalla y empezó a secarse apresuradamente dirigiéndose a la cálida habitación. Se puso a buscar unos tejanos y un jersey en la maleta, como decía el mensaje. Por suerte Sara siempre llevaba encima un conjunto más deportivo, alternativo al clásico, más serio, de trabajo. Fuera el día se presentaba especialmente húmedo y la idea de llevar puesto un jersey azul de lana le apetecía. Antes de bajar dio otro salto hacia el baño a por un poco de maquillaje, procurando no resbalar sobre los charcos de agua que enlucían el suelo, y seguidamente bajó corriendo para tomarse un capuchino caliente y un cruasán antes de salir.
El hotel no estaba en temporada alta: no había nadie en el restaurante y todo daba la sensación de inmaculado. Temerosa, frenó ante la puerta antes de sentarse, pensando que a lo mejor había bajado demasiado pronto. Un camarero se le acercó, ya listo y a la espera de que al fin alguien bajara a desayunar. La invitó a tomar asiento y le tomó nota con rapidez, de pie a su lado en una postura desgarbada y grácil a la vez. Luego desapareció detrás de una puerta corredera, dejando la sala en el máximo silencio. Para no perder tiempo Sara se levantó para coger algo de comida. Cuando volvió a la mesa vio de nuevo al camarero, que ya havía vuelto con una taza humeante sobre una pequeña bandeja. La dejó a su lado y se retiró, dejando la sala con la misma rapidez con la que había llegado.
Con el tiempo justo de comer con prisas y a un minuto de la hora de reunión Sara se pusó el chaquetón, la bufanda y el gorro. Salió del hotel e inhaló los perfumes del pueblo que amanecía. Paolo ya estaba listo, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida a lo lejos, tanto que no se dio cuenta de su llegada. Cuando le vio no pudo evitar pensar en la bañera, y cuando este se giró y saludó con un asentimiento de cabeza enrojeció como si aquella fantasía hubiera sido visible a ojos del mundo. Tras años de matrimonio y serenidad, sobre todo desde el punto de vista de relación, soñar con otro hombre la había
incomodado ligeramente, pero al mismo tiempo sentía encima tal excitación que tenía miedo de traicionar sus pensamientos y hacérselos notar a su interlocutor. Se acercó al coche. No pudo evitar bajar la mirada para no cruzarse con la suya y se apresuró a meterse dentro para abandonar del todo los escalofríos que le recorrían la espalda.
1 — ¿Has dormido bien? Verás qué sitio más fascinante